Javier Bilbao
Hace un par de semanas Elon Musk quiso dar una de sus periódicas patadas al avispero desde su cuenta de Twitter y esta vez difícilmente pudo escoger mejor objetivo. Pero como el musgo sigue a la humedad, cuando alguien critica al, ejem, «filántropo» de apellido palíndromo lo que viene después son artículos de prensa hablando de «teorías de la conspiración» y «antisemitismo». Esta vez, claro, no fue la excepción como podemos ver aquí, también aquí, o en este otro medio. Una reacción mediática pavloviana tan previsible, repetida durante tantos años (como en este artículo del Washington Post de 2018: «Conspiracy theories about Soros aren’t just false. They’re antisemitic»), que esta misma semana se ha fundado la asociación Jews Against Soros, quienes no sólo tienen la audacia de proclamar que Soros existe y no es una fantasía con reptilianos y anunnakis, sino que además criticar su colosal músculo financiero al servicio de la agenda progresista no lo pone a uno del lado del III Reich. Ahora bien… ¿Por qué ese empeño de los medios en repetir una acusación tan burda y manoseada para defenderlo? Porque, sencillamente, buena parte de ellos están bajo su control y no sólo porque sea accionista en bastantes, sino por la estrategia notablemente sofisticada que ha sabido desarrollar para condicionar su narrativa. A lo largo de su vida ha invertido la astronómica cifra de 32.000 millones de dólares en su activismo político progresista y, en bastantes ocasiones, ha sabido hacerlo con gran astucia. Veremos cómo.
Antes de centrarnos en el sistema que ha creado en torno a él y su fundación, la Open Society, convendría acercarnos un poco a la persona. Nacido en Budapest en 1930 (Viktor Orbán, que bien lo conoce, precisamente se ha convertido en su mayor adversario), tuvo una juventud marcada por el nazismo y el comunismo que le llevó en 1947 a emigrar a Londres para estudiar economía y filosofía, lo que le permitió entrar en contacto con la obra de Popper La sociedad abierta y sus enemigos. Es difícil exagerar la importancia que supuso para él, pues ese planteamiento maniqueo quedó grabado a fuego en su mente como una revelación religiosa. También comenzó a desarrollar un enfoque recurrente, casi obsesivo, aplicado tanto en su posteriores negocios de especulación financiera como en su interés por los medios de comunicación, lo explicó posteriormente en su obra La alquimia de las finanzas: «la comprensión de los participantes y la situación en la cual participan continuó preocupándome mucho tiempo después de terminar mis estudios universitarios (…) vivimos en el mundo real, pero nuestra visión del mundo no se corresponde con el mundo real. La gente basa sus acciones no en la realidad sino en su visión del mundo, y ambas son diferentes».
Lo importante será por tanto cambiar la percepción de la gente sobre cómo son las cosas y así se influirá en sus decisiones, sus inversiones, su voto. En ese sentido, varias de sus maniobras en bolsa más lucrativas han sido profecías autocumplidas. Como la carta que envió a Times of London el 9 de junio de 1993 en la que escribió «preveo que el marco caerá ante todas las grandes monedas», provocando así en las 24 horas siguientes un pánico bursátil que hizo caer esa divisa y generarle a él pingües beneficios. En años posteriores repetiría la jugada con el rublo y con el dólar, aunque lo que quedó para la historia fue su ataque contra el Banco de Inglaterra: le supuso a cada uno de los británicos perder 20 libras, directamente embolsadas en una parte significativa por nuestro protagonista. A la vista de todos estos manejos no es sorprendente que en su libro anteriormente citado confesase «yo siempre he albergado una exagerada visión de mi autoimportancia… Por decirlo sin rodeos, me imaginaba a mi mismo como algún tipo de dios». ¿Y qué es lo que hace a continuación alguien con tal fortuna y una opinión de sí mismo tan estupenda? Pues, en sus propias palabras, «mi objetivo es convertirme en la conciencia del mundo».
Soros comenzó su actividad política (que no «filantrópica») en los años 80...
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