Muñoz y Espartaco
Se cierra el círculo
León, Fernández, Correa
El tenido
José Ramón Márquez
Hoy, último domingo del verano, nos anunciaron una novillada de Villamarta dentro de la programación de “encastes minortitarios”, feliz hallazgo que igual sirve para etiquetar a los toros que no sean de Victoriano del Río o Garcilittle que como paraguas bajo el cual aglutinar a lo que va quedando de la afición, antaño tan nutrida.
Para aclarar conceptos en esto de Villamarta lo óptimo sería que alguno de los que se van comprando los “opus” esos de las Tierras Taurinas nos diesen una amena disertación sobre los intríngulis de la vacada, y de paso estaría bien que alguien mandase una carta al Departamento de Comunicación de Taurodelta o a la imprenta Gráficas Roca S.L. animándoles a que editen ellos también su propio “opus” para explicar el galimatías del árbol genealógico que publican en la página 11 del programa de mano, en un confuso lío de flechitas y una vorágine de años que demandan del apresurado hombre contemporáneo mucho más tiempo del que dispone para tratar de entenderlos.
Desde Huelva se vinieron los seis galanes de Villamarta, que fueron aprobados por la ciencia veterinaria como aptos para su lidia en Madrid, y que no plantearon problemas en cuanto a su presentación por parte de la cátedra. De entre los seis diremos que se protestó furibundamente la blandura del quinto, un castaño que atendía por Atrepador, número 19, aunque lo cierto es que se mantuvo en pie durante la faena de muleta sin desplomarse ni dar el cante por lo blando. Los cinco restantes, bien presentados, alguno más mansurrón, como el segundo, Bienvisto, número 16, que en banderillas se fue a la querencia de la puerta que custodia el organillero, pensando acaso en ver si había forma de retornar a los prados onubenses que le vieron nacer. En cuanto al comportamiento del encierro, en general, podemos decir que ha sido noble, fijo y pronto, con su punto de castita, y que hoy, nuevamente, ha habido en el ruedo material taurino con el que poder lucirse.
Para medirse con los de Villamarta se trajeron a Migel Ángel León, de Gerena; a David Fernández, de Cehegín, nuevo en esta Plaza, y a Juan Pablo Correa, Juan de Castilla en los carteles, de Medellín (Colombia), también nuevo en esta Plaza.
Como cuestión previa, tal y como dicen los tertulianos de la radio, insistiremos en que lo importante es que cada torero traiga una personalidad propia, un sello distintivo que le individualice de los demás y que deje alguna huella en el público que le contempla. Hoy por hoy casi todos los novilleros que vemos son como una marca blanca de Julián de San Blas y de sus artimañas, y ese innecesario seguidismo de un modelo tan abyecto hace doblemente difícil para un chico el que pueda abrirse camino en el tremendo mundo del toro, sólo a base de imitar lo que a otro le va bien y sin poner en el asador cosas personales e intransferibles que definan sus modos y sus formas de entender la lidia. No se pide a un novillero que se viene a Las Ventas con una docena de actuaciones que plantee una tauromaquia hecha, firme y sólida, pero sí que deje un apunte que haga concebir la esperanza al aficionado de lo que ese muchacho, con suerte, podría llegar a ser.
Viene a cuento lo anterior por la actuación de Miguel Ángel León, que no pone encima de la arena un solo argumento que no sea el sota, caballo y rey de cada día: el trazo ventajista y por afuera, la pata atrás, el medio pase sin remate... o sea, lo de cada día en todos lados. Es difícil que recordemos al chico dentro de dos semanas, porque no dejó nada en la memoria que recordar. En su primero se enfangó a base de tauromaquia moderna dejando ir las embestidas de Veletero, número 18, un colorado bien hecho, que le estaba regalando el triunfo si hubiese querido arriesgar. Le dejó un espadazo desprendido, de fea ejecución quedándose en la cara. Dio una vuelta al ruedo vaya usted a saber por qué. En su segundo repitió sus argumentos a base de torear en la purísima ventaja de dar pases y desde la que no nace el toreo bueno. Le jalearon algunos muletazos cuando ligó por las afueras y a la hora de matar hizo lo mismo que en el otro, sólo que no consiguió meter el estoque a la primera. A Miguel Ángel León se le ve cierto gusto y es muy posible que con el carretón o sin toro componga unos lucidísimos pases, pero de momento esto de la lidia es con toros y ahí su posible estética queda anulada por la falta de ética que plantea con su manera de estar ante el toro.
A David Fernández le pasa lo contrario que a Miguel Ángel León, que no anda nada sobrado de estética, más bien lo contrario. A cambio puso una enorme voluntad novilleril en hacerse notar, sustanciada en ponerse mucho de rodillas. A su primero había que llevarle toreado y tirar de él, cosa que no hizo. A su segundo lo tundió a largas de rodillas y luego empezó la faena también de rodillas sin que la cosa tuviese refrendo en los tendidos, reiterando los cites ventajistas y su entrega al neotoreo post-juliano. David Fernández le echó muchas ganas, pero nos tememos que eso no es suficiente. Con el estoque tampoco anduvo a gran altura.
Entendemos que la Castilla a la que se refiere el colombiano Juan de Castilla será Castilla la Nueva, que anda el hombre afincado por la Alcarria y no se le conoce actividad en Tierra de Campos. Comenzó su trasteo al primero, Pelón, número 8, con la misma vulgaridad que los demás. Una oportuna voz desde los altos le reconvino y el muchacho cambió por completo de planteamiento, poniéndose en el sitio. Ahí fue atropellado sin consecuencias por el novillo, pero él haciendo gala de un notable temple de ánimo volvió a la cara del Villamarta y dejó una serie bien encajada, pisando el terreno donde se torea y con el pecho por delante. El tal Pelón tenía su casta y ante ella puso Juan de Castilla su innegable valor. Lo mató de una estocada algo delantera ejecutada de manera soberbia. En su segundo Juan de Castilla planteó las cosa de manera más sólida, en conjunto, que en su primero. Desde los lances de recibo, único toreo de capa que se ha visto en toda la tarde, hasta la concepción de faena, sólidamente organizada a despecho de las dificultades del novillo, Juan de Castilla dejó una buena vitola y cartel para ser repetido. A su segundo no lo mató con la firmeza del primero, pero digamos que para tratarse de un chico que se presenta en Las Ventas con cinco corridas toreadas en lo que va de año, el conjunto de la tarde es más que positivo. Le falta oficio, como es natural, pero eso se adquiere. Anotemos en su contra toda ese deprimente despliegue de bernardinas, invertido circular y demás trucos baratos con que se suele tratar de excitar a la parroquia más acrítica. Deja cartel.
En el tendido alto del 9 se sentaron Espartaco y Emilio Muñoz, a quienes tanto debe la moderna tauromaquia que hoy impera por doquier.
Lo de hacer saludar a Manuel Macías debería ser tratado en un programa de Iker Jiménez como fenómeno paranormal y perfectamente inexplicable.