EL PUTACUARIO
Ricardo Bada
elespectador.com
Es un librito de 134 páginas, edición moderna de un volumen aparecido en 1876 y reeditado en 1903, con el extenso título Richard Wagner en el espejo de la crítica: Diccionario de la descortesía, conteniendo expresiones groseras, escarnecedoras, odiosas y calumniosas que fueron usadas por enemigos y bromistas contra el maestro Richard Wagner, sus obras y sus seguidores. Coleccionadas en horas de ocio, para diversión del espíritu, por Wilhelm Tappert.
Sigue un muestrario reducidísimo de algunos de los adjetivos recolectados por Herr Tappert: “abominable, absurdo, aburrido, bandido, bárbaro, bastardo, brutal, cruel, decadente, despreciable, diletante, histérico, horripilante, indecente, jesuítico, lameculos, loco, melenudo” (¡oh manes de los Beatles!), “necio, patético, plagiario, pobre en ideas, rancio, reblandecido mental, sofista, trivial”, y un largo etc. No creo, sin embargo, que ninguno de ellos ofendiese tanto a Wagner como el hecho de que el crítico vienés Speidel lo motejara de... “judío”. Nada menos que a Wagner, el antisemita por antonomasia.
Pero sigamos. Otra lista podría hacerse con los epítetos siguientes, destinados tanto a él como a su música: “Anticristo del Arte, aurora boreal” (así lo llamó Jacques Offenbach, y en alemán eso de decirle a uno “Nordlicht” es bastante menospreciativo), “autobotafumeiro, Cagliostro, commensale servile” (del rey de Baviera), “charlatán, Dalai Lama” (“La desgracia de Wagner es que no sólo se considera el propio Dalai Lama, sino también el sumo sacerdote del Dalai Lama, de tal modo que asimismo considera cada uno de sus excrementos como un flujo de su divina inspiración”), y continuando con la enumeración: “dómine, hojalatero, Heliogábalo, matanervios, molusco, mono, Phylloxera vagnátrix, sacamuelas, timador, tormenta en una escupidera, vándalo” y otro largo etc.
Oskar Blumenthal, por su parte, le enjaretó esta cuarteta dedicada al libreto de Tristán e Isolda:
“Schopenhauer bastante sí ha leído / pero poco y muy mal lo ha digerido, / de modo que los versos de Tristán / eructos filosóficos serán».
Ahora bien, la creatividad de los injuriadores de mi tocayo llega a su cénit en una crítica donde la primera escena de El oro del Rhin, en el fondo del río, con las ninfas buceando y cantando (lo cual es una hazaña, dicho sea de paso, pues las ninfas cantan sin usar escafandra), fue calificada nada menos que de “putacuario” (“Huren-Aquarium” en el original). Constatemos, con agrado, que excepto alguna riña de gallos entre tenores españoles, y no pocas caudas de comentarios a las columnas de El Espectador, las costumbres han mejorado bastante desde que Herr Tappert hiciera esta suculenta y aleccionadora cosecha de antiwagnerianismos.