martes, 28 de agosto de 2018

Ay, liberales



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

    En España no hay liberales, sino totalitarios. Lo dijo una vez el Gallo de Arévalo y le cayeron encima todos nuestros liberales, que van del caudillo autocrático al demócrata oligárquico.
    
Al totalitario lo mueve sólo su ideología, esa visión del mundo que se tiene desde la posición que uno ocupa en el mundo, que en el caso del liberalio (liberal con mamandurria del Estado) es magnífica, pero limitada, razón por la cual toda ideología es falsa.

    Vienen del Sinaí, no del Partenón.

    –Pero lo que carezcan de verdadero liberalismo en su actuación política –observa Rangel, lo van a compensar con un anticlericalismo radical.
    
Así descubrió la Iglesia que el marxismo, antes que otro enemigo como el liberalismo secularizador, era su aliado “táctico” ideal para echar del templo a los mercaderes, convertidos en los mayores enemigos de la salvación.

    El liberalio anda estos días amparando la exhumación de cadáveres por motivos ideológicos con el mismo desparpajo que en el 31 amparó la quema de conventos por motivos ideológicos, contra la cual, entonces, sólo se alzó Gregorio Marañón, uno de los tres padres espirituales de la República, con Ortega y Pérez de Ayala, que dejó de atizar a Benavente para establecerse como el “enchufista” predilecto del nuevo Régimen (fue al mismo tiempo alto empleado oficial, diputado en las Constituyentes, director del Museo del Prado y embajador en Londres).
    
Lo que caracteriza a este liberal (el falso, pero, con mucho, el más numeroso) es el pánico infinito a no parecer liberal –anota Marañón en su “Liberalismo y comunismo” del 37 en París.
    
De reducirse a una causa la actual “crisis de ciudadanía”, Marañón señalaría la simpatía de los liberales (¡no parecer “enemigos del pueblo”!) por el más antiliberal ideario político: el leninismo. Para Lenin la fidelidad al pasado suponía traicionar al porvenir, máxima maquiavélica éticamente inaceptable si el cambio de chaqueta no se justifica por una continuidad en la conducta.