El Hombre Interior
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Faceboock y Twitter censuran la noticia del New York Post según la cual el hijo de Biden habría sido el Juan Guerra del obamismo, al celestinear entrevistas de negocios con su papá el vicepresidente. El apagón mediático sobre el escándalo recuerda al silencio en el “Sueño” de Jean-Paul Richter y su “Discurso de Cristo muerto en lo alto del edificio del mundo: no hay Dios”. No hay esperanza.
–Lasciate ogni speranza, o voi che entrate…
A la lucidez de Santayana debemos el anticipo del asunto. Hay, dice, un encargado del hombre interior al que la psicología llama el Censor cuya función es prohibir la expresión de sentimientos antiparlamentarios y suprimir todos los informes que no interesen a nuestra dignidad moral.
–Al relegar la mitad de nuestra experiencia al olvido y al encerrar nuestras indecorosas pasiones en mazmorras solitarias, el Censor construye un personaje convencional para que podamos presentarlo decentemente al mundo.
Es más: es la cabeza de la propaganda gubernamental (hoy, Gobierno del Mundo), encargada de impedir que lleguen informes inoportunos que debiliten la “morale” de nuestras tropas.
El Censor, prosigue, es el padre de los engaños. Es el que dispone los movimientos correctos por los que mostramos que preferimos la comodidad de los demás a la nuestra.
–Hace que nos pongamos luto por los que nos han dejado la herencia.
El Censor, ay, envía nuestros hijos al mejor colegio para demostrar cuántos sacrificios estamos dispuestos a hacer por su bien y para quitarnos la responsabilidad adicional de cuidar de ellos. Y manda que nuestras profesiones, amistades y modales atiendan a consideraciones de riqueza.
–Pero el hombre interior montado-por-el-Censor está cuidado y sujeto como un poni en el circo: al sonido del látigo debe menear el rabo, sus entrenadas patas deben repetir el círculo de serrín. Vamos así haciendo cabriolas hasta nuestro funeral, el último engaño de todos.
Faceboock y Twitter son el triunfo de Gabriel Arias Salgado.