miércoles, 28 de mayo de 2025

Feria de San Isidro. Los Dolores Aguirre dejan en evidencia la estafa de la suerte de varas, una escombrera, en tarde épica de Juan de Castilla. Márquez & Moore

 


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Puede decirse que nuestra última esperanza de ver a un toro derribar a un caballo en esta Feria de San Isidro se desvaneció hoy. Teo Caballero se retiraba por el callejón y las gentes le gritaban: «¡Picador, qué malo eres!» por seis veces, como resumen del tercio de varas que había protagonizado el propio Teo y también como homenaje a él y a los cinco que le antecedieron en la tarea de pegar a los toros unos lanzazos traseros dignos de un torneo medieval. Teo es el último que picó, le tocaron los 669 kilos de Bilbatero, número 19, bueno, lo de picar es un decir, y ni con Bilbatero ni con ninguno de sus cinco antecesores hubo manera de que alguno de los toros de Dolores Aguirre encontrase las mañas precisas para echar al suelo a ese híbrido de carne, músculo, manguitos, kevlar, vendas y refajos al que llamamos «caballo», que tan poca similitud guarda con los espléndidos ejemplares que se lucen en el Hipódromo de la Zarzuela en las mañanas de los domingos.  Pasada la ocasión de Dolores Aguirre para tumbar a esos monstruos, ya las esperanzas que quedan de contemplar un solo derribo en lo que resta de Feria se empiezan a poner muy cuesta arriba.

 
Es bien sabido que el dinosaurio más grande que se conoce y también el animal terrestre de mayor tamaño que ha existido es el Patagotitan Mayorum, que es, sin duda alguna, la fuente de inspiración para los genetistas de Equigarce en sus experimentos para conseguir obtener el Equisaurio Rex, mítico animal en cuya consecución andan y que en tamaño podría llegar a ser  algo así como el caballo del Espartero que hay en la calle de Alcalá, incluido el bronce del que está hecho, para darle algo más de peso.

 

 En ello están, y cada tarde nos demuestran sus avances, mostrándonos los prototipos que van obteniendo, sobre los que ahí arriba van parapetados los picadores con su castoreño y su mona, con la lanza de varear toros y con la chaquetilla bordada de oros; y si no caen al suelo es por la desproporción de la montura sobre la que cabalgan respecto del toro que se les viene, no por la habilidad de los piconeros, no vaya nadie a engañarse. Como nos temíamos lo peor respecto del primer tercio, Pepe Campos se encomendó la misión de auditar a los del castoreño durante la corrida para certificar la deleznable labor de los piqueros esta tarde, que a grandes rasgos se ha caracterizado por la posición trasera de las varas, el duro castigo infligido y la tramposa ejecución de la suerte tapando la salida a las reses. He aquí su evaluación:

 
Primer toro —Francisco Ponz ‘Puchano’— pone al relance y caída la primera vara, tapándole la salida y, pese a ello, el toro sale suelto; la segunda vara, sin poner al toro en suerte, de nuevo caída, rectifica el picador para volver a ponerla caída y darle muy fuerte. El toro sale suelto. Segundo toro —José Adrián Majada—, con el toro puesto en suerte, la primera vara es trasera y, aunque se le tapa la salida, se va suelto; la segunda es sin poner en suerte al toro, cae trasera; el toro no empuja y se va suelto. Tercer toro —Iván García Marugán—, cobra una primera vara al relance que cae trasera, saliendo suelto el toro y cayendo; la segunda vara, sin poner en suerte al toro es también trasera, el burel no empuja y sale suelto. Cuarto toro —Victoriano García ‘El Legionario’— con el toro en suerte, entra al paso a la primera vara que resulta caída, rematada con otra de metisaca; le tapa la salida y sale suelto; la segunda vara, también con el toro en suerte que entra al paso, es en la cruz; se le pega fuerte y el toro sale suelto. Quinto toro —Javier Martín—, la primera de las varas, al paso, trasera, el toro se va suelto; la segunda, sin poner en suerte, trasera, se le pega duro y se va suelto. Sexto toro —Teo Caballero—, en la primera, trasera, le pega fuerte, le tapa la salida y el toro se va suelto; en la segunda, marronazo, rectifica en dos ocasiones para acabar picando trasero; le pega lo que quiere y el toro se acaba yendo suelto.


Esta escombrera que hay en las líneas precedentes es el resumen del primer tercio en los seis toros. Que cada cual saque sus conclusiones. Además del cuento moral que esos párrafos contienen, hay también una nota interesante sobre los toros y esa es que todos ellos han salido sueltos de su encuentro con los Equipótamos, aunque tampoco ha habido una voluntad patente de sacarles del caballo por parte de los toreros, la cosa no deja de apuntar a una de las características de los seis toros de Dolores Aguirre vistos hoy en Madrid, que es su condición mansa. Ya hemos dicho innumerables veces que la mansedumbre no es en sí misma una mala nota, siempre que vaya acompañada de casta, y que en la larga historia del toreo a pie ha habido miles de toros que han presentado esas características, que se sustancian en una sola señal para el profano, que es ésta: problemas para los toreros. Ninguna objeción, pues, al toro manso y encastado. Otra cosa es lo de las caídas, que no es algo grato de ver a un tiarrón como Burgalés, número 38, segundo de la tarde, tropezando y cayéndose. Aunque no fuera un desplome, pero perder las manos no es lo propio.


Se puede decir que la corrida que trajeron a Madrid desde la Dehesa de Frías no ha dado un momento de respiro a los toreros ni a los espectadores. No se podía apartar los ojos del ruedo, porque allí en cualquier momento podía pasar algo. De hecho, como apunta el aficionado D. ni siquiera se produjo esa cotidiana expresión del aburrimiento que se manifiesta gritando sin ton ni son «¡Viva España!» a cada rato. Lo del ruedo era de mucha intensidad y había que estar atento a las evoluciones de los toros y de los toreros en sus encuentros, no siempre guiados por los cauces de la buena educación, para no perderse nada. Los dos primeros Langosto, número 51, y Burgalés fueron los más «obedientes», y a partir de ahí lo que hubo fue una prueba de fuego para Fernando Robleño, Damián Castaño y Juan de Castilla, que se las tuvieron que ver con unos animales que en el anca llevaban grabada la N y en el alma la palabra «problemas».


Juan de Castilla se sale con su primero hacia el tercio, aguantando las oleadas del toro, se toma su distancia y cita con la derecha a Caracorta, número 21, que se abalanza hacia el engaño que se le muestra y, al llegar a la jurisdicción del torero, le lanza un derrote que le echa al suelo, y allí el toro le busca, le prende, le coje, y le destroza la taleguilla y algo más. Una vez recompuesto con unos pantalones bermudas (¿por qué no el pantalón de un monosabio o de un arenero, como antaño?), el bravo torero se pone a la misma distancia, le cita de nuevo, otra vez con la derecha, y le roba valientemente dos pases primero y luego cuatro y el de pecho. He ahí la clave de la tarde en los dos que algo tenían que jugarse, que son Damián Castaño y Juan de Castilla: valor seco, emoción a raudales, verdad en el cite, torería sin imposturas.


Casi veinticuatro años han pasado desde aquel remoto día de julio en que
Fernando Robleño se llevó a su casa la confirmación de la alternativa y una oreja de un áspero toro del Cura de Valverde, que esto era ya una premonición del elenco de corridas duras o durísimas que le esperaban por delante a lo largo de su carrera, esas medallas que luce en su pecho con los nombres de Conde de la Maza, Victorino Martín, José Escolar, Cebada Gago, Adolfo Martín, Miura, Dolores Aguirre, Cuadri, Partido de Resina, Palha, Baltasar Ibán… en una lista que asustaría a los «pararrelojes» de guardia. Ahora, en este momento de su despedida de Madrid, sólo resta agradecerle su torería sin triquiñuelas y su buen estilo como torero, que también ha quedado patente en su encuentro con otras ganaderías de características menos complejas que las anotadas.


Hablábamos antes de Juan de Castilla, que estuvo hecho un tío. No le importaron las dos cornadas que llevaba encima para ponerse enfrente de Caracorta, que es el que se las había pegado, para buscar siempre el pitón contrario de un toro que embiste con todo de manera descompuesta y lanzando derrotes. Torerísimo el colombiano, baja la mano y va ganando la partida al toro recibiendo espontáneas ovaciones a su colocación, a su valor y a su aguante. Estocada entera y larga muerte del toro que, una vez echado se vuelve a poner en pie cuatro veces antes de rodar sin puntilla. Magra recompensa la vuelta al ruedo para la verdad demostrada por Juan de Castilla. Su segundo, Bilbatero, número 19, fue un toro engañoso, que mostró unas condiciones en los dos primeros tercios y cuando Juan de Castilla se puso a torear, pegó un cambio radical y ya apenas se movía costándole un montón acudir al cite. El venezolano volvió a dar una lección de colocación, por si había algún torero en la Plaza que se quisiese fijar en él, y de nuevo puso su valentía sobre el tapete. Mal con la espada.


Damián Castaño se las vio con el blandengue de Burgalés, con el que por momentos se gustó y toreó con cierto desmayo, como a veces acostumbra, sin que hubiera una continuidad en las series. Mostró sus cartas de nuevo y esta vez mató medio bien, para lo que él es. El melocotón Burgalito, número 46, era lo que se dice un tío. Castaño se fue a por él a sacarle lo que se pudiera con la derecha, tragando lo suyo, dando la impresión de que en cualquier momento le iba a robar tres muletazos seguidos, pero la condición del toro no lo permitió por más que Damián buscó siempre la buena colocación, con la cabeza fría y pensando ante las oleadas del toro. Se adorna con un trincherazo y termina con Burgalito de pinchazo y estocada.


Esto de hoy es lo que se dice la Fiesta seria, la que llega al alma sin dobleces. Mañana, en esta misma Plaza, tendremos un odre lleno de otra Fiesta, para que podamos comparar.

 



 

ANDREW MOORE

 

 

 
 
 
 


 




 


FIN