Hughes
Pura Golosina Deportiva
Lloró hasta el apuntador. Tíos como castillos no podían contener las lágrimas cuando hablaba Lukita... Hasta se pudo ver llorar a Florentino, un gimoteo, la emoción aflorando, aflorentinando, en su cara de repente cargada de años (con la edad, los enemigos se acaban pareciendo y el presidente se parecía un poco a su némesis: Butanito).
Se iban el entrenador y el jugador con más títulos, lo que fueron Miguel Muñoz y Gento. Ellos dos: Modric y Ancelotti, Lukita y Carletto. La temporada fue su despedida. Ya tiene sentido el sinsentido: era el año en que se iban. Había que darse el golpazo para que pudieran.
Cuando se sustituyó al 10, con pasillo de la elegante Real Sociedad, apareció Kroos de la nada para darle un abrazo y entonces algo sucedió: parecían bronces, parecían estatuas. Sentimos lo que habían sido. Ahora sí. Las Copas de Europa miden la gloria, pero necesitan tiempo. Ese abrazo los colocaba en el lugar más alto.
Al quedarse solo, al irse, el 10 de Modric tenía la grandeza indiscutible del 5 de Zidane. Lo mismo, igual.
"Talento y alma", dijo Ancelotti. Puede que sea el jugador más madridista de la historia, el que ha definido mejor el madridismo para el futuro, actualizando a Di Stéfano: clase suprema con lucha constante y un punto, dado por los dioses, de extenuante agonismo. El de los pies alados dejando parisinos en su estela, el del tackling que jubilaba a Messi.
Fue emocionante cuando Ancelotti, que es llorica, emotivo el hombre, repasó esos goles inolvidables de las remontadas. Yo los mezclo todos. Para mí son todos el mismo torbellino. Sé que enfrente había ingleses, pero ya no sé si eran el City o el Chelsea. Cómo será el Madrid que el gol del minuto 93 en Lisboa se quedó antiguo, está ya cantado, celebrado, llorado y ha surgido otra "épica" (llamémosle así, aunque ya es todo lírica) inagotable. Esas Copas de Europa portentosas, que aunaron, ahora lo vemos, la remontada y la proeza técnica.
Ancelotti ha sido un elemento humano entrañable. Su mirada, sus gestos, sus palabras han dado empaque al Madrid, estilo, humanidad. Ha sabido casar con la altura que cogía el club, como si las cosas estuvieran destinadas a pasar y debiera estar allí el hombre más apto para recibirlas. Ancelotti ha sido todo emoción, como un ganador sorprendido, inadvertido, que recibiese, de vuelta de la gloria, con la edad necesaria, las cosas en su justa medida. Sin soberbia, sin ego, sin revancha, valorando lo que sucedía casi con la misma sorpresa que los aficionados. Fue un propiciador con su temblor táctico que sostenía siempre en el gesto de su cara, colgados todos de su ceja.
La humanidad de Carletto acompañará siempre a los aficionados, la recordaremos, y será modelo de conducta.
Todos lloraron. Las niñas, las mujeres, los hombres, los viejos. Hasta el presidente, con Bolaños al lado, que no lloró (el que ahí no llora...). Han sido unos cuantos años y como se ha ganado merecen recuerdo. Podemos recordarlos. Los recogemos así, en Copas de Europa. Y si nos ponemos a mirar atrás, ¿quién no echa una lágrima o dos?
