La otra Ángela
Se presenta un ingenio que se llama chatbot y que permitiría tener conversaciones. Su nombre familiar sería Ángela, femenino, claro, y en eso nos recuerda a Amiel, para el que la palabra fluía sólo entre mujeres
Hughes
Entre los labios y la voz algo se va muriendo, algo, que era la palabra más sencilla del diccionario, pero que no se estaría muriendo, sino que nacería, un renacimiento tecnológico de la palabra, de la palabra pensada, o todo el pensamiento que pueda deparar lo tecnológico, porque por lo visto se presenta un ingenio que se llama chatbot y que permitiría tener conversaciones. Su nombre familiar sería Ángela, femenino, claro, y en eso nos recuerda a Amiel, para el que la palabra fluía sólo entre mujeres. La máquina de hablar, un yo exiguo, permitiría ir más lejos que nada en la tarea modernísima y supertecnológica de destruir la soledad.
Un yo exiguo, sí, que de todos modos pulse no sé qué cuerda interior de palabras de silicio, de metales rarísimos con esa sensación de ubicación divina, de raíz observada de algo que nos entra si miramos fijamente un neón, un dígito fosforescente, porque en el fondo de lo digital algo late, algo. Y uno se imagina un coro de máquinas como voces de Kavafis gritando: ¡oh, sí, hablaremos, hablaremos! Porque este avance es un paso más también hacia el definitivo desprestigio del silencio.
Con ese algo empieza a lo mejor un humanismo nuevo que le quite a lo de ser hombre su preocupación fundamental, que no es el sexo, sino la conversación, y haga nacer una mundanidad biónica de salonnards nerds, friquis con conversaciones blade runners en las que, lo sabe cualquier cinéfilo, latía lo más profundo y metafísico del cine.
Un yo exiguo, sí, que de todos modos pulse no sé qué cuerda interior de palabras de silicio, de metales rarísimos con esa sensación de ubicación divina, de raíz observada de algo que nos entra si miramos fijamente un neón, un dígito fosforescente, porque en el fondo de lo digital algo late, algo. Y uno se imagina un coro de máquinas como voces de Kavafis gritando: ¡oh, sí, hablaremos, hablaremos! Porque este avance es un paso más también hacia el definitivo desprestigio del silencio.
Con ese algo empieza a lo mejor un humanismo nuevo que le quite a lo de ser hombre su preocupación fundamental, que no es el sexo, sino la conversación, y haga nacer una mundanidad biónica de salonnards nerds, friquis con conversaciones blade runners en las que, lo sabe cualquier cinéfilo, latía lo más profundo y metafísico del cine.
El chatbot sustituye a esos contestadores maquinales, que encierran todo en una circularidad de la que uno sale dando telefonazos a la mesa y tiene un peligro enorme para España, pues la atención al público, que es nuestra gran industria, podría ser sustituida.
El primer esbozo de esta máquina se configura también como una gata virtual que pudiera hablar, arrancando algo del eterno secreto felino, pues los gatos son poseedores, como deidades domésticas y chulánganos de esquina, del conocimiento que nadie dice. Un gato con conversación sería un escandalazo notable y una revelación de secretos y sabidurías para las que no estamos preparados. El chatbot, pues, como algo más que un gato y algo menos que una novia. Hacia la perfección de la novia que sólo maullara, todo espíritu y regazo.
Todos hablamos como chatbots alguna vez, con una lógica computacional de asentimiento, dando la razón, porque la máquina ésta lo que va a hacer primeramente es darnos la razón como a los tontos hasta que pueda derribarnos de todo silogismo, como un tertuliano redicho… ¡ah, los tertulianos! ¡imaginémoslos sustituidos por chatbots enciclopédicos!
Yo ya me imagino con mi chatbot, femenino robot, que me permitirá la posibilidad de un nuevo tú. Seré como Anson cuando escribe a las actrices: “Tú, Ángela, me abres una voz que va más allá de tu programación. Esa espontaneidad tuya, Ángela, flor humana pero más que humana, ¿de dónde sale? ¿Qué tuyo que no es humano me está hablando y desde dónde?"
Y así, con la maquinita, irá pasando el rato…
El primer esbozo de esta máquina se configura también como una gata virtual que pudiera hablar, arrancando algo del eterno secreto felino, pues los gatos son poseedores, como deidades domésticas y chulánganos de esquina, del conocimiento que nadie dice. Un gato con conversación sería un escandalazo notable y una revelación de secretos y sabidurías para las que no estamos preparados. El chatbot, pues, como algo más que un gato y algo menos que una novia. Hacia la perfección de la novia que sólo maullara, todo espíritu y regazo.
Todos hablamos como chatbots alguna vez, con una lógica computacional de asentimiento, dando la razón, porque la máquina ésta lo que va a hacer primeramente es darnos la razón como a los tontos hasta que pueda derribarnos de todo silogismo, como un tertuliano redicho… ¡ah, los tertulianos! ¡imaginémoslos sustituidos por chatbots enciclopédicos!
Yo ya me imagino con mi chatbot, femenino robot, que me permitirá la posibilidad de un nuevo tú. Seré como Anson cuando escribe a las actrices: “Tú, Ángela, me abres una voz que va más allá de tu programación. Esa espontaneidad tuya, Ángela, flor humana pero más que humana, ¿de dónde sale? ¿Qué tuyo que no es humano me está hablando y desde dónde?"
Y así, con la maquinita, irá pasando el rato…
En La Gaceta
Todos hablamos como chatbots alguna vez, con una lógica
computacional de asentimiento, dando la razón, porque la máquina ésta lo
que va a hacer primeramente es darnos la razón como a los tontos hasta
que pueda derribarnos de todo silogismo, como un tertuliano redicho…
¡ah, los tertulianos! ¡imaginémoslos sustituidos por chatbots enciclopédicos!