viernes, 4 de junio de 2010

Tercera de feria. La orejilla de la talanquera

Corpus en la Andanada


José Ramón Márquez


Hoy, Victoriano del Río. Más juampedro, y ya van diecisiete mil tazas. El único que salió en el tipo y con las hechuras de su raza fue el cuarto de la tarde, un castañito llamado Enamorado, número 46, que tuvo la mala pata de caer en manos del fatal Fundi, maestro Fundi para la sensibilidad agropecuaria del Dr. Zaius.

Y dicho eso, dicho todo queda para quien entienda mínimamente de esto; vamos, que el tal maestro o maestrillo le aplicó la tabla de multiplicar del cero y se quedó la cosa en que cero por cero es cero. Era Enamorado un torito de esos que te hacen soñar en lo a gusto y lo bien que habrían estado con él los buenos toreros ya retirados, pongo por caso a Pepe Luis Vázquez o a Gregorio Tébar, que ayer se vino también a la memoria a causa de unas chicuelinas que se dieron en Las Ventas.

Fue un toro de una bondad franciscana, rayana en la bobaliconería, que jamás aprendió nada malo pese a los trapazos que le endiñó el tal Fundi y que, además, para resaltar su inmenso deseo de subir a los altares, tenía el hábito de colocarse él solito a la salida de los muletazos. Torito para liarla que tuvo la mala suerte de tener que encontrarse con Fundi en los últimos y cruciales diez minutos de su vida, que ya se sabe que el hombre propone y Dios dispone.

Castella en su primero hizo todo lo que el orbe espera de Castella, con una faena que no significa nada, pues no está orientada a otro fin que al de llegar al éxtasis de cercanías que le gusta al torero y que provoca soponcios, ansiedad y desmayos en el público femenil que atiborra las talanqueras del Puente de Ventas. Por algunos segundos pareció que el francés quería cambiar su habitual forma por otra más próxima a la ortodoxia, quedándose un poco, pero todo fue una ilusión. Y para qué lo va a intentar hacer bien en el caso de que sepa, si él vendió su burra y la talanquera, feliz y agradecida, por todo lo anterior y por una estocada trasera le obsequió con una peluda oreja de toro, que vaya usted a saber para qué valdrá ese despojo. Luego, en su segundo, inició su faena con una fantasía compuesta de dos pases del Celeste Imperio, dos trincherillas, un cambiado por la espalda y un molinete. Fue algo realmente bonito e inspirado, y como además le salió todo de un tirón, sin un solo enganchón, recogió una ovación sincera y unánime de la plaza entera. Otra cosa bien distinta es cuando ya hubo que ponerse a torear, tras el dulce prólogo. Entonces volvió por sus fueros al cite con el pico, a torear desde Alcorcón, a no cruzarse, a rectificar la posición a la salida del pase, y demás triquiñuelas del toreo contemporáneo y abusivo, en el que sólo hay ventajas para el torero. La faena se fue despeñando por esos espantosos vericuetos, y cuando nos quisimos dar cuenta, se tiró a matar pinchando por dos veces. Yo creo que si mata a la primera también la habrían pedido la orejilla, para hacer la parejita, que la talanquera tiene esas cosas.

Perera estuvo hecho un pererazo, y si en su trabajo con el primero interesó poco, en lo que le hizo al segundo ya no interesó a nadie. Quedan para el recuerdo sus deseos de congraciarse con el público, al que brindó sus dos toros. La sustitución de Tomás por este chico creo que no deja en muy buen sitio a los gerentes de la empresa, aunque para quien quiera sustituciones graciosas ya tenemos en ciernes la de mañana, la del Mr Hyde Rafaelillo transmutado en torero de arte para sustituir a Aparicio, pero no adelantemos acontecimientos.

Hubo dos gritos esta tarde en dos momentos de silencio que deben ser anotados. Uno de ellos reclamó ante unas chicuelinas rectilíneas que se quebrase el viaje del toro, es decir, que se torease; el otro dio cuenta de la pésima opinión que el vocinglero tenía de las ganaderías de Guadalix, entre cuyos productos a buen seguro estaba incluido el conocido Rosco del tendido bajo del 7, misteriosamente enmudecido en esta tarde calurosa en la que por el ruedo correteaban sus paisanos.