jueves, 7 de enero de 2010

LOS DOCTORES DE LA TAUROMAQUIA



El doctor me dio
tres meses de vida.

Un año pasó

y viviendo sigo yo.

¡Ay doctor! / Bonny Cepeda



José Ramón Márquez

Doctores, doctores. Médicos, cuchillos de natura. Médicos toreros como José García El Doctor, novillero ubetense. O como Victoriano de la Serna, que acabó sus estudios de galeno cuando ya andaba por esas plazas anunciado de novillero. O como Lucio Sandín, que se empleó en estudiar la ciencia oftálmica. Toreros médicos y toreros que habrían querido ser médicos, como Pepín Liria. Doctores como ese doctor español por antonomasia, el doctor Marañón, que relacionaba, en una conversación con Marino Gómez Santos, la afición taurina con la afición a las guerras civiles. O como el no menos hispánico doctor Cabrerizo, a Dios rogando y con el mazo dando, condenado por el botellazo que le arreó a Nacional II en Calatayud y que causó la muerte del torero por un quítame allá esas pajas sobre Emilio Méndez. Doctores como Christian Barnard, el de los trasplantes, que, sin saber de lo que hablaba, opinaba ufanamente a favor de la supresión de las corridas de toros; o como su colega el odontólogo burgalés Rodríguez de la Fuente, que tampoco era lo que se dice un aficionado de postín. Y más doctores, como el doctor Anás que estudia en su Los ojos del toro la mirada de la fiera. O el doctor Cabrera, que ejerce la crítica desde la radio y dirige la Unión de Bibliófilos Taurinos. Y, cómo no, el Doctor Thebussem, que no era médico sino abogado y que en su Un triste capeo da noticia de que ‘un toro negro, de mucho sentido y pegajoso, fue el verdadero señor del desenlace que tuvo en Medina Sidonia el célebre Rosario de la Aurora’.
Y ahora, además, el doctor de la desmemoria. El doctor Carlos Crivell, que escribe en la prensa y es natural de Salteras y el hombre no se entera, ni quiere que se enteren sus lectores del diario, de que en Salteras hay un torero. Bueno, no olvidemos que también es doctor, y con calle en Cenicientos, el doctor Moncholi, que, de doctor a doctor, nos hace volver los ojos de nuevo a Thebussem, a ese claro párrafo donde dice el asidonense: “Las gacetas publican párrafos, artículos, necrológicas y retratos del difunto, y cuando éste posee adarmes de persona visible, suele ponerse su apellido a la calle en que habitaba.” Aunque yo, para mí, prefiero sinceramente que la vida me libre de conocer al doctor.