Diodoro de Sicilia
Martín-Miguel Rubio Esteban
Dentro de dos meses el Parlamento Nacional —redundancia y juego de paradiástole, todo Parlamento representa la Nación—, a espaldas de los ciudadanos ordinarios de España, nombrarán a un Presidente del Gobierno, sin que haya posibilidad para ningún ciudadano particular («idiôtês«) de proponer a otro candidato o de oponerse a los candidatos propuestos. Su nombramiento no sólo será indirecto, sino que incluso puede ser «a traición», con la inclusión posible en su gobierno de quienes tienen como principal objetivo político romper la patria. Esta práctica oligocrática y mafiosa era imposible en los comicios centuriados romanos y mucho más imposible en la Asamblea Ateniense de la radiosa Democracia Clásica. Básicamente aquel gobierno de la Atenas clásica estaba formado por una Junta de diez generales (stratêgoi), uno por cada tribu. Una vez al año se convocaba a la Asamblea a través de un proboúleuma para celebrar las elecciones. Cada tribu proponía a uno de los suyos que tenía que ser ratificado por la mayoría de la Asamblea, en la que estaba presente toda la ciudadanía ática —con un quorum mínimo de 6.000—. Antes de la votación —siempre a mano alzada—, el prostátes tôn prytaneôn, preguntaba si había algún ciudadano —idiôtês— que tuviese otro candidato alternativo de esa misma tribu. Si lo había se hacía una votación para elegir a uno de los dos candidatos. Si no lo había la Asamblea votaba sí o no al candidato propuesto por la tribu, y si lo rechazaba, en el mismo acto, la tribu debería proponer a otro candidato, y el prostátes volvía a preguntar a todos los ciudadanos (politaí) si había algún ciudadano (idiôtes) que tuviese otro candidato alternativo. Y del mismo modo se operaba con la elección de los siguientes candidatos de las nueve tribus restantes. Cuando se han aceptado los diez candidatos, se debe nombrar un nuevo candidato como rival de cada uno de los diez candidatos ya aceptados, y la votación ahora es una elección entre el candidato nuevo y el previamente aceptado. Si el nuevo candidato gana, reemplaza a su rival. Cuando no se propongan más candidatos como rivales de los candidatos aceptados, la elección habrá terminado. Esta Asamblea era de las llamadas kýria —cada pritanía tenía dos asambleas ordinarias o synklêtoi y una kýria o principal—, que se celebraba en la última pritanía anual, y solía durar entre ocho y diez horas. El pueblo comía y bebía durante la misma. Como mínimo dos grandes conclusiones sacamos de este tipo de elecciones:
1ª.- Todo ciudadano ateniense podía proponer el gobierno, con independencia de la propuesta que ya trajese cada tribu. Este procedimiento electoral muestra que incluso las elecciones complicadas pueden realizarse fácilmente mediante una serie de manos alzadas sin un recuento exacto de los votos.
2ª.- Aunque cada tribu proponía a un candidato perteneciente a su tribu, todos los ciudadanos del Ática tenían que ratificarlo, lo que garantizaba una cohesión social y política de los 139 dêmoi con independencia del territorio que ocupase. La patria (ptrís) era una y común a todos.
3ª.- La votación a mano alzada asegura la coherencia honesta de los votantes, y hace transparentes las animadversiones y manías.
Ahora bien, si analizamos los datos epigráficos del siglo V —hasta la Guerra del Peloponeso— sobre la composición social tanto de la Cámara Representativa (Boulê), o Poder Legislativo, como de la Junta de Generales, o Poder Ejecutivo, observamos que los propietarios estaban mucho más representados en el poder político que lo que justificaría su cantidad en el cuerpo de ciudadanos. ¿Por qué? La razón más importante se debería a que si la suerte o el voto recaían en un pobre que habitara en un dêmos lejano, éste debería renunciar a su cargo político, dado que no podría dejar el trabajo que le daba para comer y mantener a su familia, ni podría pagarse una residencia durante once meses en la capital en el caso de los bouleutai (el otro mes se lo pagaba el Estado cuando al bouleutês le tocaba ser prítano, una especie de legislador «de guardia» de Atenas). Estos ciudadanos que no podían pertenecer a la Boulê ni a la Junta de Generales por falta de recursos necesarios que les permitiera tener tiempo libre eran llamados áporoi. El igualitarismo radical de la Suerte debía estar acompañado con ciertas ayudas estatales que garantizasen que la Diosa Suerte funcionara plenamente.
Diodoro de Sicilia es, quizás, el autor griego que más ve como necesaria cierta igualdad económica (isomoiría) para que sea plenamente efectiva la isonomía (igualdad de todos ante la ley). «La igualdad ante la ley es vana sin cierta igualdad de la propiedad» (Diodoro de Sicilia, 2. 39). Es por ello que...
Leer en La Gaceta de la Iberosfera