viernes, 24 de agosto de 2018

Españoles y Franceses: Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro. Capítulo 5

 
CAPÍTULO 5 (de 26)

[Este trabajo constituye la refundición de un artículo publicado en 2015
 en el N.º 28 de la revista «Encuentros en Catay»


Alfred Fouillée
El pueblo español


Jean Juan Palette-Cazajus

5. Suspiros de España: los fantasmas y la seudociencia.

Quisiera detenerme en el caso muy representativo de uno de los autores citados, hoy bastante olvidado, pero cuyas obras marcaron su época y son particularmente reveladoras de la ideología que acabo de resumir someramente. Me refiero a Alfred Fouillée (1832-1912), filósofo ecléctico, trabajador incansable y autor de una obra pletórica. No nos vamos a interesar por la citada «Psicología del pueblo francés», sino por otro libro, prolongación del primero y publicado cinco años después, en 1903, «Esquisse psychologique des peuples européens». En este «Boceto psicológico de los pueblos europeos» el autor pretende adentrarse en las mentes de alemanes, ingleses, franceses, españoles, italianos y rusos. No vamos a dedicarle un comentario de texto a la totalidad de la obra citada en el modesto marco de este trabajo. Espigaremos unas breves citas, que traduzco a voleo,  para recordar y entender mejor el particular contexto ideológico y metodológico.

- «Para entender el carácter sicofisiológico de un pueblo -nos dice Fouillée- el primer punto consiste en determinar las razas que lo componen. Una raza debe definirse como el conjunto de individuos que poseen en común cierto tipo hereditario[…] De modo que España resulta ser con Inglaterra el país racialmente más homogéneo de Europa.[ ...] Recordemos que la antropología actual distingue, grosso modo, como elementos principales en Europa, el Homo Europeus, dolicocéfalo rubio, el Homo Alpinus, braquicéfalo moreno, y el Homo Mediterraneus, dolicocéfalo moreno, menos claramente determinado que los dos anteriores [....] Se comprende que la forma del cráneo, por ejemplo, favorece a veces la energía, como entre los dolicocéfalos rubios de Inglaterra, otras el desarrollo intelectual, como entre los braquicéfalos morenos de Francia, a veces la violencia de las pasiones como ocurre con los dolicocéfalos morenos del Mediodía

De modo que un posible piropo dirigido a Carmen, la de la navaja en la liga, bien podría ser el de “¡Olé dolicocéfala morena!». No es éste el lugar para extendernos sobre los desvaríos craneológicos que emponzoñaron la antropología física durante aquellos decenios..

La siguiente cita va a resultar particularmente interesante de cara a nuestro empeño. Como nosotros hace un rato, pero con más de un siglo de antelación, observa, perspicaz, Monsieur  Fouillée que «Una última dificultad, es que los pueblos como los individuos, cambian a través del tiempo. Lo que era verdad para el alemán del siglo XVIII ya no lo es para el alemán del siglo XX». ¡Encomiable lucidez! Pero oigamos cómo remata la suerte el pensador: «Ciertamente, pero basta con separar la parte que le corresponde al desarrollo histórico en el carácter sicológico. Vemos entonces, dígase lo que se diga, que el fondo permanece más o menos idéntico porque depende sobre todo del temperamento y de la constitución cerebral hereditaria. ¿Acaso no les llama la atención comprobar que se reconoce al francés de hoy en el viejo galo de los tiempos de Julio César.  Afirmación descaradamente gratuita y subjetiva donde Fouillée olvida de repente la contradicción cronológica que él mismo acaba de señalar: ¿cómo se pueden conciliar continuidad y cambio? Los nacionalismos de la época necesitaban arquetipos identitarios a prueba de siglos. De modo que Fouillée necesita creer en algo tan improbable como la continuidad milenaria entre galos y franceses. Y sólo la puede encontrar en la citada obsesión por las permanencias endocraneales hoy totalmente arrumbadas por las neurociencias. Este tipo de afirmaciones anacrónicas sirven para comprobar hasta qué punto es complicado hablar de «caracteres nacionales» si éstos no poseen, efectivamente, como se obligaba a pensarlo  Fouillée y como siguen pensando algunas mentes perezosas, una esencia inmutable, impermeable al paso de los siglos y de las contingencias. Estas frivolidades nos pueden parecer antediluvianas pero, al fin y al cabo, siguen sueltos por ahí algunos personajes todavía capaces de referirse a Séneca o a Trajano como «españoles».

 
 Penélope Cruz
"Cintura cimbrante y andares ondulantes"

Del libro de Fouillée deberemos limitarnos a comentar brevemente algunas citas entresacadas de los capítulos dedicados a los dos pueblos que aquí nos interesan, el cispirenaico y el transpirenaico. Cuando se dispone a hablar de España, Fouillée nos avisa: «La teoría de Marx que quiere explicarlo todo a partir de causas puramente económicas […] no se aplica a España donde veremos que el carácter, las costumbres y las creencias desempeñan un papel esencial». El autor aborda el tema  de los españoles, como lo hace con los otros cuatro pueblos estudiados en la obra, por unas consideraciones sobre sus razas «seminales». En este caso se trata de iberos y visigodos, de cuya mezcla habría surgido el actual pueblo español, dotado inicialmente, gracias a tal herencia cerebral, «del sentimiento de la dignidad personal y el honor».  El español es además «de pequeña estatura, de músculos firmes, sobrio, y sufrido […] El temperamento español es habitualmente del tipo bilioso-nervioso.  Arde en él un fuego interior, pero sabe reprimir la pasión que lo consume. De modo que también es capaz de guardar rencor por mucho tiempo [...].Es irritable y lo domina el amor propio. Por eso el camino es corto entre la mano y el cuchillo». ¡Caray! Cualquiera se atreve después de esto a tirarle los tejos a la mujer española. Porque ésta es capaz de apartar por un momento al austero y laborioso Fouillée de su frialdad analítica, ya que nos la describe, con emocionado temblor de pluma y palpitar de corazón, como dotada «de grandes ojos negros, con largas y tupidas pestañas, cintura cimbreante y andares ondulantes...».

- «Los españoles -logra sobreponerse Monsieur Fouillée- son leales, fieles a la palabra dada. Tienen el sentido de la dignidad y del honor. Son generosos, hospitalarios[...] y sin embargo, no puede decirse, en general, que tengan humanidad. Son duros con los animales domésticos, duros con los humanos y duros para consigo mismos y esta ausencia de bondad simpática es la que los diferencia de otros pueblos. Esta dureza es uno de los signos característicos de la raza ibera y bereber como de la raza semítica […] En el fondo siguen siendo africanos».

- «Hasta en la simple conversación -apunta el autor- uno se queda impresionado por la solemnidad de los modales y del lenguaje. Kant observaba –dice Fouillée- que el tono de broma, tan frecuente entre los franceses, no les gusta nada a los españoles

- «La falta de comunicaciones naturales […] ha ejercido también una influencia sobre el carácter y el destino de aquellas poblaciones. La comunidad de una larga serie de acontecimientos históricos, de luchas y sufrimientos tendría que haber producido una fusión completa de los distintos grupos. Desgraciadamente el país ha permanecido “naturalmente fragmentado”.El regionalismo permanece incrustado en el alma de aquellas poblaciones.»

 
 Duque de Alba por Antonio Moro
"Duros con los humanos, duros para consigo mismos"

Si las cosas han cambiado mucho, desgraciadamente, por lo que a la penúltima cita se refiere, para mayor desgracia no lo han hecho en absoluto por lo que atañe a la última.Y así, puede proseguir Fouillée: «El señor Almirall (ver nota), en su libro “El catalanismo” opone el genio práctico del catalán al donquijotismo castellano. La actividad material de su provincia a la inercia de las demás.[…] Particularista por instinto, el catalán ha sabido restituir a su idioma que venía degenerando en dialecto, el carácter de lengua literaria. No sé si habrá que felicitarlo por ello en un país donde el peor de los males es precisamente el particularismo». Nadie podrá negar en esto la clarividencia y la premonición del estudioso francés. Y un poco más adelante, observa que: «[…] Solemne, altanero, preocupado por el honor, apático ante las cosas de la vida, el castellano que ha impuesto su dominio al resto de España es mediocremente apreciado por el resto de los españoles. Y no obstante es el que conserva las más altas cualidades de la raza.»

Fouillée no duda en regresar cinco siglos atrás para citar al italiano Guicciardini (1483-1540) y su “Relazione di Spagna”: [···] La discordia está en la sangre de los españoles, nación de espíritus inquietos, pobres y vueltos hacia la violencia». Al rato vuelve a la contemporaneidad para recoger palabras de la Pardo Bazán: «El derecho ha caído en tal descrédito que se teme más a la justicia que a los malhechores». Incluso llega a comentar el autor francés las escasas virtudes nutritivas, según él, de lo que presuntamente es el gazpacho andaluz anterior a la licuadora: «La sopa fría del andaluz, mezcla indigesta de pan y rodajas de pepino, no puede ser fortalecedora...»

Antes de rasgarse las vestiduras, conviene recordar que bastantes españoles de la época no eran los últimos en entregarse a ese deporte tan racial como pesimista. Uno de los más conspicuos fue el propio Baroja en varias de sus novelas, entre las que bastará recordar «El árbol de la Ciencia», donde insiste una y otra vez en que los males -y los malos- de España son la consecuencia directa de los eritrocitos semíticos y africanos que, según el genial cascarrabias de Itzea, fluían mayoritarios en la cálida torrentera de la «sangre» española.  Recordaremos de paso que los estudios de genética de las poblaciones han dado buena cuenta de estos mitos si bien han hallado, lógicamente, la presencia minoritaria de genes bereberes en las poblaciones de Andalucía. Sobre la dureza de los españoles, se explayaron a gusto, no sólo Baroja sino muchos de los autores del 98. Fouillée, que no aparenta ningún indicio de un conocimiento personal y directo de España, invoca él, para ilustrar tal dureza, el trato reservado a los indios por los conquistadores y, por supuesto,... la inevitable tauromaquia. No creo que conociera el autor aquella España rural, culturalmente  áspera y económicamente pobre, pero demográficamente mayoritaria todavía a principios del siglo XX y que siguió ofreciendo hasta muy entrada la centuria, un recio perfil antropológico. Raymond Carr, el gran historiador británico que sacó precisamente la historiografía sobre España  de las interpretaciones diferencialistas y olé, hizo su viaje de bodas por la Andalucía mísera del año 1950 y relata su malestar, muy británico, frente a la crueldad de los niños para con animales y aves. «No tienen alma», recuerda, era el estribillo con que contestaban sus reconvenciones.

(Nota: Valentí Almirall (1841-1904) es uno de los padres del catalanismo político.)

 
Pío Baroja... ¡sin boina! (1941)