lunes, 19 de mayo de 2025

Feria de San Isidro. La tarde de La Quinta fue para Uceda, que vino a abrir Plaza y les robó la cartera. Márquez & Moore



JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Antes de nada tenemos que volver sobre lo del toro de Victoriano del Río, el ya famoso Frenoso, número 95, cuyos testículos se hallan en poder del ganadero, depositados en su correspondiente vaso canopo, acaso a la  espera de usarlos para preparar aquel famoso brebaje que ingirió don Fernando el Católico, confeccionado a base de testículos de toro, con el que esperaba aumentar su potencia sexual, tal y como relata Pedro Mártir de Anglería en la carta DXXI, “De testiculis tauri…” en su Opus Epistolarum (Alcalá de Henares, 1530).


La cosa es que han aparecido voces sin tasa reclamando para ese toro unas bondades que no tuvo en vida y lamentándose de que no se le diera la vuelta al ruedo, por su extraordinaria afabilidad ante la muleta en su pitón derecho. Triquiñuelas más que evidentes para hacer de menos al Brigadier de Pedraza de Yeltes, que ya nos conocemos todos. Así que aquí estamos como en aquella escena del filme El Padrino (Francis Ford Coppola, 1972) en la que un joven Michael Corleone recibe consejos de su ya anciano padre, que le dice: «El que te proponga la reunión es el traidor»; pues aquí es lo mismo, pero sin Don Vito: «El que te venga a comer la oreja con Frenoso es el traidor».


Enterados de lo que aconteció en Las Ventas el día precedente, día de rejones, por las acertadas palabras de Pepe Campos, retornamos a la piedra para contemplar un encierro de toros de La Quinta ante el que se van a poner los matadores de toros Uceda Leal, Daniel Luque y Emilio de Justo.


Hay muchos que dicen que la ganadería de La Quinta ha perdido picante en estos últimos años, que sale menos viva y, acaso, menos agresiva. La verdad es que las ganaderías tienen sus altibajos y muchos se quedan con el comportamiento de aquellas sensacionales novilladas que echó La Quinta en Madrid; no obstante debemos reafirmarnos en que lo que da verdadero interés al toro de lidia es la casta y de eso no adolece Las Quinta, ni mucho menos. Lo primero diremos que así se viene a Madrid, como ha venido hoy La Quinta, con seis toros muy parejos en tamaño y presencia, de bonitas láminas y de pesos muy similares. Eso en cuanto a formas y aspecto, que es lo que está en la mano del ganadero, y en cuanto a lo otro, a lo que llevaban dentro, pues qué decir de seis toros que se han ido al Valle de Josafat con la boca cerrada, sin sacar la lengua a los 22.964 espectadores que llenaban la Plaza, que han mostrado su personalidad, que no han regalado nada, pero que cuando se les aplicaban las viejas normas del arte se entregaban, que aunque no hayan sido unos titanes ante los picadores han acudido con presteza a los cites, que han perseguido a los banderilleros, que han regalado sus galopes a quien tuviera arrestos de ver su distancia y de aguantarla. En suma, una corrida de toros con multitud de matices interesantes para el que estuviera atento a las evoluciones de los toros. Bien es verdad que ninguno de los seis anduvo «frenoseando», lo cual quiere decir que con estos de La Quinta no bastaba con el medio muletazo, sin rematar la parte final del mismo, a la espera de que el animal educadamente se colocase él solito para que volviese la burra al trigo, porque a estos o los dejaba colocado el torero o ellos no ponían nada de su parte para ayudar al diestro. Acaso el más complicado haya sido el primero de la tarde, Cucaracha, número 26, el único que no ha sido despedido con palmas en el arrastre; palmas para los otros cuatro y ovación para el cuarto, Rabioso, número 75, es el balance de la aprobación general del encierro por parte de la cátedra. El sexto fue expulsado de la Plaza: unos decían que cojeaba de la mano derecha, otros que de la pata, otros que estaba acalambrado… el caso es que se formó tremolina y cuando el bicho perdió las manos aprovechó don Víctor Oliver para sacar el lienzo verde, tras recabar la opinión veterinaria de don Enrique V. Alexandro, lo cual nos permitió conocer a Gallareto, número 58, del cual diremos como hecho extraordinario que murió en el platillo del ruedo sin que accediese a seguir a los capotes que trataban de llevarle a tablas. Habrá algún joven aficionado que haya visto esto hoy por primera vez en su vida.


De catafalco y oro, sin un solo cabo blanco, vestido con la elegancia de un príncipe asirio, se presentó en Madrid Uceda Leal a honrar a su Plaza con su torería inmarcesible desde el mismo momento en que se abrió el portón para iniciar el paseo. Uceda es el último de los llamados «toreros de Madrid», y se presentó en su Plaza con el magro bagaje de cinco corridas en el año 2024, pero con el aplomo del que tiene firmados cien contratos. Su primero, ya lo dijimos antes, fue el más correoso del encierro. Sus embestidas a la media altura, sin humillar, no favorecían el planteamiento de una faena que no estuviese concebida como de pugna y Uceda decidió finalizar pronto con aquello, recetando una estocada marca de la casa que puso al toro en presencia del Creador en menos que se tarda en contarlo. Bravo por su brevedad, ante la evidencia de la imposibilidad del lucimiento.


Su segundo, Rabioso, es el que tendía más a lo ibarreño de todo el encierro. Un toro muy armónico y de gran trapío que se encontró con la claridad del capote de Uceda Leal en los primeros lances, la pata adelantada y ganando el terreno. En varas el toro mansea lo suyo y no da facilidades en banderillas. Uceda ha visto el toro y, decididamente, se va a los medios a brindar al público. Su inicio por ayudados por alto, el del desprecio y el de pecho es el primer toque de atención. Luego vienen dos series con la derecha de mucho cuajo, relajándose lo justo, toreo muy poderoso hecho fácil, sin darse importancia, en el sitio en el que se torea. Luego la apoteosis con la izquierda, cruzado y mandón, con un natural que es un cartel de toros de cuando en los carteles primaba la belleza, luego otra serie de menor intensidad y, después, un final de puro gusto a base de trincherillas, pases de la firma y ayudados por bajo a dos manos. Y luego la estocada en la yema. El toreo. Veintitantos pases bastan para cortar una oreja en Madrid. Que se apliquen el cuento los demás. Y después, esa vuelta al ruedo, que la deberían poner en las escuelas para enseñar a los jóvenes aspirantes lo que es la definición de la torería, del respeto por el propio oficio, la arrogancia de saber que su verdad ha triunfado.


Emilio de Justo, de teja y oro con cabos blancos, tenía la tarde de cara, con la predisposición positiva hacia él de buena parte del público, dispuestos a empujarle hacia la Puerta Grande. Y todo se quedó en nada. Como un globo que se desinfla, sus dos actuaciones fueron a menos. Buen inicio en su primero con unos sólidos lances ganando terreno y un torero inicio de muleta, doblándose con el toro y después una cuesta abajo en la que el extremeño pretende aplicar al de La Quinta la tauromaquia de cada día, la de los «Frenoso», y la cosa no funciona. Se alarga lo que no está en los escritos y le pegan un aviso. Media estocada y descabello acaban con el toro. En su segundo, más de lo mismo, si quitamos los lances de capa. Tras una exquisita brega de «Morenito de Arlés» inicia su labor de rodillas y, al segundo pase, el toro le obliga a ponerse en pie, que el bicho no está para que hagan esos alardes a su costa. Se empeña Emilio en las cercanías, descolocado, sin ver la distancia que le pide el toro y su exigencia de que se ponga en el sitio. La faena es, de nuevo, larguísima y en ningún momento se ve que haya un plan por parte de Emilio de Justo. Dos avisos, dos pinchazos, media estocada y descabello. Dejó pasar su oportunidad.


Y Luque, de verde y oro con cabos blancos. Otra vez Luque. Pensábamos que acudiría a Las Ventas con un lacito negro en memoria de su padre recientemente fallecido, que una vez tuvo la generosidad de invitarme a un café, pero se ve que ya se pasó el luto. Me dice la aficionada CH. que hay toreros que te hacen ir a la taquilla y que hay toreros como Luque que te hacen huir de ella. Madrid es, él sabrá por qué, su némesis. El caso es que Las Ventas se le resiste tenazmente a Luque, no por animadversión del tendido sino por la propia naturaleza del torero, que no es capaz de venirse arriba en La Monumental, y mira que ha venido veces en los diecisiete años que lleva viniendo sin parar desde su confirmación de alternativa. Su actuación está marcada como tantas otras veces por la descolocación y la ventaja y los de La Quinta pedían otros argumentos como mando, posición y remate del muletazo, cosas que él no dio. Acaso pensó que con su oficio y a base de sobetear a su primero se haría con él, pero el toro no tragó con ese timo, porque demandaba toreo. A su segundo le hizo galopar, estando Luque en los medios, y el animal se abalanzó bellamente al cite, pero a la mínima ya estaba con su toreo de todos los días, otro soporífero devenir de mantazos. Dio la impresión de que en el segundo nadie le echaba cuentas a su actuación. En su cuadrilla, Javier García picó con buen arte.


La tarde fue de Uceda, que le habían traído a abrir Plaza y les robó la cartera.




ANDREW MOORE



















FIN