jueves, 17 de septiembre de 2015

Exigimos una tarjeta justa

Ayer. Yendo de Roma al penalty de Londres

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Fui uno de los primeros abonados al Canal Plus, cuando ver un partido de fútbol en el salón de mi casa costaba casi lo mismo que comprar la entrada en el Bernabéu. Un sindicalista jubilado intentó convencerme para que colocara el descodificador en la antena colectiva y los vecinos me pagaran la cuota. Le dije que se abonara él e hiciera lo que pretendía de mí. Mi vecino, un ventajista de mucho cuidado, por supuesto se negó, pero consiguió llevarse al huerto a una señora mayor que tenía el aparato para que su hijo viera al Betis.

      Como todos los vecinos accedían gratis al Plus a costa de las cuotas de la comunidad, incluso de la mía, me dí de baja y estuve unos años viendo de balde el canal de Polanco. El hijo de la vecina se mudó  y volví a abonarme a pesar de renegar de continuo por los abusos del grupo Prisa. Cuando Ono cogió el Gol allí acudí, pero sin comprender las maniobras prisaicas me encontré de nuevo con que Ono despedía al Gol y nos colocaba por el mismo precio otra vez el Plus. Mi drogadicción me obligaba a sucumbir a las veleidades de los camellos, pero el año pasado llegó el sistema por el que un servidor siempre ha abogado. Con una tarjeta que sacó el Gol y costaba 20 euros mensuales podía ver tranquilamente los partidos de fútbol en el pueblo en el que me encontrara. Me despedí de la carísima plataforma Ono y me apunté a una cosa que se llama Procono y que funciona en Córdoba y Málaga. Por cuarenta euros tengo un internet rápido, teléfono fijo gratis, y no se cuántas ventajas en los móviles de la doña, el chico,... además de muchísimas cadenas extranjeras por las que por ejemplo podría haber visto todo el Mundial sin pagar la cuota del Gol.

     El Gol ha desaparecido y a los que éramos abonados nos ofrecen la Champions por el Bein a cinco euros mensuales, pero resulta que si quiero ver la liga española tengo que apuntarme de nuevo al Plus. No lo voy a hacer. Estoy seguro de que voy a ver muchos partidos en el bar de abajo, pero como he declarado al Plus, que ahora se ha juntado a Telefónica, asociación non grata, tengo que cumplir mi palabra.

     Como diría el insigne Josep Plá, estamos los aficionados ante un cafarnaúm morrocotudo. Sobre todo los fieles del Plus, a los que les han quitado la mejor competición por esas prácticas indecorosas que usan las empresas dueñas del fútbol español. ¿Tan difícil es comercializar una tarjeta con la que ver todo el fútbol y sólo el fútbol como la que tuve el año pasado  y que cada plataforma cobre la participación que le corresponda?  Pongamos que la ponen a 30 euros sin asociarla a Movistar, Vodafone, Jazztel, etc... Estoy convencido de que el número de clientes sería millonario y la satisfacción de los aficionados excelente. ¿Que Movistar tiene la Liga? Pues de los 30 euros, que se quede tal que con veinte. ¿Que el señor Roures tiene la Champions? Que se lleve 10 ó 15 ó lo que le corresponda. Lo suyo es que además de ganar dinero se ayude al aficionado. El señor Tebas podría condicionar la venta de los derechos a la aceptación de este sistema que a mí me parece la mejor solución para no tener que llenar el salón de artefactos y evitar las discusiones y divorcios que acarrea tanto gasto innecesario.

     Con la tarjetita nos metemos en un cuarto y allí pecamos en solitario. Sin que nadie nos reproche el cambio de pantallas buscando el gol de Diego Costa en Londres o el penalty de Muller en El Pireo.

     ¡Ah! La primera jornada de la Champions transcurrió sin novedad digna de mención si descontamos las inevitables lesiones. Los grandes que han pinchado -¡ay, esos manchesteres!- enderezarán el tropiezo para que a partir de octavos empiece la auténtica Copa de Europa. Sin Astanas a los que se confunde con ciclistas, Malmoes, con balonmanistas... o Maccabis con baloncestistas.