miércoles, 7 de mayo de 2025

Pitol



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La Onu, pidiendo, parece un alemán cantando. Ahora quiere pedir la prohibición de la blasfemia, aunque sólo la relacionada con el ramo mahometano. Por lo menos, esta vez no pide dinero. ¿Qué le cuesta a uno no meterse con Mahoma? Incluso un espíritu sensible como Sergio Pitol, flamante Premio Cervantes a la delicadeza, ha tenido que salir a condenar las francamente “irreverentes y agresivas” caricaturas danesas del Profeta.


Bertrand Russell tiene contado bien graciosamente el ambiente librepensador de la Inglaterra del Setecientos, cuando todo el mundo mataba el rato jugando al librepensamiento. En esto llegó la Revolución Francesa, que trajo la guillotina, cuya simple sombra agostó para siempre a la flor del librepensamiento, dando paso así a la Era Victoriana. La Era Pitolina es la Era Victoriana, pero sin vergüenza.


En la Era Victoriana los ingleses hipócritas no tiraban guillotinas a los franceses francos para que rebanaran los pescuezos de sus hijos, pero en la Era Pitolina hay cola en las almenas de la intelectualidad para tirar el puñal a los benimerines para que lo utilicen contra nuestros hijos, lo cual no deja de ser un feo –aunque de progreso– latiguillo teatral.


Cierto que lo de Guzmán el Bueno en Tarifa no fue como se cuenta, dicho sea en señal de respeto a esos caballeros islámicos que buscan la paz en La Moncloa con Lawrence de Eurabia. Según el “Compendio de Historia de España”, 1890, de Alfonso Moreno Espinosa, todo ocurrió así: “El rey de los benimerines, deseando recuperar Tarifa, aceptó el ofrecimiento que de rendirla le hizo el infante D. Juan, quien, haciendo traición a la patria, se había puesto al servicio de los moros para luchar contra D. Sancho. Vino, pues, el rebelde infante con numerosas tropas marroquíes a poner sitio a Tarifa; mas, como éste se prolongara y no pudiese cumplir la palabra que había dado de tomar la ciudad en un corto plazo, amenazó a su heroico defensor con matar a un hijo de éste que llevaba consigo el desalmado infante, si no le entregaba la plaza. A tal intimación respondió Guzmán (el Bueno) arrojando desde la muralla su propio cuchillo y diciendo al cobarde D. Juan: ‘Si en el campo no hay acero, ahí va el mío; que antes os diera cinco hijos, si los tuviera, que una villa que tengo por el rey’.”


¡Don Juan, hijo de Alfonso el Sabio y nieto de Fernando el Santo! Es natural que los benimerines jalen al contrito Juan Goytisolo de la americana (o de la chilaba) para participarle su angustia histórica: “¿Por qué nosotros respetamos y queremos a Jesús y vosotros insultáis a Mahoma? ¿Por qué, Juan?”