Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Para mí, Javier Reverte es un regalo de Eduardo Riestra, de los Riestra de toda la vida, es decir, de los que salen en negrita en ese Gotha de socarronerías que es la libreta de hule de Julio Camba. Ahora mismo no sé de nadie que ame más a la literatura por la literatura que Riestra, de lo cual debió de surgir su amistad con Reverte, que, sin embargo, no hacía literatura, sino viajes.
–Dentro de unos años no valdrá la pena viajar –escribió Foxá a primeros de los cuarenta–. Todos los pueblos quieren aparecer modernos y americanos. Hace año y medio, en el gran serrallo de Estambul, he visto al jefe de los eunucos vestido como un organillero, hablándome de la última película de René Clair.
Y la cosa va a peor: hoy los jefes de los eunucos hablan del último gol de Eto’o. Menos Reverte, aunque escriba en el “Marca”, donde un día lo hicieron Valencia y Vadillo. Aunque escriba como conversa, que es lo que a mí me entretiene. A Reverte lo ves de Pascuas a Ramos y siempre recupera la conversación en el punto en que la dejó.
–Para Marguerite Duras, la conversación era una especie paladeable de ruleta rusa –dice Ullán, otro que tal baila.
La Duras metía cizaña y persuasión, melodrama y comicidad, y eso hace Reverte, mientras cena con vino, yendo del plato al cigarrillo, y trasnocha con whisky, yendo del cigarrillo al vaso.
A esta España tartaja de chonis y poqueros le falta conversación, y por eso uno puede acabar dándose por satisfecho con un viaje alrededor de una habitación.
Lo mejor de los viajes es recordarlos con Reverte, sin calor y moscas.
En alguna parte el filósofo Peter Sloterdijk ha sondeado la profundidad de la conexión posmoderna entre gasolina y libertad, pero sus resultados exceden a la cortesía de este folio destinado, sin más, a cariñosear un rato con Reverte, Phileas Fogg de madrugada burgalesa pelando una malaria en la barra del bar: yo había ido a lo de las cruces de Chirino en la catedral y Reverte estaba en el Espolón firmando tal que un canónigo viajes al beaterío de Burgos, mi pueblo. Ahora ha sacado un novelón, “Venga a nosotros tu Reino”, (Areté), de curas, rojos y chotas. Un novelón para leer con la primavera bajo los tilos del Espolón. ¿Y qué hago yo, que no leo novelas, con este novelón, si a mí lo que me gusta es hablar?
El buen Chesterton sostiene que los paganos no tenían nada parecido al arte de la ficción porque la novela es una creación de la idea mística de la caridad.

