Enrique Andrés Ruiz
Ignacio Ruiz Quintano
Abc Cultural
Quien haya pasado por Arco entenderá mejor a ese Enrique Andrés Ruiz nuestro que ve en el arte del momento a algunos de los bueyes que tiran, como los de Santa Lucía, de quien quisiera permanecer en la afirmación de toda belleza con el propósito de hacerle renegar de su fe.
–Mas fuerça de hombres, ni muchos pares de bueyes que truxeron para este intento, no pudieron hacerla dar paso, porque avía ofrecido a Dios su limpieza. Y en el mismo lugar en que la puso Dios como fuerte roca la pretendieron quemar y, visto que la llama no le hazía daño, passáronle por su cuello un cuchillo, y desta manera dio su alma al Señor.
“Santa Lucía y los bueyes” es el título de este florilegio de crítica cultural alzada sobre la tradición cristiana como una torre de coraje frente a lo que el autor denomina el nuevo filisteísmo:
–El nuevo filisteísmo ha alcanzado la transparencia gracias a la retórica siniestra de la crítica cultural, en la que han hallado su gran negocio político las señoras modernas, los consejeros autonómicos y los golosos historiadores.
El buen gusto y la ironía son costumbre en Enrique Andrés Ruiz, dominador de un soberbio estilo juguetón, bergaminesco –de cuando Bergamín se propone escribir de la religión verdadera–, que se resuelve en paradojas juncales. (Por diferenciarlas de las de Unamuno, que son paradojas gordinflonas, como los picadores de Botero.)
A la “Santa Lucía y los bueyes” de Enrique Andrés Ruiz, como a las “Presencias reales” de Steiner, hay que acudir en busca, si no de precisiones, de maravillas. Desfilan por sus páginas: Hans Urs von Balthasar: la belleza es la primera palabra, pero también la última palabra que les es dado escuchar a los hombres. Nicolás Gómez Dávila: nuestra última esperanza está en la injusticia de Dios. Emmanuel Levinas: todo arte es idólatra. Agustín: dos amores construyen dos ciudades; el de uno mismo construye Babilonia en menosprecio de Dios; el de Dios construye Jerusalén en menosprecio de uno mismo. Heidegger, Unamuno y, por supuesto, Steiner, quien agudamente tiene dicho:
–El genio de la época es el periodismo. La presentación periodística genera una temporalidad de una instantaneidad igualadora. La enormidad política y el circo, los saltos de la ciencia y los del atleta, el apocalipsis y la indigestión reciben el mismo tratamiento. Cada uno de estos principios y tácticas es antinómico con el arte serio.

