miércoles, 7 de octubre de 2020

Noveno mes de la peste

 


Cruce de la N-1 en Burgos
(Calle de Vitoria con Sáez Alvarado)

Francisco Javier Gómez Izquierdo
 
         Como empezaba a tener complejo de mal hijo y mal hermano me atreví a subir a Burgos temeroso de un futuro de tinieblas en el que nos prohíban hasta conducir para que las autoridades puedan controlarnos como les gusta. No sé ustedes, pero un servidor no se fía de nada ni de nadie. Además de los políticos cuyo número y capacidad son infinitos, hay que meter en el saco de las “malas influencias” a los expertos, que uno no sabe cómo se ganan el título, los científicos que cada día nos salen con una novedad contradictoria, los periodistas que de todo entienden y todo lo emponzoñan e incluso cualquier vecino que te dice lo que hay que hacer mientras ves cómo se salta las normas más simples y que todo ciudadano estima como convenientes. Al final nos queda la filosofía de nuestros padres, aquellos que nacieron antes de la guerra y vivieron mortandades tan estúpidas como la presente. “Rezad y cuidaos” dice mi madre que nació en el 29 y que no le entra en la cabeza que le hayan cerrado el parque donde suele sentarse cinco minutos cuando da la vuelta a la manzana. No hay lugar en Burgos donde más fuerte sople el Norte que la calle Sáez Alvarado. Allí, en la recta que une la calle de Vitoria con la de Poza de la Sal, cualquier brisa es transformada en ventolera y el aire alcanza la categoría de huracán. Parece a las autoridades políticas y sanitarias que el lugar es más pernicioso que el autobús o el gimnasio. Ayer oí que no. Que hay sabios que dicen que el aire fuerte es bueno para espantar las gotitas que desprendemos cuando hablamos. Supongo que el alcalde de Burgos abrirá el parquecillo de Gamonal a mi madre y las señoras de su quinta. 
       
Por muy extrañas o poco pensadas que me parezcan, no infrinjo las ordenanzas. Es más, para guarecerme de esta peste china me he impuesto yo mismo un reglamento que destierra mi naturaleza criada en el alterne cantinero y la charla con los parroquianos. Salgo mucho al monte de Córdoba en sesión doble; de mañana y por la tarde; evito a la gente; leo y me doy cuenta de todo lo que olvido... y ante la tele, consumo fútbol. Fútbol sin emoción, sosote, arranciado, como un guiso recalentado que te dice que no es así,  no es así... Todo huele a ruina o a mí me lo parece. ¡El mismo cierre del mercado de antier! Resultaba extraño, sin espíritu, mísero... Un baile de lisiados en el que todos andaban descolocados. ¿Alguien entiende los disparates del Barça? ¿Y la decrepitud del Valencia? ¿Acaso era necesario vender a Rafinha? ¿Qué tiene Pjanic que no tenga Rafinha? ¿No ha sido el Valencia,  para los aficionados veteranos, el cuarto en discordia después del Madrid, Barça y Atleti?  ¿Y estos argentinos que vienen al Elche se parecerán a los Gómez Voglino y Rubén Cano de antaño o son lotes/oferta de representantes que uno confunde con traficantes?
     
¿Qué decir de la 2ª división, cuyo nivel de calidad disminuye a marchas forzada?  El movimiento de jugadores asemeja bandadas de estorninos y hasta avanzadas las jornadas no reparas en que Señé se ha ido al Castellón o que Edu Ramos al final fichó por el Marbella de Granero. Un ir y venir mercenario para poder vivir pero que desnaturaliza los clubes y que impide celebrar los goles como Dios manda. Unas veces porque el VAR en sus minutos de conciliábulo lo impide o porque al Adrián del Zaragoza  le duele marcar al Málaga o al Rayo Valleano, y el Aguza, ahora en el Cartagena pide perdón por golear al Alcorcón, Ponferradina, Almería...

       ¡Maldito año de la peste!