lunes, 1 de octubre de 2012

La indignación de Marcelo



Creo que era hijo de un notario burgalés. Nadie le había visto nunca en clase. En cambio se le encontraba en el bar, centro de la conspiración universal, vestido de anarquista y ejerciendo de anarquista. Y desde luego siempre que aparecía la policía, Marcelo se trasladaba a la primera línea. Las malas lenguas decían que si vendría en los mismos furgones que portaban a los defensores del orden, porque hasta ese momento nadie le había visto por el campus


Vicente Llorca

Me habían enviado unas amigas indignadas estos días, más o menos a la manera colectiva con que se mandan estos mensajes por la red,  unas fotografías en las que manifestaban su escándalo.

Por más que las veía a mí la indignación se me escapaba.

 Las fotografías mostraban a unos manifestantes airados frente a unos policías pétreos,  en el barrio del Congreso. Los pies de foto apuntaban la ira: “Es indignante”.  “Imágenes del escándalo”... Yo miraba y volvía a mirar y, por más que lo hacía, no lograba comprenderlo. Entonces mis airadas amigas me enviaron más fotos y más indignaciones escritas, actuando quizá por el principio de acumulación de pruebas.  Nada, la indignación me era esquiva.

Las imágenes reflejan a unos manifestantes, en traje y actitud de manifestante, frente a unos policías, en traje y actitud de policía.  A veces los indignados arremeten contra los segundos y a veces estos disuelven la embestida. Todo estaba en orden. No comprendía el motivo del exceso.

Entonces recordé el escándalo épico de Marcelo, el legendario anarquista de Filosofía de la Autónoma.

Marcelo era un personaje célebre en la facultad. Anarquista en política y situacionista en la vida cotidiana, sus enfrentamientos con la policía eran  parte de la leyenda revolucionaria del campus.

Creo que era hijo de un notario burgalés. Nadie le había visto nunca en clase. En cambio se le encontraba en el bar, centro de la conspiración universal, vestido de anarquista y ejerciendo de anarquista. Y desde luego siempre que aparecía la policía, Marcelo se trasladaba a la primera línea. Las malas lenguas decían que si vendría en los mismos furgones que portaban a los defensores del orden, porque hasta ese momento nadie le había visto por el campus.

Marcelo se enfrentaba él solo a todas las brigadas de la ley. Siempre que sonaba el silbato anunciando la inmediata disolución de cualquier regocijo, nuestro ácrata, vestido de negro y con un yo-yo en la mano, se dirigía solemnemente a las filas uniformadas y se ponía a jugar al yo-yo frente a las fuerzas disuasorias. Solía silbar fragmentos del “A las barricadas” mientras, aunque a veces se confundía y lo que silbaba era el  “Giovinezza” de los jóvenes fascistas italianos. Claro que apenas nadie se daba cuenta y además no se lo iban a reprochar en esos momentos, teniendo en cuenta que el silbido por lo común le duraba poco.

Una mañana en que la universidad apareció completamente rodeada por las fuerzas del Orden, vimos a Marcelo, impertérrito, repitiendo la escena de dirigirse él solo hacia la policía, silbando himnos legendarios y jugando con un péndulo obsesivo.

Cuál no sería nuestra sorpresa cuando, después de una corta conversación con el capitán que mandaba las fuerzas, vemos que Marcelo, sin encomendarse a Dios ni al diablo, se pone a dar unos alaridos tremendos y carga él solo contra el oficial y toda la fila que le acompañaba. Fue disuelto al momento, claro está.

Al cabo de unas dos semanas, Marcelo apareció de nuevo por la facultad.

-Hombre, Marcelo, esta vez te has pasado.

-Es que no hay derecho.
 
-Ya. Si ya sabemos que no hay derecho y que la policía es el símbolo de la opresión, y que el capital y la burguesía dictan las leyes, y que la universidad es el templo de la alienación. Pero esta vez te has pasado un poco.
 
-Que no, que no hay derecho ¿Sabéis lo que me hizo la policía? Pues llego a donde está el capitán y se pone a hablarme. Que si yo te comprendo, Marcelo, que si la rebeldía juvenil, que si todo hemos sido jóvenes, que si yo soy un idealista, que él en el fondo también, pero que deje de mover el péndulo, por favor, que se está poniendo nervioso… Vamos, que parecía que estaba hablando con mi padre. Y yo eso no lo consiento. Que me disuelvan si quieren, pero no les aguanto que se dirijan a mí con esa educación.

A partir de ese momento ningún capitán hizo ademán de repetir el escándalo. Y Marcelo fue disuelto todas las veces, de acuerdo a las más elementales normas de la ley y la costumbre.

Claro que eso era antes de que llegara la LOGSE. Y por el mar corrieran las liebres. Y por el monte las sardinas.