Francisco Javier Gómez Izquierdo
He dormido mal esta noche. Me he levantado temprano y ante el café, en lo de Antonio, el televisor repite cada poco la causa de mi desvelo. Mi calle, la puerta de mi casa en Gamonal, el barrio-pueblo con el que crecí tomado por soldaditos que reivindican el botellón y el trujis, es el hazmerreir de los parroquianos del barrio de Fátima cordobés que creen que Gamonal es peor que “Las Palmeras” o “El Cerro” y tan grande como las “Tres mil” de Sevilla. Ésa es la idea de Gamonal que está calando fuera de Burgos. Una sociedad de brutos y forajidos refugiados en un extrarradio que se mosquea y se torna destrozona cuando se la incomoda por la menor tontería.
Será que uno anda más sensible por la peste que nos rodea y las prisiones que padece, pero me entristece mi barrio de siempre, su mala imagen, lo que le queda al profano que no conoce lo que rodea a la Antigua, esa iglesia que se empezó con idea de ser catedral antes que la que el año que viene cumpla 800 años. Me entristece y me duele que por culpa de una banda de idiotas adiestrados en pisotear los derechos y libertades del prójimo (todos los que no son ellos) hablar bien de Gamonal, la patria de uno, pueda parecer sospechoso.
Me cuentan y la prensa lo recoge hoy que ayer varias personas salieron antes del toque de queda a protestar pacíficamente por las medidas del Gobierno juntero. Al acabar y proceder a la retirada aparecieron ellos, los que se creen esencia y milicia de un barrio que no por desamparado precisa de semejante soldadesca.
La armaron y se gustaron. Estarán contando sus hazañas durante meses con la satisfacción de que nadie les perseguirá, orgullosos del poderío de su estupidez. Mientras, Gamonal se ahoga en una decadencia de paredes pintarrajeadas con firmas vándalas, persianas bajadas, tiendas echadas a perder y gentes de mil naciones que “toman” y juegan en los parques. Los pobladores de finales de los 60 y principios de los 70, nuestros padres, se han ido muriendo. Sus nietos son padres hoy y no se ven capaces de embridar a unos chicos entontecidos por una equivocada leyenda de irreductibilidad que alguien ha equiparado con la del Astérix galo.
Allá, qué lejos queda Gamonal en días como hoy, mi madre, una de las reconocidas veteranas del barrio, mirará con ojos aún capaces de enhebrar agujas a los 91 años los destrozos a la puerta de casa y seguro que se acuerda de muchas cosas malas mientras va del portal a la iglesia.