sábado, 10 de mayo de 2025

Feria de San Isidro. Orejillas del Santo, un Victoriano del Río, para Talavante en la Primera Plaza de Pueblo del Mundo. Márquez & Moore

 


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Otra nueva Feria de San Isidro por delante, y antes de nada un recuerdo y un Padrenuestro por los que ya no están, que van siendo ya bastantes las ausencias.


A la Feria de San Isidro la han llamado de todo: la olimpiada del toreo, la pasarela Cibeles taurina, el cónclave del toreo u otras ocurrencias por el estilo. A esta de 2025 la cuadraría bien el título de la Feria de la Marmota por la reiteración de nombres que poco o nada tienen ya que decir y de ganaderías que cuentan sus comparecencias por fracasos.

 

 Para esta primera cita del llamado «ciclo isidril» han colgado el letrero de «No hay billetes» en una corrida en la que se anunciaron Alejandro Talavante, diecinueve años de alternativa, Juan Ortega, once años de alternativa, y Clemente (Clement Dubecq), ocho años de alternativa que venía hoy a confirmar. El ganado, de Victoriano del Río los cuatro primeros, y de Toros de Cortés los dos últimos.
Dentro del afán de innovación que preside todos los actos de la empresa Plaza1 ya hemos reseñado con anterioridad los calcetinitos encarnados que les han puesto a los jamelgos tordos del alguacilillo y de la alguacililla o el deplorable cromatismo de los nuevos cubrealmohadillas de color morado; en la tarde de hoy, en la parte musical, nos han sorprendido con lo que pensamos que es el estreno mundial del pasodoble titulado «España Cañón», anunciado en el programa oficial pasa ser interpretado en el segundo toro por la banda del Maestro Zahonero: mejor cañón que cañí. Y debemos anotar una vez más el papel cochambroso y mendicante de las mulillas que, capitaneadas por la cuadrilla de los benhures de la mula, se dedican a practicar sus consabidas tretas para que se caldee el ambiente y crezca la presión sobre el Presidente del festejo en lo tocante a lo de conceder orejas a pares.


Forajido fue el primer todo de la Feria, su número el 11, y su capa negra. De pitones bien, gracias, y de hechuras alto y corpulento. Cuando echó mano a su matador,
Clemente, le pegó una señora paliza de corte tabernario, sin que sus pitones llegasen a herir las carnes del torero. Recibió dos puyazos traseros, recetados por José María González, persiguió a los banderilleros a la salida de los pares y de los nones y puso en el ruedo la emoción de sus ásperas embestidas ante las que Clemente desplegó sus mañas que no le ahorraron el zarandeo, y mira que le había avisado. Poco mando y nada de sometimiento o remate de los muletazos por arriba no era ni mucho menos la medicina que demandaba Forajido. Pese a ello sacó algún natural enjundioso, aunque en el conjunto de su labor en el toro de la alternativa queda más en la retina la falta de compromiso y de colocación. El bicho se llevó palmas en el arrastre. El genio que hizo los lotes ya se ve que era enemigo personal de Clemente, porque su segundo toro fue otro ejemplar de mucha seriedad y pitones muy desarrollados que fue picado como se pudo, huyendo al caballo que hacía puerta, y que no regaló nada a los banderilleros. Como dijo el clásico: «el toro era peor y el torero era el mismo», con lo que queda explicado el vis-a-vis de toro y torero. Inició su labor con unos doblones que más bien parecieron que iban destinados a quebrantar los ya escasos visos de lucimiento que se venteaban y no quiso o no supo ver la distancia que el toro le demandaba, optando por las cercanías ahogadoras.


A
Juan Ortega, torero hipervaloradísimo, de momento creo que le va más que le pongamos Juanito, hasta que se merezca el Juan. El lote que sorteó eran los más amables del encierro en cuanto a su conformación física. Se les fue la mano en la tablilla con los 640 kilos que le endiñaron al quinto, Ebanista, número 189, que no se veían esos kilos en la anatomía de la res por parte alguna. Con este anduvo Ortega muy aperreado, poniendo de relieve, una vez más, su falta de oficio y de los más mínimos recursos. Las gentes esperaban el «milagro de Ortega», que no se produjo porque el torero falla muchísimo. Y donde falló estruendosamente fue en la ejecución de la suerte suprema, optando por ponerse a descabellar sin haber llegado a dejar un estoque en la anatomía del toro. Se olían los tres avisos, pero como el trasteo había sido tan breve, no se dio lugar a ello. Su primero, corrido en tercer lugar, fue Cangrejero, número 63, que cumplió en varas y en banderillas y mostró sus buenas condiciones, que Ortega no pudo o no supo poner de manifiesto. Una media verónica en este toro sería lo único verdaderamente reseñable en el conjunto de la actuación de este Juanito de Sevilla.


Y
Talavante, que en su primero dio la medida de lo que viene siendo este Talavante de la reaparición y en su segundo se llevó a las gentes de calle. En su primero se aunó la sosería del animal con la del matador para hacer una perfecta tormenta de tedio y apatía en la que brilló con luz propia la posición ventajista que adoptaba el diestro, su ausencia de colocación y su falta de compromiso. Su segundo, Misterio, número 18, cinqueño, pasa sin pena ni gloria por la cosa de los equinos enfaldillados y lo mismo puede decirse de sus encuentros con los banderilleros. La cosa se viene arriba en el último tercio donde Talavante, óptimo conocedor de esta ganadería, ha puesto su conocimiento al servicio de exprimir al toro a su manera. La cosa empezó con un bello inicio por bajo, andando al toro, muy canónico y de mucha torería. Podría decirse que este inicio y el final de la faena, cerrando al toro por bajo, son los mejores momentos de su trasteo. La parte mollar de la faena desata delirios en los tendidos, pero está huera de autenticidad, del compromiso que convierte al toreo en algo grande, el toreo que te conmueve. Talavante pone en marcha una faena de gran conocedor del encaste, entendiendo muy bien al toro pero sin poner encima de la mesa la emoción del toreo bueno. Como aquella canción del intérprete francoitaliano Riccardo Cocciante, la faena de Talavante es una «Bella sin alma», que ha cautivado a los tendidos y que ha sido muy jaleada, y si verdaderamente ha tenido un bello inicio y un encajado final de trincherillas y pases del desprecio, lo cierto es que la emoción ha brillado por su ausencia a lo largo de la faena. Luego de las añagazas de los benhures de la mula, las orejas de Misterio pasaron a las manos del extremeño. La salida del toro a rastras fue saludada por una cerrada e incomprensible ovación, pues el juego del animal había sido un invento de Talavante.

 



 
 

ANDREW MOORE

 










FIN