domingo, 18 de mayo de 2025

Ratzinger



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Animados por nuestra Real Academia, que viene de pegarle a Dios un corte de pelo al cero, 67 profesores de la Universidad romana de La Sapienza, que cuenta con una nómina de 5.000, han impedido la visita a sus aulas del Papa Benedicto XVI. 67 pocholones de la razón frente a 4.933 volterianos del “lucharé hasta la muerte para que tú puedas decir lo contrario de lo que yo pienso”, pero que han merecido, los 67, titulares de una ecuanimidad sobrecogedora en la prensa de progreso. Por ejemplo: “Ola anticlerical en Italia”.


La ola, pues, son 67 granujas de la tolerancia “avant la lettre” que, en nombre de la racionalidad laica –una cosa que Ratzinger ya tenía discutida con Habermas en Munich–, impiden el paso al Papa porque es un Papa que no bendice como Mariano Rajoy el aborto o el “matrimonio” homosexual, además, por supuesto, y según ellos, de “lo de Galileo”. O sea, un Papa fascista.


Lo cierto es que nuestra racionalidad laica, por más que pueda parecer evidente a nuestra razón educada al estilo occidental, no es comprensible para toda “ratio”, en el sentido de que, como racionalidad, encuentra límites en su intento de hacerse inteligible. De hecho, su evidencia está ligada a determinados ámbitos culturales, y debe reconocer que, tal como es, no es reproducible en el conjunto de mente operativa a escala global. En otras palabras, no existe la fórmula universal racional o ética o religiosa en la que todos puedan estar de acuerdo y en la que todo pueda apoyarse. Por eso mismo la llamada “ética mundial” sigue siendo una abstracción.


Eso dijo Ratzinger a Habermas en Munich, pero en Roma no ha podido decirlo a nadie porque 67 tragaldabas con cebadera del Estado se han puesto burros excitados por la escueta Emma Bonino, aquella Venus “euroidiota” que espoleaba al Clinton del balano embravecido para que bombardeara Yugoslavia sin la póliza de la Onu que ahora le pide a Bush:


Estoy absolutamente convencida de que existen valores y principios que fundamentan y justifican una intervención directa en el territorio de un país soberano cuando éste aplica decisiones contrarias a normas y convenios reconocidos por la comunidad internacional (...) La Onu hubiese estado mejor acreditada para intervenir, pero, mientras la Onu siga como está, nadie tendrá derecho a censurar una iniciativa como la de la Otan, decidida por gobiernos legítimos y responsables a favor de un pueblo en peligro.


Y luego decía Heidegger que “la ciencia no piensa”.