Bonifacio
PEPE CAMPOS
Plaza de toros de Las Ventas. Sábado, 17 de junio de 2023. Corrida de la Beneficencia. Tres cuartos de entrada. Presidió la corrida S. M. el Rey D. Felipe VI desde el Palco Real. Al iniciarse el festejo se guardó un minuto de silencio en memoria de Iván Fandiño, al cumplirse seis años de su muerte en Aire-sur-l’Adour. Los tres toreros subieron a cumplimentar al Rey al término del festejo —suponemos que Fernando Adrián, tras salir por la Puerta Grande—.
Tres toros de Juan Pedro Domecq (2º, 4º y 6º), cinqueños, bien presentados, 2º y 4º flojos y toreables, 6º, un toro de los que se dice «con clase», excelente para el toreo. Se emplearon poco en varas. Dos toros de Daniel Ruiz (1º y 5º), 1º, engatillado y astifino, flojo, pero «excelente tontorrón», 3º, de escaso trapío, mini toro, inválido, muy protestado, se derrumbó en varios pasajes durante la faena de muleta. Y un toro de Victoriano del Río (5º) justo de presentación, flojo, y toreable.
Terna: Sebastián Castella, azul marino y oro, tímida ovación y vuelta al ruedo. Emilio de Justo, lila y oro, silencio y silencio. Fernando Adrián, azul noche y oro, silencio y dos orejas.
Después de una semana de «dimes y diretes» sobre el comportamiento del público de Madrid y de los aficionados de Las Ventas —principalmente del tendido 7—, a lo largo de la Feria de San Isidro de este año, llegó la cita anual de la Gran Corrida Extraordinaria de la Beneficencia, que experimentó un cambio polémico de fecha de celebración, pues pasó, en muy poco tiempo, desde que se supo que el matador Sebastián Castella podía estar anunciado, del domingo 18 de junio al sábado 17 —ayer—. Sobre la primera de las cuestiones podríamos comentar que el público de los toros suele ser triunfalista, pues pretende, cuando acude a un festejo, pasar una tarde agradable; de este modo, cuantas más orejas se corten durante la corrida de toros más contento y entusiasmado se mostrará. Viene a ser la parte popular de la fiesta taurina. Una visión festiva que no encaja con la tradicional severidad de los aficionados de la plaza de Madrid. Desde este punto de vista, los taurinos —gestores de los entresijos y de la economía de la fiesta de los toros— por intereses particularistas se ponen de parte de ese público cándido que quiere pedir, en toda ocasión que se preste, orejas para los toreros, con pañuelos a dos manos, hayan estado bien o mal los espadas de turno.
La plaza de toros de Madrid —ahora Las Ventas— por la formación teórica que sobre el arte táurico poseen sus aficionados y por el comportamiento riguroso que manifiestan durante las lidias —a la hora de valorar la actuación de los matadores de toros— rompen las estadísticas de los toreros y las previsiones de los taurinos que son partidarios de «ancha es Castilla» como «modus vivendi» para que el mundo de los toros se ajuste a sus deseos y manipulaciones. En este punto, entonces, los hombres de los negocios taurinos se encuentran ante el problema que les representa el duro y áspero aficionado Venteño, que no pasa ni una a esos síndicos de la comunidad taurina, porque el aficionado madrileño habita en «la cátedra del toreo», es decir, en Las Ventas, y piensa, que tiene una responsabilidad en velar, para bien, por el futuro de la fiesta de los toros. Este aspecto comporta una serie de inconvenientes para ese mundo que estamos refiriendo. El taurino —personaje sin par— lo que quisiera es derribar tanta exigencia por parte de los aficionados de Madrid, que hunde tantos proyectos artificiales de despacho tendidos por empresarios, apoderados, ganaderos, toreros, y parece ser, por lo que se ha leído últimamente, que también por ciertos «críticos taurinos» que no son independientes. Todo ello, desde hace décadas, supone lo que se podría denominar «la batalla de Madrid», que se dirime entre aficionados y negociantes del mundo del toro. Una batalla que se mantiene desde tiempo inmemorial y que todavía, por fortuna, está vigente.
Entrando en la crítica del festejo de ayer tarde habría que hacer mención de aquello que todo aficionado madrileño sabe y que dejó cincelado por escrito el gran torero Domingo Ortega, «dar pases no es lo mismo que torear», que lo expresó en su libro «El arte del toreo», una obra maestra de la literatura española que recomendamos se lea y relea vivamente. En este texto se encontrarán muchas de las respuestas que pudieran existir sobre el toreo y su adecuada interpretación, para aficionados y para «profesionales». Comentamos todo esto porque parece mentira —no lo decimos sólo por ayer— que veamos a toreros con muchísimos años de alternativa dando pases y pases, en tandas eternas, durante sus faenas de muleta, con la pretensión de alcanzar un mero resultado estadístico —esas ansiadas orejas que el público anhela ver en manos de los espadas al terminar sus buenas o malas intervenciones—.
Todo esto parece que ha venido ocurriendo en los últimos lustros —con inusitada intensidad— en el meollo de la fiesta de los toros, comandada por toreros «resultadistas», que han querido cortar orejas como principio conceptual, tarde tras tarde, en todas las plazas del orbe táurico, incluido Madrid, un criterio que no han corregido al cabo de los años, dejando de lado las nociones máximas que Domingo Ortega sugería, aquello de «parar, templar, cargar y mandar». Una concepción ésta del toreo que busca dominar al toro para crear esa belleza nacida de lo mejor realizado. Bien, pues la mayoría de los toreros se ve que no han seguido, en estos últimos lustros, ni siguen ahora, las normas clásicas expuestas anteriormente, y en sustitución de esos principios básicos eternos han creado una tauromaquia extensa en pases y vacía en contenido, ante un toro que se les ha preparado para que corten orejas todas las tardes para que el público goce y disfrute de manera superficial, manida y obediente.
No vamos a resolver estos problemas ni aquí ni ahora, pero son cuestiones que se traslucen si se quiere saber ver una corrida de toros actual. De los toreros de ayer: Sebastián Castella, ante un toro de Daniel Ruiz, ideal para «expresarse» según se entiende hoy, tuvo un comienzo decente en el que destacó un pase del desprecio, pero una vez «llevado el balón a la línea de tres cuartos», que es lo fácil, comenzó el neotoreo, casi todo con la derecha, mucha suavidad en los muletazos, pero para abocarse al pase de pecho en cada tanda, poca emoción, mucha descolocación —pierna retrasada, de manera ensayada o rutinaria—, buscando sólo la ligazón. Si no nos fijamos en el destoreo: impecable; si apreciamos el ofrecimiento ético y artístico de la verdadera colocación para «no dar sólo pases y torear»: inanidad. Mató en la suerte natural, de pinchazo bajo hondo y estocada baja, tras un aviso. En el cuarto toro —de Juan Pedro Domecq, que pudo haber sido protestado perfectamente—, más de lo mismo, acusándose en la faena la falta de mando, no sólo la pierna retrasada. Una falta de mando que permitió que la faena tuviera un inicio, con un buen pase por bajo, y ocho tandas de muletazos, casi todas con la diestra, y muchos pases de pecho. Tras un aviso, que recibió toreando, a pesar de haber toreado deprisa, mató en la suerte natural de una estocada algo delantera.
Emilio de Justo, en su lote, segundo de Juan Pedro Domecq y quinto de Victoriano del Río (toros flojos, boyantes y toreables) dio la impresión de estar atascado, de no encontrar la manera de principiar, concebir y conducir su toreo. Estuvo brusco, toreó despegado, como de trámite, sin mando. Todo pareció costarle mucho. Mató a su primero en la suerte contraria, de una estocada y un descabello. A su segundo en la suerte natural, de pinchazo y estocada trasera casi entera, más un descabello. Escuchó en este toro un aviso.
Fernando Adrián, en su impresentable primer toro de Daniel Ruiz, quiso agradar y torearlo, y, entre derrumbe y derrumbe del toro, Adrián recurrió al arrimón y a la exposición, pero todo quedó anegado por la falta de emoción y de interés. Esfuerzo inútil y prolongado. Mató en la suerte contraria, de estocada trasera y tendida, más un descabello. En el sexto toro, el toro de la corrida, de Juan Pedro Domecq, flojo pero con dos pitones extraordinarios, lo exprimió todo lo que pudo a base de naturales, derechazos, circulares, pases por atrás y todo tipo de efectismos que encandilaron al personal. Hubo ajuste, y faltó recrearse en el toreo clásico. Apostó por el éxito rubricado con una buena estocada. Para abrirse camino, la aventura emprendida —esos modos, a veces, clásicos, en ocasiones, bullangueros— puede ser lo adecuado, pero debe entenderse que eso sólo es llevar el balón hasta la media luna, en donde comienza el cante grande, si se pretende y se posee.