viernes, 26 de febrero de 2010

ESPAÑA, EN MANOS DEL DOCTOR COUÉ


EL MÉTODO COUÉ

Julio Camba

Me dijeron que al pobre Manolo apenas si le quedarían en este mundo unos tres o cuatro afeitados, y, aunque el afeitado es una unidad de medida demasiado elástica que se inventó en Madrid para calcular la duración de ciertos enfermos -generalmente varones- y que lo mismo puede representar períodos de veinticuatro horas que de una semana o de quince días, yo me apresuré a visitar a mi amigo.

-Pasa -me dijo su mujer al verme-. El pobre Manolo está verdaderamente malo, y lo peor es que como aquí no ha habido nunca más ingresos que los suyos, ni siquiera podemos llamar a un buen médico para que lo examine. Ahora debe de estar durmiendo, pero no importa.

Y abriendo una puerta, de la que salió en seguida un terrible olor a botica, comenzó a llamar con grandes voces a su marido.

-¡Manolo! ¡Manolo! Despiértate, hombre. Aquí hay un amigo que viene a verte.

Manolo entonces, de los dos ojos que tenía hundidos en lo más profundo de sus cuencas, consiguió, no sin trabajo, entreabrir uno, y, dirigiéndome con él una mirada que, por lo vaga y distante, parecía venir de otro planeta, exclamó:

-Cada día estoy más joven, más fuerte y más sano. Mis negocios marchan muy bien y tengo un gran partido con las mujeres...

Me quedé de una pieza. Mi amigo, indudablemente, se encontraba mucho peor de lo que yo creía.

-¡Valor! -le dije por lo bajo a su mujer-. Parece que esta clase de enfermos son muy propensos al desvarío, pero ya verás como, Dios mediante y dentro de muy poco tiempo, tu marido vuelve a razonar como de costumbre.
-¡Pero si Manolo no desvaría! -me repuso la buena señora-. Nada de eso. Lo que pasa es que, desde hace quince días, está practicando el método curativo del doctor Coué.

Ignoro si conocen ustedes el método del doctor Coué, quizás ya un poco pasado de moda. Todas las mañanas al despertar, en vez de tomarse el pulso y mirarse la lengua en un espejo haciendo entre dientes comentarios pesimistas sobre su propio estado de salud, debe uno prorrumpir en grandes manifestaciones de optimismo, semejantes a las de mi amigo Manolo, y, a la larga, por un proceso de autosugestión, este optimismo fingido se convierte, según el doctor Coué, en un optimismo real que, actuando sobre la moral del enfermo, le devuelve a uno la salud y la alegría perdidas. En cierto modo el método del doctor Coué representa el comienzo de la hoy tan famosa terapéutica psicosomática, y mi amigo Manolo lo siguió con gran entusiasmo durante un mes o mes y medio, hasta que un día, cuando estaba el hombre haciendo ante su familia acongojada mayores alardes de juventud y de sex-appeal, estiró bruscamente la pata y pasó de un golpe a mejor vida. ¡Que la tierra le sea leve!

¡Que le sea leve a él y que también se lo sea al propio doctor Coué, quien se murió poco después que mi amigo Manolo y de igual manera que éste! Indudablemente, no hay ni habrá jamás método alguno que le libre a uno de morirse, y por eso me parece a mí tan razonable la conducta de aquel centenario que decía:

-Todas las mañanas, a primera hora, me llevan el periódico a la cama. Yo lo cojo, lo ojeo, veo las esquelas de defunción, y sólo me decido a levantarme cuando me convenzo de que no hay ninguna a mi nombre...