sábado, 20 de octubre de 2012

Lenin


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    Están más vistos que el TBO.

    Yo los conocí al entrar en Periodismo, en el otoño del 76. Veraneaban con Carrillo en la Rumanía de Ceaucescu y mataban el invierno en Madrid agitando la Facultad, en cuyo bar, a falta de clases (¡huelga!, ¡huelga!), hicimos la carrera.

    Treinta y seis años más tarde, el hijo de Carrillo rectorea la Complutense y nuestros estudiantes lideran el fracaso escolar y el paro juvenil en Europa.
    
Pero nuestros estudiantes, que son ambiciosos y todavía quieren más, van a la huelga con un lema, “No a la educación franquista”, y un banderón de… Lenin, el de la libertad es un prejuicio burgués.

    A Sofía Casanova, la corresponsal que cubrió para ABC la Revolución de Octubre, la intrigaría mucho un grito de Lenin en Petersburgo:
    
¡Afirmados en Rusia, nos apoderaremos de España!
    
Ahí están las lejanas mocedades de Carrillo, y hoy, esos estudiantes españoles con banderones de Lenin, en quien don Jacinto Benavente vio una semejanza ideológica con Felipe II, por la aspiración de ambos a la catolicidad (unidad) del mundo, atendiendo al fin sin reparar en los medios.
    
La mitad de los jóvenes no saben quién fue Jesucristo, pero en Mérida una tuna leninista ya habla de quemar a los curas, fascinada por ese aire vago de adormecimiento bizco que da el haber gustado excesivamente de sangre, según el retrato dorsiano de Lenin.
    
A uno, de los zoquetes que nos rodean le fascina menos su número que su orgullo.

    ¡Analfabetos y soberbios!

    Así el auto de ese juez que, sin saber escribir, arremetía ambiciosamente en redacción “consecuecional” contra “la convenida decadencia de la denominada clase política”.
    
Al final, la mucha ambición viene a ser eso que decía el “Séneca”: una falta de respeto a los claveles de nuestra maceta.

La emérita picadora de carne