José Ramón Márquez
Se dice pronto. Toda la vida lleva el pobre Manolo preocupado por que no haya conflictos de orden público en Las Ventas, que lo ha repetido hasta la saciedad, por activa y por pasiva, y resulta que precisamente le monta el lío uno de sus subordinados, llamado Niño, que además ha conseguido que se le echen encima las fieras del periodismo guay, del cuarto poder, a defender la sacrosanta libertad de expresión, que hay cosas que claman al cielo. Si Randolph Hearst fue capaz de montar la guerra contra España, vamos a ver la que pueden montar estos en la campaña contra Manolo y contra Niño, que se preparen por malos.
Resulta que en la corrida de ayer, ante la estupefacción de mil quinientos tíos que no habían pisado una plaza de toros en su vida y que posiblemente no repitan jamás la experiencia, la fuerza pública desalojó del callejón al periodista Ramón por órdenes del policía Niño. Como se puede comprender de inmediato, ese ataque a la libertad de prensa, al inalienable derecho a la información, comparable al cierre del diario Madrid, al secuestro de la película El crimen de Cuenca, ha causado una honda indignación, especialmente en algunos de los, llamémosles, periodistas que curran en la cosa de los toros, que se han puesto a dar bufidos y resoplidos llenos de ira en sus, llamémoslas, columnas.
Como cualquiera puede suponer, la misión del buen Ramón consistía tan sólo en ir por el callejón con su micrófono en la mano recabando esas opiniones prescindibles, manidas y sobadísimas que dan los matadores de toros, opiniones que van de ‘el toro tenía un peligro sordo y además no transmitía’ hasta ‘este triunfo es muy importante para mi carrera y se lo dedico a mi apoderado y a los que han tenido fe en mí’, así como de otras personas que andan por allí, cuyo registro no se aparta en lo esencial de los polos de máximos y mínimos que hemos indicado para los matadores, y que al decir de los expertos en las cosas de la televisión, sirven para dar ‘ritmo’ a la retransmisión, pese a su nulo interés.
Pero, claro, dirán los de la televisión que paga a Ramón, nosotros somos de la misma empresa que es la propietaria de la plaza, Comunidad de Madrid, S.A., y resulta que nos echan a patadas y mientras tanto llevamos viendo toda la feria a los lacayos del fenicio Dr. Zaius enseñoreados del callejón, los amos del callejón, el tío ése de los pelos grasientos, el de pinta de guarrete de la camiseta, que se le sale medio culo cuando se agacha, el que hace quince días que no se afeita; vamos, un montón de tíos más el de la cámara y el que porta el micrófono ése que lo lleva forrado con una funda como de lana mugrienta, media docena de tíos toda la feria por allí estorbando, y resulta que al que echan es al pobre Ramón en una corrida de chicha y nabo.
Pues bien, yo creo que como los niños siempre dicen la verdad, lo de ayer del buen Niño simplemente señala un camino, el de la verdad: expulsemos a Ramón, a Moncholi y sus palmeros expertos en naderías, a los de las cámaras, al Dr. Zaius, al viejo Gargajos, al clon del hijo de Victorino, al tío ése que se sube en la grúa, expulsemos de una bendita vez a la TV de los toros, a los que nada da, y dejemos que quien quiera saber de la corrida lea la crónica de alguien en quien confíe y deje volar la imaginación. Como siempre fue. Como algunos seguimos haciendo. ¡Qué razón tenía Tomás en esto!
Se dice pronto. Toda la vida lleva el pobre Manolo preocupado por que no haya conflictos de orden público en Las Ventas, que lo ha repetido hasta la saciedad, por activa y por pasiva, y resulta que precisamente le monta el lío uno de sus subordinados, llamado Niño, que además ha conseguido que se le echen encima las fieras del periodismo guay, del cuarto poder, a defender la sacrosanta libertad de expresión, que hay cosas que claman al cielo. Si Randolph Hearst fue capaz de montar la guerra contra España, vamos a ver la que pueden montar estos en la campaña contra Manolo y contra Niño, que se preparen por malos.
Resulta que en la corrida de ayer, ante la estupefacción de mil quinientos tíos que no habían pisado una plaza de toros en su vida y que posiblemente no repitan jamás la experiencia, la fuerza pública desalojó del callejón al periodista Ramón por órdenes del policía Niño. Como se puede comprender de inmediato, ese ataque a la libertad de prensa, al inalienable derecho a la información, comparable al cierre del diario Madrid, al secuestro de la película El crimen de Cuenca, ha causado una honda indignación, especialmente en algunos de los, llamémosles, periodistas que curran en la cosa de los toros, que se han puesto a dar bufidos y resoplidos llenos de ira en sus, llamémoslas, columnas.
Como cualquiera puede suponer, la misión del buen Ramón consistía tan sólo en ir por el callejón con su micrófono en la mano recabando esas opiniones prescindibles, manidas y sobadísimas que dan los matadores de toros, opiniones que van de ‘el toro tenía un peligro sordo y además no transmitía’ hasta ‘este triunfo es muy importante para mi carrera y se lo dedico a mi apoderado y a los que han tenido fe en mí’, así como de otras personas que andan por allí, cuyo registro no se aparta en lo esencial de los polos de máximos y mínimos que hemos indicado para los matadores, y que al decir de los expertos en las cosas de la televisión, sirven para dar ‘ritmo’ a la retransmisión, pese a su nulo interés.
Pero, claro, dirán los de la televisión que paga a Ramón, nosotros somos de la misma empresa que es la propietaria de la plaza, Comunidad de Madrid, S.A., y resulta que nos echan a patadas y mientras tanto llevamos viendo toda la feria a los lacayos del fenicio Dr. Zaius enseñoreados del callejón, los amos del callejón, el tío ése de los pelos grasientos, el de pinta de guarrete de la camiseta, que se le sale medio culo cuando se agacha, el que hace quince días que no se afeita; vamos, un montón de tíos más el de la cámara y el que porta el micrófono ése que lo lleva forrado con una funda como de lana mugrienta, media docena de tíos toda la feria por allí estorbando, y resulta que al que echan es al pobre Ramón en una corrida de chicha y nabo.
Pues bien, yo creo que como los niños siempre dicen la verdad, lo de ayer del buen Niño simplemente señala un camino, el de la verdad: expulsemos a Ramón, a Moncholi y sus palmeros expertos en naderías, a los de las cámaras, al Dr. Zaius, al viejo Gargajos, al clon del hijo de Victorino, al tío ése que se sube en la grúa, expulsemos de una bendita vez a la TV de los toros, a los que nada da, y dejemos que quien quiera saber de la corrida lea la crónica de alguien en quien confíe y deje volar la imaginación. Como siempre fue. Como algunos seguimos haciendo. ¡Qué razón tenía Tomás en esto!