DECLARACIÓN DE UN CANTANTE DE RADIO
A UNA JOVEN A QUIEN CONOCIÓ EN LA ESTACIÓN DONDE ACTÚA
Buenos Aires, 14 de Abril, 1945
Estimada Zulema:
Le escribo no a impulsos de un capricho, sino bajo el influjo de una pasión que ha prendido tan fuerte en mi corazón, que solamente podré calmarla, ¡estoy seguro!, si el puro amor que usted ha despertado en mí halla eco en su almita de mujer casta y buena.
Sólo vi a usted en una oportunidad, pero fue suficiente para que su recuerdo dejara una estela luminosa en mi imaginación. Y, al recordarla, no sé qué admiro más en su belleza: si la perfección de la boca o la elegancia majestuosa de la silueta; si los reflejos del oro de sus cabellos o la dulzura de su mirada...
Era la noche del jueves pasado. Usted estaba en una de las plateas intermedias de la sala de audiciones. Mucha gente llenaba el recinto, pero yo la veía a usted, únicamente a usted, destacándose del abigarrado conjunto. Y puedo jurarle que los aplausos que premiaron mi labor de esa noche eran dirigidos a usted, pues si logré matizar mis canciones con toda la ternura, la emoción y el dolor que ellas reflejan fue porque yo no hacía más que exteriorizar los diferentes estados de ánimo por los que estaba pasando y que usted inspiraba, ora me escuchara con atención, ora sonriera, ora coqueteara.
Tuve la dicha de que fuéramos presentados. Y aunque en ese breve instante no pude cambiar más que unas pocas palabras, la felicidad de estar tan cerca, de estrechar su pequeñísima mano, representó la más alta recompensa a la que me fuera dado aspirar, y sirvió para convencerme aún más, si hubiera sido posible, de lo hermosa que es usted y de lo enamorado que estoy yo.
¿Debo abrigar esperanzas de una contestación favorable? ¿Estaré obligado a vivir siempre con el dolor de una pasión no correspondida? ¡No lo sé! Sólo su respuesta podrá poner fin a esta torturante ansiedad.
Suyo,
Alfredo