Abc
La certeza de nuestra derrota ante la cultura anglosajona la tuve este verano oyendo a una señorina en la playa de Lastres gritar Kevin para llamar a su niño, que tenía toda la pinta de llamarse Baldomero.
–Trick or treat?
Es el Halloween, como si en España todavía nos quedara sangre para asustarnos.
Con los primeros fríos, Madrid se ha llenado de terrazas-tanatorios que instalan los restaurantes para atraer a los fumadores. Estanterías de cabezas que tienen mucho de calabazas echando humo por el hueco de las narices entre las llamas bicornes, que diría Borges, de esas estufas “kitsch” que son como las setas de esta democracia enana que no da para derogar otra ley fascistoide como la del tabaco.
Y ahí está, estabulado en su estantería municipal, el pequeño demócrata urbano, dispuesto a morir de una pulmonía porque el Estado no le deja morir de un enfisema.
Como detrás de todo moralista hay un sayón con todos los adelantos del sadismo, el castrador de fumadores ideó que en una socialdemocracia ejemplar el vicioso no puede fumar y beber a la vez, de modo que está prohibido beber en la calle y fumar en el bar.
Y toda la calle, así, es un concurso de Ramón García, pero sin vaquilla (aquí la vaquilla es la “Stasi” municipal de la alcaldesa Botella), con parejas de novios pantomimeros que entran al bar por un buchito de cerveza y que salen a la acera por una calada de picadura, en un charlotismo absurdo de Charlot con máscara de señorito de la contemporaneidad.
–Si matáramos a un muerto viviente en España, ¿iríamos a la cárcel?
Pertinente pregunta halloweenera que en un país de zombis se hace hoy Iñaki Berazaluce (vía J. M. Guardia), y que constituye el mayor desafío al equipo de creativos del ministro Gallardón.