domingo, 11 de junio de 2023

Sobre dos prácticas de riesgo: toros y filosofía hoy

Pilar Albarracín


Jean Juan Palette-Cazajús

 

«Antes creo, Sancho – dijo don Quijote –  que te quieres encaramar y subir en andamio por ver sin peligro los toros». (Don Quijote de la Mancha. Segunda parte. Capítulo XIV).                   

La tauromaquia podría ser un excelente objeto para la filosofía. Pero la filosofía no se preocupó particularmente por encontrar ni la forma ni el lenguaje con que aventurarse a hablar significativamente de la tauromaquia. Los aficionados decimos de ciertos toros que son «inciertos», es decir que su comportamiento resulta impredecible, generalmente tirando a peligroso, con arreglo a los criterios generales de la etología comportamental del animal durante la lidia. Digamos que la tauromaquia resulta ser para la filosofía un objeto fundamentalmente incierto. Una gema de particular brillo y dureza que ha roto sistemáticamente los dientes de quien intentara hincárselos. Hasta el punto, nos atreveríamos a afirmar, de que sólo se empezó a reflexionar dignamente sobre la cuestión de los toros a partir de la segunda mitad del siglo XX.  Exceptuando algún que otro pionero o francotirador, como el citado Michel Leiris (1901-1990) o José Bergamín (1895-1983). Salvada la publicación, en 1943, del primer tomo de Los Toros. Tratado técnico e histórico bajo la dirección de José María de Cossío (1892-1977), el futuro y mítico Cossío. Como lo anticipábamos, intentar reflexionar con algo de seriedad sobre los Toros difícilmente se conseguirá si no recurrimos en algún momento a las ciencias humanas.

 


Ortega y Gasset con Heidegger, 1953


Entendemos que la filosofía es hoy tanto madre de aquellas ciencias como hija suya según los casos concretos de lo que se asemeja a un verdadero intercambio dialéctico. Y entenderemos que, de la filosofía, se tratará de tener en cuenta, además del mínimo rigor necesario para toda reflexión, al menos la conciencia de su estatuto libre e independiente. Por fin, tampoco echaremos en saco roto la frase de Claude Lévi-Strauss (1908-2009): «Las “ciencias humanas” solo son ciencias mediante una halagüeña impostura». Para el gran etnólogo no se trataba de desvalorizarlas, sino de tener siempre presente su provisionalidad y la posibilidad de su refutabilidad. Trataremos de que las herramientas conceptuales utilizadas en esta empresa nunca carezcan de un fundamento empírico. Tampoco nos consideraremos en condiciones de demostrar nada, si acaso de mostrar que la excepción táurica debe suscitar ecos y armonías bastante más complejas que las del monótono treno fúnebre que la acompaña en el momento presente. Modernamente, se ha intentado hablar de toros desde una perspectiva ética, estética, metafísica, ontológica, axiológica, simbólica, sociológica, etnológica, sicoanalítica, lúdica, económica,...podríamos seguir. La primera tentativa en ese orden fue seguramente la del citado Michel Leiris con su insólito Espejo de tauromaquia publicado en 1938. Nada gratuito resultaba el hecho de que el autor uniera en su persona el espíritu transgresivo de los surrealistas y la voluntad etnológica. Desde entonces, cabe contemplar seriamente la hipótesis de que las mejores reflexiones sobre la tauromaquia hayan quedado marcadas por las virtudes y los defectos de aquella obra pionera, es decir que hayan ocupado siempre un espacio incierto entre la ambición y la facilidad del adorno, entre la sutileza y la tentación de la impostura, entre la riqueza metafórica y la amenaza de la verbosidad.

 


Picasso, Dora y el Minotauro, 1936


Deberemos preguntarnos en algún momento si puede hablarse con propiedad, en el caso de la tauromaquia, de un «hecho social total» según la definición que diera Marcel Mauss. El punto es esencial. Parece que el enfoque adquiere mayor nitidez, que la tauromaquia se desvela con menor reticencia, cuando el prisma con que la consideramos es etnofilosófico. Claude Lévi-Strauss, de inicial formación filosófica, terminó concluyendo que ni la filosofía contestaba todas las preguntas que ella misma suscitaba, ni todas las preguntas necesarias cabían en la filosofía existente, acechada, como todas las empresas intelectuales, por la tentación del repliegue hacia la rutina académica y la cerrazón de los sistemas. En los mismos años en que Lévi-Strauss lidiaba con las dudas que iban a determinar su bifurcación intelectual hacia la antropología, despuntaba en Alemania una corriente del conocimiento que, a su manera, reflejaba las mismas preocupaciones. Nos referimos a la llamada «Antropología filosófica» alrededor de nombres como los de Arnold Gehlen (1904-1976) y Helmut Plessner (1892-1985). Aquellos pioneros trataban de integrar a la reflexión filosófica no solamente las aportaciones de la etnología, sino también las de la biología, de la zoología, de la naciente etología, de la paleoantropología. Es decir que anticipaban prácticas epistemológicas hoy habituales, al fin y al cabo, las mismas que trataremos de acatar a lo largo de nuestro itinerario. Exponían la naturaleza de un ser humano al que consideraban carencial y descentrado por definición. Le buscaban un suelo naturalista al peregrinaje ontológico de Heidegger. Pero si tuvieron el mérito de renunciar a la tradicional visión antropocéntrica del accidente evolutivo humano para atreverse a pensarlo como un verdadero «marginal» del cosmos, siempre asomado al borde de la nada, no fueron capaces de librarse del Zeitgeist, del espíritu que les dictaba la circunstancia histórica y local en que nacieron. Trataron así de buscar alguna forma de salvación para el individuo acogiéndose al asilo de la propia cultura nacional, la alemana, hasta el punto, particularmente en el caso de Arnold Gehlen, de llegar a coquetear con el nazismo.

 


Alaska y el animalismo gore chic de Peta


Lévi-Strauss, al contrario, trató de intuir la realidad humana en la diversidad de las culturas, «observando las diferencias para descubrir las propiedades». A esta filiación añadiremos en nuestro itinerario reflexivo el nombre de Philippe Descola (París, 1945), heredero directo y prestigioso de Claude Lévi-Strauss, animado por la voluntad de pensar las categorías ontológicas en un marco situado «Más allá de naturaleza y cultura», como se titulaba la obra fundadora que publicó en 2005. A quienes quieren intentar pensar en profundidad los ritos táuricos, el pensamiento de Descola los ayudará a pertrecharse con conceptos rigurosos y esclarecedores. Dos de ellos, las categorías ontológicas llamadas por el antropólogo «naturalismo» y «animismo», nos resultarán particularmente preciosas de cara a una lúcida comprensión lo mismo de la etiología de las corridas de toros que de la etiología de las sensibilidades e ideologías animalistas. Su aportación práctica a la elevación del nivel del debate puede contribuir no poco a que partidarios y adversarios de la tauromaquia logren extirparse de los atolladeros en que chapotean en su enfrentamiento. Una trifulca generalmente lastrada por la inexistencia de cualquier zócalo argumental y epistemológico, sustituido por la retórica polvorienta de los primeros y el chantaje lacrimal de los segundos.

 


 

Pilar Albarracín


Hoy la tauromaquia atraviesa una situación de absoluta emergencia. Padece un acoso despiadado por parte de los poderosos grupos de opinión animalistas. Si los activistas antitaurinos siguen siendo minoritarios, la mayoría de la sociedad oscila entre la indiferencia y la franca hostilidad. No nos hagamos ilusiones, «es la lucha final» como dice el viejo himno mesiánico y los aficionados a los toros nos encontramos tan minoritarios como solitarios frente a una configuración ideológica de alcance mundial, la que postula una antropización compasiva, por no decir una descarada humanización del animal, dogma este que parece definitivamente instalado en el corazón de las sociedades posmodernas. Dicho de otra manera, cualquier reflexión sobre los Toros se ha convertido en una peligrosa actividad bélica, en una experiencia de la trinchera que puede volverse mortal en cualquier momento. Cualquier aproximación a nuestro objeto que se mostrara distanciada y metafórica, estetizante y culterana, como ha sido el caso durante mucho tiempo, aparecería hoy irrisoria, impracticable, por no decir aporética y, sobre todo, muy cobarde.  El problema es que razonar en situación de constante presión y emergencia no es bueno ni para la calidad del pensamiento ni para la lucidez del pensador.

La gran etnóloga británica Mary Douglas, escaldada por ciertos hábitos mentales heredados del estructuralismo, desconfiaba profundamente de todo pensamiento binario y de «aquellos que declaran que existen dos clases de gente o dos clases de realidades o de procesos». Sin embargo, vemos hoy que los sistemas binarios, tan esenciales en las ciencias de la computación, muestran asimismo su importancia, en ramas esenciales del saber, desde la biología evolutiva hasta los avances de las neurociencias. Por no hablar de los numerosos datos que parecen acreditar la tendencia espontánea del cerebro humano – particularmente en los campos ético y político – a funcionar efectivamente en modo binario, por no decir maniqueo. Pero resulta además que la tauromaquia es una realidad incomprensible si no asumimos que solo constituye uno de los términos de un insecable binomio, histórico y cultural. Siendo el segundo su antítesis negativa, la antitauromaquia, el mundo de sus pertinaces y perennes enemigos que la acompañaron, con histórica fidelidad, desde el otro lado del espejo y desde los orígenes [Ver nota]. Razón por la cual pensamos que toda tentativa de aproximación filosófica y antropológica a la tauromaquia exige hoy verse completada por un conocimiento sólido de las fuentes y de los fundamentos del actual pensamiento filoanimalista y antitaurino. De lo contrario, sencillamente no nos enteraremos del objeto de nuestra reflexión. Y así, al final, nos encontraremos con que semejante consideración paralela de la tauromaquia y de sus prácticas, lo mismo que de las ideologías antagónicas, distará mucho de ser un objeto periférico en los dominios de la filosofía, o incluso aparentemente terminal como muchos tienden a considerar. Trataremos de mostrar aquí que, al contrario, el crucial dilema se encuentra en vías de convertirse en un elemento céntrico de toda reflexión, en el envite de las preguntas más urgentes sobre la identidad, la significación y la continuidad de la singularidad humana. Dicho de otra manera, en una verdadera «filosofía de la vida, que, en sí misma, es una tautología, pues la filosofía no tiene que ver con otra cosa que con la propia existencia», Heidegger dixit.


NOTA. Imprescindible el muy reciente libro de Beatriz Badorrey: Taurinismo / Antitaurinismo. Un debate histórico. Cátedra, 2022.

 

 

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