miércoles, 1 de agosto de 2018

Puntualidad

Apollinaire


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Ni cinco minutos antes, ni diez minutos después. He ahí la máxima que rige la puntualidad, cuya única pega es que nunca suele haber nadie allí para agradecértela.

Macron llegó una hora y cuarto tarde (¡el rey Sol llegando tarde a un eclipse!) a la cena del Rey, quien, en todo caso, no dijo nada, a diferencia del réspice, tan aplaudido en las redes, de Macron a un joven que lo tuteó en la fiesta de la Revolución francesa, cuya única “conquista” incruenta fue… ¡la obligatoriedad del tuteo!... que en España trajo el falangismo.

Tu m’apelles Monsieur le Président ou Monsieur!
Y ésta es otra diferencia entre el republicanismo francés, de monarcas de paisano (en Francia la cabeza del Rey cayó al cesto entre vivas a la nación, no a la república), y el monarquismo español, de republicanos de uniforme. (Dentro de España, la diferencia entre Monarquía y República es que la Monarquía siempre te deja ser republicano, pero la República nunca te permite ser monárquico).
A la cena real llegó tarde Macron en compañía de Sánchez, cuales Zori y Santos de un republicanismo “podemí”, que consiste en hacer guiños de mala educación para las bases.
En Francia a Wilde se le afeó que justificase su impuntualidad con que había estado contemplando la Venus del Louvre durante cuatro horas. La excusa de Macron fue que se les había “alargado la reunión”.

El hecho de que no se haga nada en una reunión dedicada a no hacer nada no es normalmente causa grave de embarazo por parte de los reunidos –fue una observación de Galbraith.
Como el tonto del chiste de la linde, Sánchez hablaría a Macron de desenterrar a Franco, Macron envidaría con desenterrar a De Gaulle, por haberlo visitado en El Pardo en aquel junio del 70, y en esas “foutaises” se les fue el rato.

Ahora Macron ya puede hacer suyo el cinismo con que Apollinaire poetizó su informalidad en las citas: “Un día. / Un día yo me esperaba a mí mismo. / Yo me decía: “Guillermo, ya es hora de que llegues”.