lunes, 20 de agosto de 2018

ESPAÑOLES Y FRANCESES: Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro

 CAPÍTULOS 1 Y 2 (de 26)

[Este trabajo constituye la refundición de un artículo publicado en 2015
 en el N.º 28 de la revista «Encuentros en Catay»] 

Calle de Miguel Servet, Madrid

Jean Juan Palette-Cazajus

  - «Los galos están dotados de miembros corporales mayores; los de los españoles son más duros; tienen delgadísimo el cuerpo en la cintura. Los galos pugnan con más ferocidad que arte y llevan a la guerra más fiereza que consejo. Los españoles al contrario.»

- […]«Los galos son más parlanchines; los españoles más taciturnos, pues aprendieron a disimular mejor. Los galos son alegres, inclinados a banquetes y huyen profundamente de la hipocresía y gravedad, que guardan los reconcentrados españoles. Son pues los españoles en los banquetes menos sociales, más ceremoniosos, afectando no sé qué severidad de la que los galos no cuidan …»

- […]«El habla hispana es más grave, la gálica más suave .... Entre los españoles pueblos dilatadísimos, los castellanos usan del más elegante lenguaje. En Francia no distinguirás qué ciudad use del más distinguido francés».[...] « De la vida frugal, como los italianos, no consumen [los españoles] tanto alimento y bebida como los galos y germanos».

- «Entre los galos, los forasteros son recibidos humanísticamente en las hospederías; ningún oficio se les niega; se les ofrece todo preparado para comer. Entre los españoles se les recibe más dura e incivilmente; de suerte que, cansado el viajero, por el camino, tiene que buscarse la comida de lugar en lugar.»

- «Es muy inquieto y rumiador de grandes cosas el ánimo de los españoles, que son de ingenio feliz, pero aprenden infelizmente. Semidoctos, considéranse ya doctos; muestran sabiduría mayor de la que tienen, por la simulación y una cierta verbosidad. Aman el sofisma más de lo conveniente.»
 
 Plaza Mayor, Madrid
1580-1619

1. Entre la duda y la perplejidad:

Estas insólitas consideraciones  son una muestra de las que vierte, en 1535, sobre franceses,  españoles y demás pueblos europeos Miguel Servet en el marco de los comentarios que acompañan su original y ambiciosa revisión de la «Geografía de Tolomeo». Son interesantes por proceder de un español atípico, una de las personalidades más singulares del gran momento de efervescencia intelectual que supuso la primera mitad del siglo XVI. Abren un periodo de siglos durante el cual viajeros y letrados nos entregarán abundantes observaciones y comentarios sobre lo que, según su experiencia, es el carácter y las costumbres de las distintas naciones europeas. Más concretamente y al socaire de la dura pugna por la hegemonía europea que mantendrán durante casi dos siglos la casa de Austria y la monarquía francesa, juicios, opiniones, observaciones y comentarios de españoles sobre franceses, y viceversa proliferarán en multitud de libros, panfletos y publicaciones varias.

Detrás de todo esto subyace lo que durante siglos, decenas de siglos, tal vez miles de años ha sido una evidencia para todos los humanos: cada pueblo, cada colectividad, étnica o cultural, posee un carácter propio, una peculiar personalidad de acusados rasgos tan destacada, o más si cabe, que la que diferencia a los individuos entre ellos. Una convicción fruto de los contactos, de los intercambios o de la enemistad y que se mantuvo largo trecho sin que se recurriera todavía a expresiones tan rotundas como la de «carácter nacional». De tal modo que si nos planteamos la pregunta a bote pronto, nos sentiremos todos obligados a admitir que alberga nuestro inconsciente, o al menos nuestra conciencia rutinaria, la que funciona con piñón libre, unas opiniones sobre cómo son los españoles, los franceses, los ingleses, los italianos, los alemanes o ...los catalanes. Opiniones latentes o tácitas, evidentes para muchos pero tontorronas o malévolas muchas veces, turbias y cargadas de resentimientos históricos otras, en algún caso incluso agudas o luminosas. Pero casi siempre rutinarias y tópicas, convencionales e irrazonables, producto de una larguísima “doxa”, a veces multisecular como veremos.

Pero también resulta que esto ya no se lleva. Está últimamente pero que muy mal visto. Y eso que algunas veces, si evocamos los contenidos de esta tradicional doxa, o la propia experiencia personal, nos sorprendemos diciendo: «es que en el fondo es verdad, somos así» o «ellos son así». Abordar la realidad de las naciones europeas actuales mediante el recurso a lo que se supone que son sus características sicológicas o comportamentales, hace ya tiempo que se ha venido considerando, por lo menos en cualquier ambiente medianamente ilustrado, como manifestación de una mente sin duda obsoleta. Pensamos inmediatamente que el acceso a las realidades nacionales que puede permitir semejante teoría es más o menos tan efectivo como lo puede ser el «creacionismo» si queremos entender el funcionamiento del Universo. De allí mi desconcierto y turbación cuando un entrañable amigo y editor de una revista universitaria me dejó algo desconcertado al pedirme que reflexionara un poco sobre los rasgos, las características que permiten diferenciar, todavía hoy en día, a españoles y franceses, sobre la realidad de su posible «carácter nacional». Me parecía evidente la inutilidad, vanidad y particular obsolescencia de semejante empresa. Y esta fue mi actitud durante meses. No pensaba que el tema mereciera siquiera algunos minutos de atención.

 
 Plaza de los Vosgos, París
1605-1612
(Inspirada en la Plaza Mayor de Madrid)

Hasta que la duda y la perplejidad me fueron invadiendo. Formo parte de la categoría de gente que considera, a pesar de los pesares, la existencia de las grandes naciones europeas, tal como nos las ha legado la sangrienta y caótica historia, como «positiva». Las comillas significan que en ningún momento desconozco las dudas que supone emitir un juicio sobre un pasado que hemos heredado de segunda mano, sin derecho a reclamación, ni posibilidad de rectificación. De alguna manera el pasado de las naciones es una forma de fatalidad. Tengo claro por otra parte, que, a diferencia de lo que pretendían precisamente en el pasado los teóricos del carácter nacional, las peculiaridades sicológicas de las colectividades humanas actuales le deben mucho más al peso de las circunstancias aleatorias del devenir histórico que a presuntos determinismos étnicos, sicológicos o incluso geopolíticos.

2. Identidad, ilusión, realidad:

En Francia, en 2009, Nicolas Sarkozy, entonces Presidente de la República, decidió inesperadamente lanzar un debate sobre la «identidad nacional». Nada en las circunstancias de la época predisponía la ciudadanía a apasionarse por una iniciativa tan extemporánea y vidriosa. Si la ideología del carácter nacional ha quedado obsoleta en nuestra época, el concepto de «identidad nacional» ha venido a ser considerado como un artefacto particularmente incómodo y explosivo cuya deflagración es susceptible de tener consecuencias desastrosas. Los totalitarismos y dictaduras que arrasaron el Siglo XX hicieron sin excepción un uso inmoderado del concepto, tanto la Alemania nazi como la Italia fascista, la España franquista, la URSS de Stalin, y también la lamentable Francia de Pétain, doblegada, humillada y ninguneada por Alemania. Claro que la versión que difundió toda aquella gente de sus presuntas identidades nacionales, en ningún momento respondía a las exigencias de un sereno análisis histórico, descartaba cualquier recurso al rigor autocrítico, mucho tenía que ver con la mitomanía alucinada y obsesiva. En rigor, no era más que un arma de destrucción masiva, ideada para saltar a la yugular del vecino y vitrificar al discrepante.

 Identidad nacional
¿Algo más que el DNI?


De modo que, en aquella ocasión, los intelectuales franceses capaces de abordar el tema sin anteojeras ni dogmatismos ideológicos previos, con la necesaria distancia y lucidez, conscientes de que que la inoportunidad de la convocatoria solo los podía arrrastrar a terrenos muy pantanosos, dieron la «espantá» y no abrieron la boca. Podría resumirse el nivel del debate, o al menos su rumbo ideológico contando como el leitmotiv de una de las intervenciones era la afirmación de que «es francés quien tiene documentación francesa». Semejante definición…administrativa, dejaba poco espacio para el vuelo de la lírica y reducía aparentemente los factores culturales e históricos, o simplemente la voluntad o la conciencia de cada uno al papel de despreciable hojarasca. Así amparados por la tupida cortina artillera de lo políticamente correcto, los negadores del concepto de identidad nacional fueron prácticamente los únicos en explayarse a gusto. Aunque no todo el mundo, desde luego, se expresó con la indigencia intelectual y la mala baba ideológica del autor que acabo de citar.

Tal contexto coincidió con la publicación de un libro de Marcel Détienne titulado «L'identité nationale, une énigme». El autor, conocido helenista y antropólogo comparatista, recurre como muchos colegas suyos a un tipo de constructivismo cultural cuyos enfoques son particularmente reacios a las visiones «esencialistas» de la historia. Califica el concepto de identidad nacional de «mitideología». Pienso que el neologismo, poco grato al oído, es, no obstante, muy acertado para calificar las actitudes esencialistas o naturalistas sobre este tema. No creo que cueste mucho demostrar hasta qué punto el de «identidad nacional», concepto moderno y problemático donde los haya, es en todo caso el resultado de una creación de la voluntad y la imaginación, el producto azaroso de la «existencia» antes que la emanación de no se sabe bien qué «esencia». Le debe más a la literatura que a la realidad contrastada y tiene indudablemente alguna relación con la ficción novelesca. El sentimiento de «identidad nacional», como todas las representaciones de tipo cultural, habrá que buscarlo, presumo, en unas semejanzas compartidas por muchos contenidos cerebrales. En Francia se suele hablar con frecuencia del «roman», de la novela de la identidad nacional, y no forzosamente en mala parte. Numerosos historiadores, tras las huellas del británico Eric Hobsbawm, han mostrado cómo muchos nacionalismos del siglo XIX, y la mayoría de los  contemporáneos, se fueron edificando sobre la manipulación, incluso la falsificación de la historia y la invención de inexistentes mitos o raíces. La España actual es testigo de muchas manipulaciones de parecido jaez.

 
Sentados de izquierda a derecha: Navarro Tomás, Menéndez Pidal, Am,érico Castro, Pedro Salinas