Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El “momento” que vive Madrid, ese “momento” en que el tigre trinca al ñu por la yugular para asfixiarlo (degustándolo), es un “momento” Bonaparte, como Madame de Staël decía de los “momentos” que jalonaron el poder absoluto del pequeño cabo corso y que no se acababan nunca, pues lo suyo era crear más descontentos que dieran motivo a la necesidad de nuevas arbitrariedades.
“Mariconadas” llaman a las libertades nuestros progres.
Advierte Staël que nunca prestamos suficiente atención a los primeros síntomas de una tiranía, y una vez ha crecido ésta hasta un punto, ya no se la puede detener.
–A pesar de la diversidad de los tiempos y de los lugares, hay muchos puntos de semejanza en las historias de todos los países que han acabado sometidos a un yugo.
Ve a Bonaparte presumir de “tocar maravillosamente el instrumento del poder”, y su concierto para someter Francia tuvo tres ideas: contentar los intereses de los hombres en detrimento de sus virtudes, depravar la opinión pública mediante sofismas y dar la guerra por objetivo a la nación en lugar de la libertad.
El déspota se marcó una Constitución, pero reservándose las leyes de la Revolución, todas ellas tomadas “en nombre de la libertad”, utilísimas, por tanto, para la tiranía. El pretexto para aplicarlas era la razón de Estado, es decir, “la necesidad del momento”.
–¡Alalí, alalí, jóvenes: dad caza al pequeño burgués! –dirá, en el 26, nuestro filósofo oficial, Ortega, en su introducción “casi lírica” de la “Dislocación y restauración de España”, madre del “no es esto, no es esto”.
Para Ortega, el burgués era el lastre fatal que impide la ascensión de España en la Historia: pedía un nuevo Estado y la modificación de las costumbres. Que en Madrid cenemos a las 8, exige ahora Cataluña, cuyos viajantes de comercio dan chasquidos con la lengua cuando comen en las fonditas horripilantes de provincia, que esto también lo decía Ortega. ¡Ah! Y “que desaparezcan las zapatillas de orillo”. (Hoy, “converse”).