Kid Chocolate
Solamente el deseo de complacer a un amigo periodista me hace dedicar algún tiempo a escribir una serie de capítulos sobre el Diario de mi último viaje. Fernando Eguileor está a mi lado, tratando de ayudarme a redactar estos trabajos, pues como ustedes supondrán, el que tiene que pasarse la mayoría de las horas del día haciendo training o descansando para poder mantenerse en una forma championable, no puede practicar literatura, ni siquiera barata.
El 11 de abril de 1933, cuando menos lo esperaba, Pincho Gutiérrez, mi manager, se apareció en mi casa del reparto de Miramar y me dijo que empacara rápidamente, porque al día siguiente por la mañana embarcábamos con rumbo a Nueva York. De más está decir que mi pobre vieja me ayudó todo lo que pudo en esto.
A las nueve ya estábamos en el muelle del Arsenal, preparándonos para subir al vapor Florida. Tras despedirnos de los numerosos familiares y amigos presentes, fuimos a bordo. Poco después veía el Morro lejos de mí. No recuerdo exactamente cuántas veces he presenciado ya este panorama, y, a pesar de ello, no me acostumbro. Siempre me duele salir de La habana.
Por lo primero que nos preocupamos al llegar a Nueva York fue por el estado de salud de Black Bill, que hacía pocos días se había hecho dos disparos. Enterados de que su estado era cada día más grave, decidimos Pincho y yo ir a verlos cuanto antes.
***
En el hospital pudimos conocer con los médicos que asistían a Black Bill que eran muy pocas las posibilidades que tenía de salvarse. No obstante, ofrecimos contribuir con lo que fuese necesario para lograrlo.
Pero lo que sucedió tenía que suceder. Los disparos habían sido certeros. Las heridas eran imposibles de curar. Y poco a poco el magnífico pugilista cubano que había ido perdiendo la vista lentamente, fue cogiendo el aspecto de un cadáver. A los pocos días de estar nosotros en Nueva York, recibimos la terrible noticia. Black Bill no había podido resistir más en su última lucha y había sucumbido. Nos encontramos entonces, al llegar al hospital, con que no querían entregar el cadáver a su esposa. Los motivos nunca los conocimos. Pincho y yo, entonces, movimos nuestras influencias y logramos que los directores del hospital se pusieran a nuestra disposición.
De La Habana nos llegaron noticias de que su madre lloraba desconsolada, en la calle Misión, y que pedía que le enviasen a su hijo, para poderlo ver y besar por última vez. Esto nos conmovió. Dimos los pasos necesarios para mandarlo a Cuba, pero era preciso que alguien lo acompañase.
Nosotros no podíamos porque teníamos ciertos compromisos con el Garden que nos retenían en Nueva York. Le hablamos a su esposa, pero ésta no pudo abandonar su colocación y por estas circunstancias, después de aguardar varios días por una determinación definitiva, se le dio sepultura al artista de las sogas. A su entierro fueron muchas personas, cubanos en su mayoría.
Cumplido nuestro deber moral para con Black Bill, el Garden nos prorrogó su contrato por varios meses y por ello aceptamos una proposición que nos hicieron desde Europa. Una semana más tarde nos encontrábamos en Barcelona.
En seguida inició Pincho las negociaciones con Gassa para las peleas que debía ofrecer yo en Europa. Varios nombres escribió el promotor hispano en un papel que le mostró a Pincho. Entre ellos estaba el de Nick Bensa, ídolo de los fanáticos franceses que acaba ahora de ganar varios encuentros seguidos en París.
Al fin se decidió que fuera Bensa mi primer rival. Se le telegrafió la proposición y pronto obteníamos la respuesta aceptando el match, muy contento por la oportunidad que le ofrecía un campeón mundial.
[Extractos de Ahora, La Habana, 1934]
Solamente el deseo de complacer a un amigo periodista me hace dedicar algún tiempo a escribir una serie de capítulos sobre el Diario de mi último viaje. Fernando Eguileor está a mi lado, tratando de ayudarme a redactar estos trabajos, pues como ustedes supondrán, el que tiene que pasarse la mayoría de las horas del día haciendo training o descansando para poder mantenerse en una forma championable, no puede practicar literatura, ni siquiera barata.
El 11 de abril de 1933, cuando menos lo esperaba, Pincho Gutiérrez, mi manager, se apareció en mi casa del reparto de Miramar y me dijo que empacara rápidamente, porque al día siguiente por la mañana embarcábamos con rumbo a Nueva York. De más está decir que mi pobre vieja me ayudó todo lo que pudo en esto.
A las nueve ya estábamos en el muelle del Arsenal, preparándonos para subir al vapor Florida. Tras despedirnos de los numerosos familiares y amigos presentes, fuimos a bordo. Poco después veía el Morro lejos de mí. No recuerdo exactamente cuántas veces he presenciado ya este panorama, y, a pesar de ello, no me acostumbro. Siempre me duele salir de La habana.
Por lo primero que nos preocupamos al llegar a Nueva York fue por el estado de salud de Black Bill, que hacía pocos días se había hecho dos disparos. Enterados de que su estado era cada día más grave, decidimos Pincho y yo ir a verlos cuanto antes.
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En el hospital pudimos conocer con los médicos que asistían a Black Bill que eran muy pocas las posibilidades que tenía de salvarse. No obstante, ofrecimos contribuir con lo que fuese necesario para lograrlo.
Pero lo que sucedió tenía que suceder. Los disparos habían sido certeros. Las heridas eran imposibles de curar. Y poco a poco el magnífico pugilista cubano que había ido perdiendo la vista lentamente, fue cogiendo el aspecto de un cadáver. A los pocos días de estar nosotros en Nueva York, recibimos la terrible noticia. Black Bill no había podido resistir más en su última lucha y había sucumbido. Nos encontramos entonces, al llegar al hospital, con que no querían entregar el cadáver a su esposa. Los motivos nunca los conocimos. Pincho y yo, entonces, movimos nuestras influencias y logramos que los directores del hospital se pusieran a nuestra disposición.
De La Habana nos llegaron noticias de que su madre lloraba desconsolada, en la calle Misión, y que pedía que le enviasen a su hijo, para poderlo ver y besar por última vez. Esto nos conmovió. Dimos los pasos necesarios para mandarlo a Cuba, pero era preciso que alguien lo acompañase.
Nosotros no podíamos porque teníamos ciertos compromisos con el Garden que nos retenían en Nueva York. Le hablamos a su esposa, pero ésta no pudo abandonar su colocación y por estas circunstancias, después de aguardar varios días por una determinación definitiva, se le dio sepultura al artista de las sogas. A su entierro fueron muchas personas, cubanos en su mayoría.
Cumplido nuestro deber moral para con Black Bill, el Garden nos prorrogó su contrato por varios meses y por ello aceptamos una proposición que nos hicieron desde Europa. Una semana más tarde nos encontrábamos en Barcelona.
En seguida inició Pincho las negociaciones con Gassa para las peleas que debía ofrecer yo en Europa. Varios nombres escribió el promotor hispano en un papel que le mostró a Pincho. Entre ellos estaba el de Nick Bensa, ídolo de los fanáticos franceses que acaba ahora de ganar varios encuentros seguidos en París.
Al fin se decidió que fuera Bensa mi primer rival. Se le telegrafió la proposición y pronto obteníamos la respuesta aceptando el match, muy contento por la oportunidad que le ofrecía un campeón mundial.
[Extractos de Ahora, La Habana, 1934]