Francisco Javier Gómez Izquierdo
Al hombre lo fotografié hará un año o dos frente a la catedral de Sevilla. Mi doña me dijo que ya que se había dejado retratar que le echara algo en el casco de la moto porque había advertido un cartelito que ponía "donativo" o algo parecido. "¿Cómo voy a dar dinero a ese hombre que seguro es millonario, espía o alguna cosa rara?". El hombre dijo ser ruso y me llamó la atención todas las carreteras que había recorrido en moto: América del sur totalmente bordeada, los EEUU sin faltarle un Estado, el Canadá, Australia, el Ártico... Imagino que con motos distintas porque otro detalle llamativo eran sus desplazamientos en avión, que estarán conmigo cuestan un pastón. "Para tamaño ruterío hay que tener mucho tiempo y mucho dinero". El empeño viajero del ruso de Sevilla puedo comprenderlo a pesar de que ni me he montado nunca en moto ni creo me montaré. Cada uno se gasta su dinero como le da la gana, pero esas cosas que se les ocurren a algunos extravagantes para dar la nota no me caben en la cabeza. No sólo me refiero a este quinteto de ricos que se ha metido en tan minúsculo, incómodo y agobiante habitáculo para ¿qué? ¿Cómo puede ser atractivo meterse a tanta profundidad para ver de cerca cómo te puedes ver tú si desafías la inmensidad de los océanos? En mi cabeza tampoco cabe que alguien pague lo que le pidan por ir a Marte. A mí me dan 10. 000 millones de euros y les aseguro que no voy. Cuando se llegó a la Luna creí que los astronautas iban medio obligados y que los EEUU y Rusia preparaban a sus hombres advirtiéndoles de las muchas probabilidades que tenían de morir. Resulta que no. Que hay lista de espera. Que son muchos los que quieren subir en cohete. Al fin va a ser verdad que el raro es uno.