sábado, 10 de mayo de 2025

Plumas

Alexis de Tocqueville



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


“A ver, ¿dónde están los intelectuales que nos defiendan?”, va voceando por las calles el hijo del guardia civil que pasa por ser el refundador de Cataluña. Eso, ¿dónde están? Desde luego, hoy no contamos como en los treinta con un don José Ortega y Gasset al que llevar en parihuelas a las Cortes para explicar a los energúmenos que no es lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle a fin de formar un cuadro que coger un cuadro y hacerlo añicos al objeto de crear un puzzle. Pero tampoco faltan plumas más o menos de corneja, y aquí, sin nombre y al azar, echaremos al vuelo unos párrafos bien recientes como muestra del actual sentido español de la Historia.


Desde Barcelona: “La historia nunca ha pecado de falta de ironía. Durante la Segunda Guerra Mundial, los aviones estadounidenses, mientras allanaban el camino para el desembarco de Normandía, afinaron su puntería para bombardear una vieja mansión en suelo francés. Fue un caso de mala suerte. La casa que destruyeron había sido la residencia campestre de Alexis de Tocqueville, quien la restauró con los dineros que le proporcionaron los derechos de autor de su ‘Democracia en América’, sin duda el libro más influyente que jamás se haya escrito sobre Estados Unidos.”


Desde Madrid: “Acebes, además, tiene una mandíbula carolingia, un perfil pétreo que apunta no al futuro ni al pasado gallego, sino hacia la caverna antropológica de los Austrias. Acebes parece escapado de un cuadro de Goya.”


Y desde Galicia: “España es una nación de naciones, señor Zutano, se lo dice un internacionalista. Si no se fía de mí, pregúnteselo a Cervantes.”


Sin olvidarnos del autor del “Breviario del vino”, presidente de un jurado de novela que ha salido a hisopazos contra el ganador porque la obra “conduce a que el lector piense que la Revolución de 1789 sólo fue la historia de unos maleantes que perseguían a los ricos”.


Todos estos artistas del discurso cuentan con un pez gordo detrás: la Revolución Francesa, Cervantes, Goya, Tocqueville... No importan las fechas ni los hechos. Teóricamente, así debíamos lograr antes ese bendito olvido que Renan elogia y distingue como la esencia de la nacionalidad moderna: los miembros de la nación, y por tanto del Estado, han “olvidado” simplemente su diversidad cultural originaria. (El francés medio, que es el ejemplo que pone Gellner, sabe que bebe vino y que tiene una condecoración, pero “no” sabe si sus antepasados fueron galos o bretones, amnesia que hace que Francia sea lo que es.) Nuestra ignorancia, sin embargo, es de la mala: la que hace que España esté donde está.