Citaré uno solo de los miles de comentarios publicados en los medios, que me parece luminoso al respecto: “Hoy han asesinado a un ser haciendo correr ríos de sangre inocente, y ese asesinato miserable ha sido haciendo sufrir al máximo a un ser inocente, un ser con sentimientos, que siente dolor y que sufre”. Ni yo, ni esta persona ambicionamos el Nobel de Literatura, pero nada como esta redundancia, esta machacona repetición de palabras y adjetivos, consciente, voluntaria, podía ilustrar mejor el “colocón” dolorista, la borrachera compasional. Me produce la sensación de un motor que gira en vacío, pasado de revoluciones y con riesgo de explotar. Ni esta persona ni los miles que han clamado su indignación en las redes sociales se expresarían de esa forma hemorrágica para comentar la violencia o el dolor humanos. Este exhibicionismo patológico de la propia bondad caracteriza los proselitismos religiosos más propensos a la violencia ciega contra quienes rechazan sus dogmas. Es el lenguaje, hoy, de los islamistas más sanguinarios. Apuesto que ni uno de estos miles de comentaristas ha dedicado una línea al suplicio atroz de David Haines y de hacerlo alguno, puedo asegurar que el tono sería comedido, porque “buena parte de la culpa la tenemos los occidentales y no conviene satanizar al otro”. Salvo si es aficionado a los Juegos y Ritos Táuricos.
Jean Palette-Cazajus