Javier Bilbao
Por lo que llevamos visto hasta el momento, las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos van camino de parecerse más a las de 2016 que a las últimas —excepcionalmente anómalas en muchos sentidos— y eso es algo que promete resultar interesante. La creatividad y frescura que tantas veces se echa en falta hoy día en el cine o la música se ha canalizado en internet y la guerra memética en redes sociales que llevó en volandas a Trump por entonces fue un buen ejemplo de ello: la sugerente estética vaporwave/retrowave, el humor troll y autoparódico, la apertura a nuevos temas de discusión política que antes estaban proscritos, la actitud desacomplejada frente a quienes intentaban silenciar aquello que no podían refutar a base de «-istas» y «-fobos» y, en definitiva, el populismo, no a la manera recriminatoria en que los medios usan el término sino como pulsión democrática de abajo hacia arriba, como cuestionamiento de unas élites que les (nos) habían llevado hasta esta sociedad a menudo distópica.
Hubo algunos de sus más insignes participantes que lo pagaron muy caro, como el bueno de Ricky Vaughn, pero aún hoy, 7 años después, seguimos viendo que se usan en el ámbito hispano expresiones y referencias de la cultura pop copiadas de allá como «basado», «redpilleado» o «rojopastilleado», las imágenes de la rana Pepe, etc. Que ahora hasta el mismo Pablo Iglesias las use para intentar conectar con los jóvenes es señal de que hasta el mejor chiste pierde la gracia al escucharlo cientos de veces y que las expresiones de moda… pasan de moda (o pasan a ser «cringe», aunque aquí optamos por decir «dar grima»).
Pues bien, por lo que empezamos a atisbar en este proceso de nominación del Partido Republicano para su próximo candidato electoral se avecina una nueva generación de memes políticos, en ocasiones de un talento deslumbrante, que sacan el máximo a la inteligencia artificial y a las tecnologías audiovisuales en torno al deep fake. Aquí tenemos un buen ejemplo de ello (también en televisión se hicieron eco de él y en su cuenta hay otras muchas muestras). No solamente es técnicamente perfecto, pues cualquiera que no esté familiarizado con ese rostro y voz, así como con la serie, no se dará cuenta de que es un montaje (¿cómo podremos distinguir lo real de la fabricación a partir de ahora?), también tiene mucha gracia —eso ayuda a hacerlo viral y a que quede grabado en la mente de muchos— y además está muy bien escogido el ángulo desde el que se quiere atacar al adversario. Para ponernos en contexto, Ron Desantis, actual gobernador de Florida, es el mayor rival de Trump para lograr la nominación, de manera que el meme lo sitúa como protagonista de la serie The Office que narra, precisamente, el fracaso de alguien escogido para un cargo más elevado de aquel en el que era competente: se concede así que es un buen gobernador, tal como lo creen la gran mayoría de los republicanos, pero negando su valía más allá. Otra característica del personaje eran sus infructuosos intentos por ejercer un liderazgo carismático y precisamente en ese flanco, en su rigidez de carácter y su falta de conexión con la gente, es donde Trump está atacándole con insistencia. Lo que nos lleva al siguiente punto.
La psicología del mote
Hemos aludido a las campañas propagandísticas en redes, pero ¿qué hay de los propios candidatos? Si algo destacó en las disputas entre ellos previas a aquellas elecciones de 2016 fue la desenvoltura de Trump en la confrontación personal, siempre dispuesto a bajar al barro en controversias poco elegantes, ciertamente, pero muy entretenidas para el público, como si el proceso de elección tuviera algo de esos reality shows en los que tanto se curtió previamente (dejaremos para analistas de altos vuelos teóricos la cuestión de si una democracia no ya debería si no si realmente podría ser algo más sofisticado e intelectual). Dotado de una gran penetración psicológica para detectar los puntos débiles del contrario y exponerlos de una manera directa y a menudo cómica, cada uno de sus rivales se llevó un mote que repetía siempre en lugar de su nombre, otras veces incluso recurrió a hacer imitaciones de ellos en mítines. Algunos acusaron el golpe, como Jeb «Low-Energy» Bush, que intentó mostrarse más enérgico y espontáneo de lo que su personalidad le permitía y eso terminaba causando extrañeza en la audiencia. Como si Trump se hubiera metido dentro de su cabeza a la manera de un diablillo y estuviera saboteándolo.
De esta misma manera, lo que ahora estamos viendo en la actual carrera por la nominación es el mismo guion...
Leer en La Gaceta de la Iberosfera