lunes, 5 de octubre de 2020

Temblores de aire



Ignacio Ruiz Quintano

Abc

«Quizá no es buena idea que los madrileños se desplacen por España», tuiteó Mónica Oltra, vicepresidenta valenciana, antes del partido con el Levante, pero nos quedamos sin saber cómo recibieron en Valencia al Madrid, primero porque el partido se jugó en Villarreal, y luego, porque seguimos sin público por “la Coviz”.

El juego de Zidane es bien sencillo: Courtois saca como Iríbar y baja a recibir Benzemá, que ayer hizo un gol de palomero en el descuento dejando un temblor de aire en la voz de Valdano, que para nosotros, los oyentes, es con sus cuentos más o menos verdes (sobre el sudor de Modric, ayer) el Bocaccio de esta peste.

“Temblores de aire”. Así tituló el alemán Peter Sloterdijk, único filósofo vivo con cierta influencia social, un ensayo inspirado en la voladura de las Torres Gemelas de Nueva York que trata de comprender la genealogía del terror moderno.

Para Sloterdijk, el siglo XX quedó inaugurado el 22 de abril de 1915 con el primer uso masivo de gas clórico como recurso bélico en manos de un “Regimiento de Gas” alemán que, apostado en Yprés, luchaba contra las posiciones de la infantería franco-canadiense. Los hombres de este regimiento habían diseminado, sin ser vistos, mil seiscientas botellas grandes (40 kg.) y 4.130 pequeñas (20 kg.), llenas de gas, que a las 18.00 horas fueron abiertas a la orden del mayor Max Peteron. La nube llegó a las posiciones francesas a una velocidad de dos a tres metros por segundo y la exposición a ella causó dificultades respiratorias, ganas de toser y zumbidos en los oídos. Mordacq, el general francés atacado, hubo de defenderse a pie porque los caballos no obedecían órdenes.

Pocos días después de los sucesos de Yprés, el emperador Guillermo II recibió en audiencia al director científico del Programa de Gas para la Guerra, el profesor de química Fritz Haber, para ascenderlo al rango de capitán.

Cien años más tarde, Madrid vive su Yprés por orden de un filósofo catalán sin lectores que ha confinado la capital en nombre del bicho chino de “la Coviz”, un pangolín tan democrático que alcanza incluso al líder del mundo libre, para grande y cristiana alegría de sus enemigos, que no se recatan (“Mi albornoz / ¿dónde está mi albornoz, dónde está mi recato? / Mi extraviado pudor dame, San Cucufato”, cantaba Javier Krahe) en sus “hosannas”.

Así, pues, como distracción única en esta pecera que es Madrid tenemos el fútbol sin lactosa de “la Coviz”, un espectáculo de fantoches vestidos de Dalí en su performance del 36 en las New Burlington de Londres con motivo de la Exposición Internacional Surrealista: para simbolizar el inconsciente, se puso un traje de buzo, pero se olvidaron de conectarle el oxígeno y casi se ahoga, para entusiasmo del público asistente, que pensaba que los aspavientos del conferenciante formaban parte del espectáculo.

¿Qué diferencia hay entre el Dalí “embuzado” de las New Burlington y el Simeone “enlutado” del Wanda? ¿No es de Exposición Internacional Surrealista que una delantera con Joao Félix y Luis Suárez no dispare una sola vez a puerta en todo un partido?

Visto desde el sofá, en el Atlético hoy se mueve más el entrenador que los jugadores, quienes, sin embargo, corren más que nunca, aunque a ninguna parte. Félix y Suárez no tienen en el Atlético quien les eche un poco de cuero que llevarse a la bota: sus desmarques en el área son tan absurdos como los de su entrenador en la banda, sólo que ellos, con empate en casa y a falta de unos minutos para el final, nunca cambiarían a Joao por Herrera, y Simeone, sí, que hasta Émery se dio el lujo de alegrar los minutos del descuento con Kubo, ese “Captain Tsubasa” madridista cedido al Villarreal a quien Isco (su carrera de sacos por una balón al espacio servido por Modric contra el Valladolid es una delicia) está quitando un sitio en el Bernabéu. Para aguantar esto, tendrán que alargarnos este Yprés hasta la Eurocopa.


Cristóbal Martín

¿MARCHITARSE, LA FLOR?

En el confinamiento madrileño algunos creyeron ver señales de que la flor de Zidane podía marchitarse: por un lado, la recaída de Hazard, que parece Prosinecki, y seguimos sin saber si es duque o pato; y por el otro, la pérdida de Carvajal y Odriozola en la banda de los Tourinho, Chendo, Secretario, Vitor, Salgado, Cicinho o Arbeloa. Ocupó el puesto Nacho, y en la reserva, Lucas Vázquez, que, alegría por alegría, sustituyó a Vinicius, que hizo un gol de carabina de Ambrosio que encarriló el partido para un Madrid cuya columna vertebral está transformándose tras de las mascarillas: Ramos recuerda ya a Abdul Wahid, Cristóbal Martín, el musulmán de la Movida que entra en éxtasis divino con una puesta de sol en Arganda. Isco va de gitana de flamenquito en Casa Patas. Y Modric rompe a Chuck Norris contando chistes de Chuck Norris, “el buen mozo que la ve / va y le dice: “venga usted” / a ponerme en la solapa lo que quiera”.