miércoles, 21 de junio de 2023

El mito de la justicia social


The Lanes, Brighton, UK

 

Dalmacio Negro

 

1.- El mito es consustancial a la naturaleza humana y las religiones anteriores al cristianismo, muchas de las cuales subsisten, eran religiones míticas. La gran novedad del cristianismo, la religión de la libertad,[1] consiste justamente en que rompe con el mito y la época mítica. El Lógos amoroso del evangelio de san Juan es  radicalmente desmitificador y, desde su afirmación como religión universal —la única salvo el islam, una herejía del judeo/cristianismo (H. Belloc)—,  hay una lucha permanente hasta el fin de los tiempos, decían Carl Schmitt, Nimio de Anquín o René Girard, entre el eón cristiano y el mítico de las religiones paganas, cuyo lógos es polémico. Eón del que habría devenido adalid el deus mortalis de Hobbes: el Estado que sometió a la Iglesia depositaria y representante del Lógos juánico en la revolución francesa.

Los mitos originarios del Paraíso perdido, la Edad de Oro, la justicia originaria, la Ciudad Perfecta, etc. siguen vivos en el inconsciente colectivo y el mítico deus mortalis suscita  mitos políticos, en los que están presentes los ancestrales alimentando la utopía. Saint Simon, uno de los padres del cientificismo y maestro de Comte y de Marx, impulsó del modo de pensamiento ideológico invirtiendo el mito de la Edad de Oro situándola en el futuro como realización, mediante la ciencia, del «nuevo cristianismo».    

Uno de los mitos políticos suscitados por el deus mortalis es el de la justicia social, que incita a los maquinistas a utilizar la potencia de la máquina estatal para politizar todo hasta devenir totalitario. La manera de instalar la Ciudad Perfecta regida por la «justicia originaria» del Paraíso perdido por el pecado original. Pecado cuya superación —la eliminación del sentimiento de culpa y el concepto pecado— obsesionaba a la tendencia del racionalismo cartesiano que desfundamentó la cultura occidental, triunfó en la Ilustración y culminó en la ontofobia (Ortega) kantiana.

2.- La ontofobia, la destrucción de la metafísica, el saber o ciencia del ente, dejó libre el campo al subjetivismo irracionalista —de ahí, por ejemplo, el Yo romántico—, y Lotze (1817-1881) propuso atenerse los valores para  compensar el vacío metafísico: el nihilismo sobre el que llamaron la atención Dostoyevski y Nietzsche.[2] Pues los valores no son entidades, sino lo que agrada o desagrada (Meinong), lo que deseamos o no se desea (Ehrenfels). Cualidades, decía Carl Schmitt,[3] crítico radical de los valores —una trampa, observó, en la que cayó Ortega—, que no se encuentran en la naturaleza de las cosas y reclaman, para ser aceptados como guías de la conducta, una respuesta emotiva, una adhesión o un rechazo afectivos. Es decir, más sentimental que racional.

En ese contexto, comenzó a imponerse el modo de pensamiento ideológico en las creencias colectivas como el método adecuado para comenzar la historia verdaderamente humana preconizada por la Gran Revolución. Guiada por el Estado, los valores ideológicos empezaron a sustituir, fungiendo como valores sociales ineludibles, a las virtudes —hábitos que son una forma de memoria— como principios de la cultura y la civilización.[4] En el Reino de los valores, «lo social» —un adjetivo cómodo, multívoco, dice Amando de Miguel, que poco o nada significa por sí mismo— es «el adjetivo que sirve de pretexto a todas las estafas» (Gómez Dávila).

3.- Simplificando siempre por razones obvias, Augusto Comte había remplazado la metafísica por la sociología, en la que son fundamentales los valores. Pero al ser subjetivos, comenzó la discusión sobre su jerarquía, sobre el bien y el mal, etc. Discusión zanjada por el artificioso deus mortalis imponiendo legislativamente como deberes valores cuyo contenido no era muy distinto inicialmente  de la conducta atenida a las virtudes de la tradición clásica y cristiana. Mas, como suele suceder, poco a poco, a medida que sustituía la ideología a la religión en la mentalidad colectiva y se debilitaba la auctoritas de la Iglesia, se impusieron los valores que interesaban a los gobernantes que conducían la máquina de poder.  Actualmente, los valores de la ideología de las oligarquías que imponen coactivamente —la political Correctness— la ética —o falta de ética— «progresista». Ersatz (sustituta) de la ética natural tradicional basada en el pecado original, para restaurar, más o menos inconscientemente, la justicia supuestamente originaria coherente con la naturaleza humana no dañada por el pecado[5] y, en definitiva, el Paraíso perdido. Tal es el sustrato del mito de la justicia social que implica de que las leyes deben adecuarse a las circunstancias históricas de cada momento. Es decir, el Derecho debe ser revolucionario convirtiéndose en su contrario: la política jurídica del tipo soviético.

4.- Un jesuita, el italiano Luigi Taparelli d’Azeglio (1793–1862), utilizó la expresión justicia social —no fue el primero— en 1843 en su voluminoso Saggio teoretico di diritto naturale appoggiato sul fatto (Ensayo teórico de derecho natural apoyado en la realidad fáctica). Su intención era actualizar a Santo Tomás en el contexto de la «cuestión social» suscitada por la revolución industrial, que impulsó el auge de la miseria en las ciudades al crecer la población y afluir a ellas los campesinos buscando mejores salarios. Contexto al que  hay que añadir, en el caso particular de Taparelli, la Restauración y los movimientos en pro de la unidad de Italia.

«La justicia social, escribió el sabio jesuita pensando en la justicia legal tradicional, debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad». Admirador del Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo de Donoso Cortés y cofundador de la revista Civiltà Cattolica en 1850, no imaginó el éxito y el uso que iba a tener esa expresión al relacionar la justicia con la igualación. Con el tiempo, devino el gran mito político rector de la política estatal de las izquierdas, que no dejó indiferentes a las derechas.

La égalité de la revolución francesa unida al principio igualitario de la democracia norteamericana, que irrumpía por entonces en Europa, facilitaron la aceptación de la justicia social como una forma nueva de la justicia y su transformación en un principio revolucionario para cambiar la sociedad.

La revolución soviética aspiró a cambiar el mundo entero realizando la justicia social que libere a todos los hombres haciéndoles iguales; se supone que en todo: en estatura, belleza inteligencia, bondad, ganas de trabajar, etc., pues, sino vuelven las desigualdades. El mito del hombre nuevo. Aunque el gran novelista Balzac, otro mentor de Carlos Marx, no creía que pudiera conseguirse la igualdad definitiva: «La igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance jamás a convertirla en hecho».

El sintagma hizo fortuna...

 

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