José Ramón Márquez
Fotos: Antonio Pérez Cucho
Algo tenemos que agradecerle a July. Gracias a él, las máscaras se han vuelto a caer y ya tenemos perfectamente retratado a cada cuál. Ahora sabemos aún con más precisión cuál es el palillo que tocan los plumíferos, los revistosos del puchero, de este puchero que es olla podrida en el que como ingredientes flotan el ‘toreo’ moderno y el ‘toro’ moderno en el caldo de las palabras mercenarias.
Es interesante repasar la prensa de ayer, domingo, y los medios taurinos de la red para comprobar lo que no necesita apenas comprobación: que July es un invento mediático, sostenido por los medios afines -que son casi todos-. Llama la atención que, ante la basura de triferias que nos han montado sin que ellos hayan rechistado, los revistosos se rasguen ahora las vestiduras con la ruin orejilla ‘hurtada’ al niño eterno, dejando al aire sus vergüenzas de pésimos críticos y peores aficionados. Porque la verdad es que su enfado sólo sirve para demostrar que ellos, al igual que su torero, necesitan las orejas como la vida, para demostrar su grandeza de cortador de orejas, dado que nadie recordará ni un solo pase de su ‘gran faena’ del sábado pasado ni de tantas otras faenas de tantos otros días, faenas que son como esa hamburguesa de Burguer King que sabe lo mismo en Cincinati que en Ulan Bathor: proteína barata, pasto de masas, nutrición rápida para pasar el rato y un cartón con forma de corona para llevarse a casa.
Hartos estamos de recordar grandiosas faenas que no han tenido orejas. ¿Y qué más da? Faenas que viven en la memoria y que sacamos a pasear en las conversaciones: naturales de ensueño, toros cuajados, toreo del bueno en el que el toro y su matador se dejan la vida, toreo de compromiso basado en la verdad, sin esas malditas orejas.
Si July fuese tan bueno como dicen, si la faena a su primero fuese tan grande como la cantan -y si así lo fue, siento un montón no haberme enterado-, ¿qué más dan las orejas? Estaríamos hablando aún de cómo se encajó el torero, de cómo llevó sometido al toro, de las series de naturales y los adornos de primor, del cuajo de aguantar las embestidas a pie firme con el toro galopando hacia él, de los pases de pecho con todo el toro por delante, de la estocada marcando los tiempos, aunque pinchase. Si la faena tuviese algo distinto de la sucesión de derechazos orientada al corte de una oreja, ¿quién se preocuparía por la maldita oreja? ¿Y qué necesidad perentoria tiene de la tal oreja un figurón como July, salsa de todos los guisos, cabecera de Bilbao -este año tampoco los Victorinos serán para él- y retador ful de Ponce?
Hace la torta de años, cuando July se presentó en Madrid de novillero, cuando algunos que ahora firman en la prensa andaban aún a gatas, justamente antes de su alternativa, arropado por la aureola de niño sabio que venía de México y por una selección de novillos-toros (como decía el programa de aquella tarde, para dar más relevancia a la ocasión) ya nos dimos cuenta de que tras July no había nada de auténtico interés para el aficionado; humo de pajas sin verdad alguna.
Aquella tarde que se despeñaba hacia el desastre se salvó in extremis en el quinto por una faenita empujada por las gentes que simpatizaban con el niño torero y querían verle triunfar, como desean que sus hijos aprueben la selectividad. Fue sólo el primer episodio de una larguísima serie que continúa hasta nuestros días, protagonizada por esta especie de ‘rock star’ carpetovetónico, siempre cuidado, siempre con el ganado seleccionado, sin una sola sorpresa, siempre halagado por el papel prensa, siempre cantado por sus gestas en lugares insólitos y siempre tapado en sus malos momentos -que los habrá tenido-, que para eso acuñaron un término inapelable: ‘Importante July’.
El hecho es que July no es de nadie, salvo de los medios afines y de sus periodistas halagadores. No se hizo en plaza alguna. No es de Madrid, ni de Sevilla, ni de Bilbao, ni de Pamplona, ni de Tarazona, ni de Cieza, ni de Cehegín. No es imprescindible en lado alguno, salvo en el papel impreso. Es el que siempre anda por allí, el que permite a los que nada saben, decirte: "¡Y viene July!" Y poco más. Apenas tiene partidarios confesos entre los aficionados cabales -alguno hay, no obstante-, entre los que su ‘toreo’ crea más desazón que emoción.
El daño que hace es enorme, pues a los jóvenes influenciables les dicen sus mentores, esa geografía del fracaso que riega de consejos de mercachifle y estropea a esos jóvenes toreros, que éste es el mejor porque gana mucho dinero y que basta con imitar sus formas absurdas para hincharse a ganarlo.
Necesita las orejas como el aire, porque sabe perfectamente que lo único que quedará de él cuando se vaya es la estadística.
Fotos: Antonio Pérez Cucho
Algo tenemos que agradecerle a July. Gracias a él, las máscaras se han vuelto a caer y ya tenemos perfectamente retratado a cada cuál. Ahora sabemos aún con más precisión cuál es el palillo que tocan los plumíferos, los revistosos del puchero, de este puchero que es olla podrida en el que como ingredientes flotan el ‘toreo’ moderno y el ‘toro’ moderno en el caldo de las palabras mercenarias.
Es interesante repasar la prensa de ayer, domingo, y los medios taurinos de la red para comprobar lo que no necesita apenas comprobación: que July es un invento mediático, sostenido por los medios afines -que son casi todos-. Llama la atención que, ante la basura de triferias que nos han montado sin que ellos hayan rechistado, los revistosos se rasguen ahora las vestiduras con la ruin orejilla ‘hurtada’ al niño eterno, dejando al aire sus vergüenzas de pésimos críticos y peores aficionados. Porque la verdad es que su enfado sólo sirve para demostrar que ellos, al igual que su torero, necesitan las orejas como la vida, para demostrar su grandeza de cortador de orejas, dado que nadie recordará ni un solo pase de su ‘gran faena’ del sábado pasado ni de tantas otras faenas de tantos otros días, faenas que son como esa hamburguesa de Burguer King que sabe lo mismo en Cincinati que en Ulan Bathor: proteína barata, pasto de masas, nutrición rápida para pasar el rato y un cartón con forma de corona para llevarse a casa.
Hartos estamos de recordar grandiosas faenas que no han tenido orejas. ¿Y qué más da? Faenas que viven en la memoria y que sacamos a pasear en las conversaciones: naturales de ensueño, toros cuajados, toreo del bueno en el que el toro y su matador se dejan la vida, toreo de compromiso basado en la verdad, sin esas malditas orejas.
Si July fuese tan bueno como dicen, si la faena a su primero fuese tan grande como la cantan -y si así lo fue, siento un montón no haberme enterado-, ¿qué más dan las orejas? Estaríamos hablando aún de cómo se encajó el torero, de cómo llevó sometido al toro, de las series de naturales y los adornos de primor, del cuajo de aguantar las embestidas a pie firme con el toro galopando hacia él, de los pases de pecho con todo el toro por delante, de la estocada marcando los tiempos, aunque pinchase. Si la faena tuviese algo distinto de la sucesión de derechazos orientada al corte de una oreja, ¿quién se preocuparía por la maldita oreja? ¿Y qué necesidad perentoria tiene de la tal oreja un figurón como July, salsa de todos los guisos, cabecera de Bilbao -este año tampoco los Victorinos serán para él- y retador ful de Ponce?
Hace la torta de años, cuando July se presentó en Madrid de novillero, cuando algunos que ahora firman en la prensa andaban aún a gatas, justamente antes de su alternativa, arropado por la aureola de niño sabio que venía de México y por una selección de novillos-toros (como decía el programa de aquella tarde, para dar más relevancia a la ocasión) ya nos dimos cuenta de que tras July no había nada de auténtico interés para el aficionado; humo de pajas sin verdad alguna.
Aquella tarde que se despeñaba hacia el desastre se salvó in extremis en el quinto por una faenita empujada por las gentes que simpatizaban con el niño torero y querían verle triunfar, como desean que sus hijos aprueben la selectividad. Fue sólo el primer episodio de una larguísima serie que continúa hasta nuestros días, protagonizada por esta especie de ‘rock star’ carpetovetónico, siempre cuidado, siempre con el ganado seleccionado, sin una sola sorpresa, siempre halagado por el papel prensa, siempre cantado por sus gestas en lugares insólitos y siempre tapado en sus malos momentos -que los habrá tenido-, que para eso acuñaron un término inapelable: ‘Importante July’.
El hecho es que July no es de nadie, salvo de los medios afines y de sus periodistas halagadores. No se hizo en plaza alguna. No es de Madrid, ni de Sevilla, ni de Bilbao, ni de Pamplona, ni de Tarazona, ni de Cieza, ni de Cehegín. No es imprescindible en lado alguno, salvo en el papel impreso. Es el que siempre anda por allí, el que permite a los que nada saben, decirte: "¡Y viene July!" Y poco más. Apenas tiene partidarios confesos entre los aficionados cabales -alguno hay, no obstante-, entre los que su ‘toreo’ crea más desazón que emoción.
El daño que hace es enorme, pues a los jóvenes influenciables les dicen sus mentores, esa geografía del fracaso que riega de consejos de mercachifle y estropea a esos jóvenes toreros, que éste es el mejor porque gana mucho dinero y que basta con imitar sus formas absurdas para hincharse a ganarlo.
Necesita las orejas como el aire, porque sabe perfectamente que lo único que quedará de él cuando se vaya es la estadística.