lunes, 26 de octubre de 2020

Visita al desguace culé


James Drury, El virginiano

Ignacio Ruiz Quintano

Este Madrid de Zidane es un coche de época que fue el sábado a Barcelona para tunearse con piezas del desguace culé, donde funge de carroza Messi, que parece más quemado que la cafetera de “El virginiano”. El Bayern les hizo ocho, y el Madrid, tres, que son las diferencias que hay hoy entre los tres equipos, porque luego de ver al Bayern de Flick toreando al Atlético de Simeone bien se puede decir que al Madrid de Zidane le haría unos cinco.

El Bayern es desparpajo juvenil (esto no cuesta mucho: lo tiene incluso Isco) y presión, aquella cosa que trajo a España (“pressing”, se decía entonces) el simpatiquísimo (“empatía”, se dice ahora) Terry Venables, que tenía al Boquerón Esteban en el campo y que para sacar un córner hacía más señales que para aparcar un avión.

Desparpajo más presión, el Bayer de Flick, que era como el Toril del Bayern, y ya ven.

Es verdad que el fútbol de “la Coviz”, sin público (sin “habeas corpus”), tiene mucho de idiotez griega.

En alguna parte hay un pueblo al que este hombre está privando de un idiota –reza un fragmento de formulario de evaluación de la Armada Británica recogido por Nicholas Hobbes en su “Militaria”.

Porque está el idiota moderno (“espíritu estúpido” para el culto) y el idiota antiguo, el griego, o espíritu orgulloso de su particularidad: para los griegos de Pericles el “idiotes” era aquél que no estaba en la pomada y, por consiguiente, no podía participar en el diálogo para la búsqueda de la verdad. En lo que los listos buscan la verdad y se lo llevan calentito, el “idiotes” asiste a la Liga de “la Coviz” por el agujero de la TV, como aquellos viejos mirones de obras por los agujeros de las vallas que greguerizó Gómez de la Serna. Hasta la final de la Copa de Europa tiene así la misma emoción que el partidillo de los jueves entre titulares y suplentes al que nos colábamos de niños para ver a las estrellas del balompié que luego salían recién duchados y se subían a un R8TS amarillo que rutaba como este Barça de Koeman, donde Frenkie de Jong parece un primo del que deslumbraba en el Ajax, rodeado por Pedri y Trincao.

Koeman tiene cosas de Cruyff en la pizarra. Cruyff llegaba al Calderón y se planteaba quién era el mejor del Atlético. ¿Manuel Sánchez González, Manolo? ¿Y cuál era su especialidad? ¿El regate? Pues lo dejaba libre de marcaje y de esa manera le privaba de su mejor cualidad. Eso mismo hizo el sábado Koeman con Benzemá, que tiene fama de ser el mejor futbolista del Madrid de Zidane. ¿Cuál es la especialidad de Benzemá? ¿Bajar a recibir? Pues das órdenes a tus jugadores de no llamar al timbre (“¡Anda, toca tú el timbre, que sabes solfeo!”, dice un personaje de Pemán) y neutralizas a Benzemá, que privado, en efecto, de su función de bajar a recibir anduvo por el Campo Nuevo como por el plató de TV en su entrevista con Valdano, perdido en cogitaciones: en Lyon era un 9 que jugaba de 10, en el Madrid soy un 10 que juega de 9, y mientras, Ramos, pirulero del fútbol, le sacaba un penalti al VAR que con público en las gradas hubiera sido otro Guruceta-show, porque es un penalti de instante arbitral, o no es penalti, con grandes debates periodísticos.

En fin, que una derrota en Valdebebas ante el Cádiz había desatado una literatura de decadencia y la visita a Barcelona invitaba a la crueldad, que es el recurso ordinario de los poderes que caen. No fue cruel el Madrid (¡ahí sí se nota Cristiano!), y cumplió el trámite laboral de ganar con su Modric-Casemiro-Kroos, el bustrófedon del zidanismo que ha llenado las estanterías de trofeos, aunque con la sensación de que podía haberlas llenado igualmente de soldados de terracota chinos.

Ramos, que con Mourinho de rodillas en el césped envió a la plaza de Castilla el penalti de la semifinal contra el Bayern (¡Ramos, Cristiano y Kaká!), lleva veinticinco penaltis consecutivos, ejecutándolos de todos los colores, para hacer historia. El de Barcelona, que encarrila la Liga de “la Coviz” hasta el próximo sábado, que viene a Madrid el Huesca, fue un penalti de Juan Palomo, y eso retrata a un equipo “romo en ataque”, como decían los cronistas antiguos, de cuando el “Marca” era falangista. Ese penalti fue para este Barcelona “triste, solitario y final” de Messi como el último clavo en el ataúd de una época. Que den las gracias de que lo clavó Ramos, que tiene leyenda, porque podía haberlo clavado Lucas Vázquez.



LOS AÑOS DE BALE

El increíble doctor Pol, el veterinario televisivo de Michigan, viene de una escuela tan vieja que a los alumnos les ponían un caballo delante y tenían que averiguar por los dientes cuántos años tenía; si se equivocaban en uno, suspenso. Así Mourinho explicando a los periodistas la edad futbolística de Bale, probablemente el mejor “caballo” del fútbol que hayamos visto. Pregunta para un teólogo de Trento: ¿Es el mismo Bale que hace siete años? En siete años, contestó Mourinho, los futbolistas cambian: no a mejor o a peor; sólo es cambiar: de cualidades, de estilo, de posición… “Así que no es el mismo; es un futbolista diferente”. Y todos quedaron tranquilos.