Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Vualve a hablarse de Pombo en Madrid, ahora que Madrid había dejado de ser un café literario para convertirse en ese bar inmobiliario con horarios de estadillo confeccionado por don Ignasi Buqueras i Bach, presidente de la Comisión Nacional Para La Racionalización De Los Horarios Españoles y su Normalización Con Los Demás Países De La Unión Europea.
De Pombo a uno le quedó la idea de un Ramón Gómez de la Serna sorprendido con cara de luna nueva por el fogonazo de Solana.
–Un gran artista que se disgregó en sus greguerías –acertó a decir Borges de Ramón–. Si uno se acostumbra a pensar en forma atomizada, termina atomizado.
Lamela, el amo de Pombo, le fue una noche muy contento a Ramón a decirle que en el Salón de Otoño había visto un cuadro con unas vacas, y le consultó si debía de comprarlo para que hiciera juego en Pombo con el de Solana.
Ruano entrevistó a Ramón a la muerte de Lamela –“la muerte le ladeó la visera de su gorra y desapareció en el foso del teatrillo vital”–, el insobornable guardián de la gran cripta de Pombo, que murió sin tolerar que entraran en su café las gambas.
–Odiaba a las gambas. Las gambas representaban el modernismo, lo tránsfuga y lo pueril, el “bar”, todo lo que resultaba incompatible con la seriedad de Pombo. Tampoco admitió la cerveza servida en caña, sino en las botellas donde está el líquido tibio y bien marcado con los altorrelieves.
El amo de Pombo tenía, según Ramón, un gran desdén por los ajos.
Un día Lamela empezó a poner unos terrones delgaditos para ahorrar azúcar, y Ramón hubo de llamarle, cordialmente, al orden: “¡Pero, hombre, don Eduardo!... El terrón grande es el que da prestigio y esplendidez a un café. Piénselo usted.” Y cambió los terrones.
Cuando no estaba en Pombo, Lamela daba paseos en el tranvía que tenía un recorrido más largo y más barato: el de Goya-Rosales.
–En aquellos viajes le robaron por dos veces la cartera, y él, entonces, se proporcionó la falsa cartera para los ladrones, una cartera donde todo era falso, con un calendario equivocado, con décimos de lotería de 1800, con un cheque falso y retratos que no eran de nadie. En Pombo conservaba entre los raros y antiguos moldes de helados uno que representaba a la República. Siempre que don Nicolás Salmerón se reunía allí con sus amigotes encargaba un gran helado con aquel molde. Se comían todos a la República.

