domingo, 4 de mayo de 2025

Picasso



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


...y sus mujeres. Una historia del genial trajinante Antonio D. Olano, quien trajinó con la mayoría de ellas por la Costa Azul, re-escrita y re-presentada para “El Tercer Nombre”, ahora que se cumplen los no se sabe cuántos años de Picasso, que celebró sus ochenta como si se tratara de un centenario.


A mí lo que me gusta es hacer cabronadas –le dijo un día a Olano.


Olano era quien le llevaba a la cueva los percebes gallegos de veinticinco uñas. A Picasso le encantaba tomarlos con el té. Té y percebes. Comía, hacía la siesta y, después, té con percebes.


En la cervecería O’Santos de Madrid, sobre las latas de mojama de tunarro, ventresca y zamburiñas, hay un cartel que, con el latín y la socarronería de un cura gallego, reza: “Hay Pollicipes Cornucopia”. (Percebes de Galicia, escaldados al amor de la lumbre.) Y los parroquianos los piden como si fueran la dieta de un emperador romano. (Entre los parroquianos está “Quico”, un deslenguado loro azul y liberal que come pipas de girasol, culos de chorizo... y percebes de La Coruña.)


Así que de Picasso se puede decir que, además de a la pintura, el toreo y la mujer, amaba las cabronadas, las series de TV y los percebes con té y evocando versos de Rosalía, que, al fin y al cabo, también tuvo algo de mujer. Y que odiaba a los viejos, los divorcios ajenos y las palomas. ¡Ay, si hubiéramos sabido que el “Guernica” era eso!


Y voy a ser todavía más sincero: ¿no han adivinado ustedes [en el “Guernica”] una corrida de toros? El picador en el suelo, la cuadrilla al quite...


Picasso y sus mujeres: Carmiña, la muchacha descalza; Carmen, el amor de las vacaciones; Josefa, la tendera de Horta de San Juan; Consuelo, la bella Chelito; y, por supuesto, Fernande, Eva, Olga, Marie-Thérèse, Dora, Françoise, Geneviève, Jacqueline..., sobrevividas todas por Lucía, la gran elegante de quien los hombres se saben de memoria sus ojos. Las manos de Picasso en su cintura –casta como la balada de Adamo– arruinaron un océano de amistad. Lucía asistió, imperial, a la re-presentación del libro, el acto menos pedante que pueda darse en Madrid: yo me vi entre la dignidad irreducible del boxeador Manolo Calvo (“se las cambio sin ver”, se le escapa al viejo ex campeón, cuando en la mesa discuten si las amantes de Picasso fueron más o menos de cien); el carabancheleo regocijante de las hermanas Conchi y Margarita Rodríguez –hadas madrinas de “El Puente”–; y la imponente silueta numismática de don Leandro de Borbón Ruiz.


Todos los barcos vienen de Grecia –les dijo Picasso en la playa a Olano y a Lucía Bosé.