Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
La partitocracia española es un sistema de bandas cuyas jefaturas encarnan una vocación de régimen. Cada jefe, en cuanto alcanza el poder, sólo tiene dos objetivos: perpetuarse en su posición y echar de comer a la banda, para lo cual ha de salir a cazar a una lustrosa gacela Thompson en forma de empresa. Y la gacela Thompson del zapaterismo era la eléctrica de Pizarro, ese señor de Teruel que, sin embargo, dice sentirse como Nelson en Trafalgar, que ganó la batalla, pero que pagó con su cabeza la victoria.
Pizarro sigue siendo mucho Pizarro. Tengo un amigo que tiene un amigo que se llama El Oso y que fue a Trujillo por un bote de tierra del pueblo porque viajaba al Perú y quería esparcirla, a modo de ofrenda, sobre la tumba del capitán español, en quien no sé si Gala, en su revisión de la España “prêt-à-porter”, habrá encontrado alguna dimensión metrosexual, como le ocurrió a Cortés. El nombre de Pizarro suena tan áspero en los círculos del Gobierno –muchos de cuyos miembros, por cierto, no sabrían distinguir la figura del porquero de Trujillo de la del eléctrico de Teruel– que en Afganistán nuestros soldados deben desplazarse en vehículos BMR, con ruedas de goma, porque los vehículos “Pizarro”, provistos de cadenas, dan una imagen demasiado belicosa para una misión que el zapaterismo ha vendido como de paz, que es una cosa que gusta mucho a las “misses”, que son las que votan.
En cuanto a lo de Pizarro, que dice sentirse como Nelson, ¿qué quieren que les diga? Que, tal como está la educación en España, ése es un sentimiento de colegio de pago, porque yo no veo a un Calderón (“me llamo Calderón y doy suerte”) comparándose con Nelson sólo porque, después de ganar en Getafe, haya gente que pida su cabeza.
–¡Deme un beso, Hardy!
Éstas fueron las últimas palabras de Nelson al término de la batalla de Trafalgar en presencia de sus altos oficiales, entre ellos Thomas Hardy, el capitán de la nave en que navegaban. La anécdota la usó Chesterton para refutar la impresión de Kipling según la cual los ingleses “no caemos sobre nuestros cuellos y nos besamos cuando nos reunimos”. Tan antigua costumbre se desvaneció junto con el moderno debilitamiento de Inglaterra. Nelson es la excepción. ¿Es más inglés ocultar las emociones? Chesterton sostiene que Carlos II fue muy popular porque, como todos los jocundos reyes ingleses, exhibía sus pasiones. Y Guillermo el Holandés nunca fue popular, porque, como no era inglés, ocultaba sus emociones.

