viernes, 23 de octubre de 2020

La rauxa liberalia

 


Hughes

Abc


Para ser inútil, la moción de censura presentada por Vox ha servido para mucho y ha deparado algunos de los momentos más vivos del guiñolesco parlamento español.
 

Termina y el panorama ha cambiado: a la izquierda hay un bloque de abajofirmantes cohesionado y sin pudor, un heterogéneo frente “antifa” que va de Lastra a la señora ojerosa de Bildu. A la derecha está Vox, que como dice Casado “es lo que es”, y en el centro el PP con el estertor psicodélico de Ciudadanos, para que la Tercera España se sienta distinta e impar con los silogismos de Edmundo Bal.

Casado representó en el Congreso la ruptura sentimental con Vox, clavándole a Abascal el puñal (tu quoque, Pablo), pero ya teníamos algo más que indicios. En esto ya estaba el PP hace bastante, luchando “contra el facismo” cuando el alcalde Almeida le daba la lección moral y feminista a Ortega Smith, cuando Feijóo (delante de Casado) tomaba posesión de su cargo afirmando que España es un Estado Compuesto o cuando Cayetana Álvarez de Toledo situaba al PP catalán entre dos nacionalismos homologables, el de Vox y el de la DUI. Esto no es sorpresa para nadie que no se deje marear del todo por la vuvuzela mediática y el trilerismo de las tres derechas tengo, tres, dónde tengo la bolita.

Con todas las de perder ante el liderazgo de Abascal y la pujanza más libre de Vox, Casado abandona el eje izquierda-derecha y toma de mil amores el eje “populistas-demócratas”, así dicho por él, oposición en la que insistió: “radicales contra moderados, rupturistas contra reformistas”. De esta forma, se coloca entre los dos monstruos de irracionalidad, aunque con uno compartirá la inercia progresista. El PP moderado de Feijóo, el PP contra el populismo radical, el retorno al Mondo Sorayo.
 

Además de la proclamación, de su “soy centrista”, se manifestó, yendo más lejos, de dos maneras.
Por un lado, contra el votante, rompiendo, si quedaba algo, el cordoncillo umbilical que unía al voxero con el vientre del PP. De ese votante se despidió, quizás era ya irrecuperable: “trolls de internet” los llamó, y usó la ristra de tópicos acostumbrada, el mundo semántico y referencial que el Tinglado tiene para el que quiera o pueda pisar esa moqueta: la España de Cadíz frente a la de los garrotazos, el no al cainismo, la “nostalgia”, las alusiones al franquismo, y una vileza muy destilada cuando habló de la libertad “hables lo que hables, tengas el color que tengas, ames a quien ames”… Casado ponía a los votantes de Vox en una caricatura digna de humorista del establishment: la hez antidemócrata a la que sólo un escrúpulo jurídico separa de la ilegalización, proscrita en medios de comunicación y en la vida oficial. Nuestros deplorables, vaya, los votantes “del partido del miedo, la ira, la involución revanchista”, los que transitan un “camino de ceniza y ruina”, el de “Bannon y Le Pen”, el de la “división”, el “identitarismo”…
 

Del discurso del “voto útil”, que era la patrimonialización señoritinga de ese voto, pasa a la descalificación personal del exvotante. El “voxero” (o troll) queda expulsado a las tinieblas del Más Allá (como cuando recuerdan que era “extraparlamentario”, como si extraparlamentario fuera ser del monte guerrillero), un lugar donde expulsaron, antes que nadie, al juez del caso de la Manada (otro asunto en el que el PP ya estaba donde está).


“Queridos votantes y exvotantes” dijo al comenzar su vídeo Cayetana, colocada ahí para hacer una extraña bisagra que descoloca mucho al personal, que bastante tiene con seguir el sainete: por un lado era avanzadilla liberalia, centroliberalia y pinkeriana, situando a Vox como nacionalistas y populistas; por otro, incorporaba al PP la famosa “guerra cultural” con su feminismo paglia y sus cosas insólitas que sonaban desconcertantes y brillantes frente al hierático centrismo rosa mate de Ana Pastor. Cayetana era antivox y a la vez un poco Vox, casi Vox.
 

Con este paso que da Casado se acerca a ese mundo vacante tras Ciudadanos que es abundante siempre aunque no hubiera nadie (el solar está, y en buen sitio), ese mundo que nos ha estado divirtiendo los últimos años con sus distintos avatares, la cascada institucionalista desde Macron y/o Merkel hacia abajo; los liberalios que han pasado en apenas meses del magistral manejo de los tiempos de Mariano, novio de Merkel, a tecno-Soraya y de Soraya a Rivera y de Rivera a Casado, vía Cayetana y un brevísimo intermedio de Arrimadas, “representante de la tradición liberal” por el Ibex 35 y Mis Cojones 33. Casado ingresa, se zambulle de lleno, ya sin disimulo, en ese riachuelo idílico donde le esperan sin camiseta, haciendo felices aguadillas, Alcalde Almeida y Líder Tapado Feijóo.
Porque Casado dijo no a muchas cosas, pero también algún sí: “Sí a la globalización, sí al Estado de las Autonomías”…


Casado supera el izquierda-derecha y asume la oposición entre el populismo y lo demoliberal, que ni es del todo democrático ni es del todo liberal, pero que sirve para sostener un discurso muy extraño que no quiere hablar de China y tendrá que hablar de Polonia, Hungría o Rusia, o que se dice atlantista como el que más, pero considera anomalías democráticas a los legítimos gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido (casi nada).

En Casado ha habido, pues, ese desprecio al votante, al deplorable, y algo apasionante por lo humanísimo: un desprecio personal a Abascal, que “pisa la sangre de los muertos”. Ha habido en él un cambio de tono, impensable en el mundo de la España de Abel porque ha sido fratricida y además pleno de rabia, de ira, de rauxa liberalia (lo opuesto al seny). Casado ha revelado “to lo que lleva dentro” y con ella la vena furiosa del liberalio arquetípico, con sus tics de pedantería y vitriolo de esos que hacen que a Iglesias o a Sánchez les brille un colmillo.

Esto no le viene mal a Abascal; en realidad le ha venido muy bien. Su consolidación ha sido completa. Con la Moción presentó una derecha alternativa, ambiciosa, que en las réplicas sostuvo con gracia y aplomo contra todos. Le faltaba un momento personal y se lo concede Casado al permitirle mostrar indicios de nobleza, comedimiento y una cualidad suya, contagiosa, que se tiene o no se tiene y permite hablar de un liderazgo natural.
 

Si el día anterior Vox había superado “programáticamente” al PP saltándose los estrechos márgenes de la derecha posible tras Rajoy, Abascal lo hizo personalmente al vérselas con Casado, que a su vez demostró maneras para ser el líder de esa amalgama de sedicentes ilustrados, centristas, moderados, liberales de bragueta, liberales de mercado, thinktanks, hedonistas bruselenses, macronistas y adoradores del culto constitucionalista y “la mejor época de nuestra historia”; en definitiva, liberalios, pues liberalios serán los que lleven la voz cantante de las viejas cantinelas: el reformismo liberal, la economía de mercado frente a la achicoria y la zarzaparrilla, el proyecto sugestivo de vida en común, esas matrioshkas sucesivas que de Reagan (ha presumido de él) a Aznar y de Aznar a Rajoy va quedándose en pequeña figurita de salón.

Pero Casado brilla ahí, porque permanecía maniatado, anulado debatiéndose entre ser Centro o ser Derecha, entre huir o volver al polo sorayo del que partió, pero por vez primera se hace protagonista temperamental, con brillo oratorio, y en su repudio a Vox, es decir, en su comunión escenificada da la sagrada hostia consensual, Casado tuvo que hacer antes también ese bautismo moral que exige el régimen: la traición. Al menos, una cierta traición. Casado ya se ha bañado, pues, en las aguas cínicas donde Pedro Sánchez es Gemma Mengual.

Y al hacerlo, en Casado se ha percibido la quintaesencia del liberalio español, ese orgullo pepero que echábamos de menos, la bravuconería MAR, junto al aire pedantón inevitable (“Ortega… pero Ortega y Gasset, eh, no se confunda”, o “Cánovas, le sonará…” o el ya inolvidable “lea a Shakespeare”). Ese tipo humano, resabiado y feroz (porque se la juega) es el ejemplar nuestro del nevertrumper americano. Lo dijo muy bien García-Máiquez: el centrismo era un egocentrismo. Lo de Casado (lea a Shakespeare, lea a Shakespeare…) ha sido quizás una desmesura, una hibris pepera, esa soberbia que no tenía Rivera, que no podía tener, y que Casado le aportará al centro como señor “conservador de toda la vida”, en palabras de Iglesias, y último en llegar. Ojito a este centro, ¡que es mucho centro!

Hubo momentos graciosos, pese a lo duro del episodio. La nota indignada de su sumisión europeísta: “¡Cómo se le ocurre venir aquí criticar a la UE! ¡Venir aquí a criticar a la señora Merkel!”; la intervención de didactismo macho de Iglesias emparentando a Casado con Cánovas y (lo más importante) hablando en nombre de las corporaciones y las cancillerías; y la mirada de terror creciente de Casado con la mascarilla puesta cuando la izquierda le hablaba, que era como la de alguien siendo atado en una mazmorra sadomaso.


Pero tenía que decidirse, Casado, y ya lo hizo. “Somos un dique de contención” contra la barbarie populista de Vox, vino a decir, pero en sus recientes remilgos con el CGPJ hacía también de dique y eso, claro, no podía alargarse. Así que de dique a dique.

La derecha queda para Abascal (liberada de un corsé de formas peperas), y Casado se lleva al PP al centro, es decir, al sistema de ideas territoriales y sociales que lo define (la línea del nuevo feminismo hegemónico, por ejemplo). Esto es como decir que se mete en la Ciudadela del consenso, y queda por saber si a Vox le quedará delante un puente que intentar recorrer o un foso de cocodrilos constitucionales.