Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La fotografía del niño muerto disparó la bondad profesional del español, y hasta un tertuliano ofrece su casa para acoger a un par de sirios, a sabiendas, desde luego, de que esos sirios sólo irían a su casa obligados a lo Keylor Navas.
¡Si hubiéramos sabido que la primavera árabe era meter sirios en casa de los tertulianos!
¿Por qué los sirios que huyen de Siria, en vez de tirar para Dubái o Kuwait, tiran para Alemania?
Cuando el Día de los Enamorados de 1945, en la cubierta del crucero “USS Quincy”, fondeado en el Canal de Suez, se reunieron el presidente de los Estados Unidos y el rey de Arabia Saudí, Abdul Aziz pidió a Roosevelt que estableciera el Estado de Israel en Alemania, que había sido “la culpable”.
Alemania no es “la culpable” de lo de Siria, pero Merkel, que carece de formación humanística, dice que Europa también es musulmana (!), y es la jefa del Club del que vive la banda de cursis que “bajaron al moro” a llevar la democracia que, por cierto, no tienen en casa. Obama sí la tiene, pero Obama no sabe nada, y su Kerry, al lado del ruso Lavrov, es Forrest Gump.
Si la primavera americana empieza con la marmota de Punxstawnwey y la europea con el oso de Berlín, la “primavera árabe” empezó (aparte lo de Túnez y Egipto, esas dos máquinas de votar) con el ganso de Bernard-Henri Lévy telefoneando desde la terraza de un café en Trípoli a su amigo Sarkozy para que bombardeara Libia porque había encontrado un derecho humano muerto en su taza de té. “No podemos perder ni un minuto para empezar a bombardear”, dijo en España el fanegas de Cándido Méndez, y Mari Carmen Chacón Piqueras mandó a sus cazas a echar abajo la jaima de Gadafi.
Luego vino Siria (“Dear Obama, remember Soria is not Siria, please check before bombing”), donde, sólo porque la astucia de Lavrov neutralizó la estulticia de Kerry, no manda hoy esa gente del Isis que piensa de las piedras de Palmira lo mismo que los comunistas jerezanos del busto de Pemán.