sábado, 17 de mayo de 2025

Purina


Morante de la Puebla

Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


En Jerez, el otro día, volvía Morante por el callejón y se detuvo delante de Joaquín Moeckel, que se fumaba un puro: le quitó primorosamente el puro, le pegó dos caladas igualmente primorosas y lo colocó otra vez en los dedos de Moeckel, que es abogado y de El Cid, el torero de la pureza, esa cosa que hay entre la lidia y el arte.


¿Y Morante qué es?


Morante es el torero de la purera, o el arte de birlar puros. Le gusta jugar al fútbol y leer para coger el sueño...


También me gusta no hacer nada –le dijo una tarde a Gala, el bardo de Brazatortas que lleva un Morante dentro.


Llamamos al lance morantino “purera” y no “purina” como Gerardo Diego llamaba al lance manoletino “manolera”: por ser palabra española y natural para evitar el horrible esperpento, confiteril y ridículo del voquible “manoletina”.


¿Que si es importante el puro en los toros?


El tabaco, dice Foxá, se descubrió demasiado tarde. Y dice que en Atenas Aristóteles lo hubiera enaltecido y Diógenes denigrado. Que en Roma Ovidio le habría dedicado un poema y Virgilio lo citaría en las “Geórgicas”. Que buenos puros hubiera encendido el jovial arcipreste de Hita en las claras mañanas del Guadarrama. Que Manrique lo habría empleado como metáfora de la brevedad de la vida.


Pero le estaba reservado al tabaco la Edad Moderna. Ahora vive su Siglo de Oro.


Morante cree que todo lo que hace falta para volver a la Edad de Oro del toreo es encender un puro, pues el tabaco simboliza frivolidad y vida galante: es heráldica del pecado.


Yo, como poeta, soy aliado suyo, porque tan bello como vender sueños es comerciar con azules espirales. Y porque me place, en una época de tedioso materialismo, ver a los hombres gastarse millones de dólares para sentarse en una butaca o bajo una parra, rodearse de nubes la cabeza como un ángel y contemplar la subida del humo, que nos obliga a mirar al cielo.


Morante es el arte de quienes, después de meterse al cinto un rabo de toro en Toribio, en vez de ir al Arqueológico a contemplar escombros, van a Las Ventas a fumarse un puro en perfecta comunión de espíritu. ¡Ariel y Calibán! Nada de esto tiene que ver con los toros. Mas ¿a quién le importan los toros?