Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Porque al cielo iremos los de siempre.
Y ya diré por qué espero ver de nuevo a Jorge, esta vez en el cielo.
Desde
luego, no tiene relación con esta primavera democrática en país tan de
capullos que toda la historia se nos va en primaveras democráticas.
Hace 34 años vivimos otra primavera democrática. Después vino el desencanto, y entonces conocí a Jorge Berlanga, con su mueca de David Niven y su elasticidad de pantera rosa.
—Yo iba para pajarito —decía de sí Emilio Romero—, pero mi destino me ha erizado como una liebre: sorbo el aire, a ver lo que viene, y levanto las orejas.
¿Liebre, Jorge?
No,
no. Jorge, siempre tan falto de afecto, también iba para pajarito, pero
no era liebre: era pantera rosa en un Madrid heroico y galante entre
las ruinas de Chicote y las ruinas de Balmoral y que sólo existía en su cabeza. Lo real era El Cutre Inglés, persiguiendo a las piernas de Mamen del Valle, que tanto dieron que hablar.
—Hay camareras que reinan sobre la barra y camareras que convierten la barra en una república popular.
En
la barra de aquel bar de la calle del Marqués de Santa Ana alumbramos
una noche el «Gente y aparte» de ABC. Yo venía de un Mundial en México y
de una mili en la Brunete, y Jorge volvía de la Guerra de los Treinta
Años en el Rock-Ola. El desafío era el aburrimiento. Podíamos hacer lo que Christopher Walken en «El cazador», pero no teníamos ruleta rusa, o lo que Luis Calvo
en el Vietnam, pero nos faltaba el pelo blanco. Para los espíritus
burlones el periodismo empezaba a flaquear, y tuvimos el plan de una
sección rara. Al director le vendimos páginas con chicas deslumbrantes
de la Movida, pero Jorge vino con Rossy de Palma, que sólo era Von Donna. A las pocas semanas colaboraba Leopoldo María Panero, enamorado telefónicamente de Rosaura (Díez Fuertes),
auténtico ángel d'orsiano de la sección, a cuyo nombre, Rosaura, ABC,
Serrano, 61, enviaba Panero los sobres con sus cosas sobre la locura
desde el sanatorio de Mondragón.
Ahora que Jorge ha vuelto a desaparecer (el mes más triste para desaparecerse, decía De Quincey
que era junio, por el contraste de sus hermosos días, tan largos),
recuerdo un atardecer en que Jorge llegó a Serrano en mangas de camisa
con su folio (no había e-mail): se lo recogimos, y a él lo metimos en un
coche, con Rosaura al volante, para ver en Melgar de Fernamental a Gabinete Caligari,
de gira con «Camino Soria». Paramos en Burgos por una copa, y Jorge
desapareció. Una hora después (no había móviles) reemprendimos el viaje.
Y allí estaba él, cincuenta kilómetros más tarde, en la puerta del
hangar-discoteca, en mangas de camisa, con una copa en la mano, dando la
bienvenida a las serranillas del lugar.
—¿Veis como es un cielo?
Dijo Rosaura.