Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Los jóvenes que en Madrid se arrimen a la política por matar el rato del confinamiento deben saber que la política no es más que la lucha por el poder, y el poder sólo es una relación mando-obediencia. Como siempre habrá quien mande, una vida política digna será aquélla dedicada a hacer menos indigna la obediencia, que es la función de la democracia.
La democracia política sólo es una forma de gobierno, y tan sencilla que la inventaron, practicándola, los granjeros americanos. Toda su literatura cabe en “El Federalista” de Madison, Hamilton y Jay, y en los cinco volúmenes de los debates de Jonathan Elliot, obras popularísimas en España. Un hombre, un voto, y gana la mayoría absoluta, como en América, aunque también puede aceptarse la mayoría simple, como en Inglaterra, si bien en este caso los votos de los perdedores caen en saco roto, aparte la paradoja de Arrow, que no es cosa de dejarnos comer el folio por ella, pues está en la Wikipedia.
Quien te embrolle con la explicación de la democracia intenta engañarte. Es el caso de los yesaires del consenso, siempre con la llanilla tapando grietas y furacos, y su discurso del “voto útil”. Sólo hay un voto (un hombre, un voto) y un sistema electoral democrático (el mayoritario, como sabía hasta Fraga). Lo demás es el mejunje que resulta de mezclar la democracia política y la democracia social, como hace la “Fratelli tutti” de Bergoglio.
El primero en confundir democracia política con democracia social fue Tocqueville, y eso que la tuvo delante, pero también Tácito tuvo delante la Crucifixión y no la vio. Acertó al anticiparnos, eso sí, el mito del “haraquiri político” en “El Antiguo Régimen y la Revolución”: los representantes del primero pusieron en marcha el proceso que los aniquiló, y los representantes de la segunda fueron tan insensatos que no sólo no rompieron con el Antiguo Régimen, sino que lo prolongaron.
–C’est un vaincu qui accepte sa défaite –dijo de él Guizot.
Como nosotros, los viejos del 78.
Fratelli tutti