Zemmour
Hughes
Es conocida la reductio ad Hitlerum, la falacia por la que si a Hitler le gustaban los macarrones, el que los coma será nazi. Luego está la Ley de Godwin: a medida que una conversación en la red se alarga, las probabilidades de que salga Hitler a colación se aproximan a uno. Esto le pasó a Amparo Rubiales que estaba en Internet cuando llamó «nazi judío» a Bendodo. Se tiró en plancha sobre la ley. Con ella, Godwin perdió su cualidad asintótica: Rubiales no deja que las conversaciones tiendan a nada, las empieza directamente así: nazi.
Al hacerlo, dio lugar a una expresión, «nazi judío», que tenía una cualidad chisporroteante.
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De todos modos, tampoco lo primero está tan claro; y si no, ahí está el caso de Eric Zemmour, que es judío pero como si no lo fuera (ha sido acusado de delito de odio). Ayer fue un día para pensar en él porque tras la dimisión de Rubiales llegó el ataque de Annecy, enunciado en la forma habitual: «Ataque con cuchillo», «un hombre con cuchillo»… No era un ataque islamista sino filoso. Terrorismo filoso. Era un sirio acuchillando bebés franceses en carrito. ¡Qué imagen demográfica! Esa imagen y la de la catedral francesa ardiendo resumen las cosas. La realidad a veces es muy populista…
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Muchos desearán decirle de todo, ultra, radical o incluso nazi. Pero estarían haciendo un Rubiales y además incumplirían una ley no escrita tan científica como la de Godwin: cuanto más antipática la Casandra, más razón acaba teniendo.
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